La muerte de mi hermano Abel, de Gregor von Rezzori

Publicada en Alemania en 1976La muerte de mi hermano Abel (Der Tod meines Bruders Abel), de Gregor von Rezzori, es una novela que trata de la imposibilidad de armar una historia. El protagonista, Aristides Subicz, es un guionista de cine desencantado que lleva diecinueve años tratando de componer la gran obra maestra de la segunda posguerra europea, la que pudiera ser merecedora del Premio Nobel...
ASPECTOS FORMALES
La muerte de mi hermano Abel, de Gregor von Rezzori. Sexto Piso, Madrid, 2015
Cubierta (tapa blanda) Se trata de un ejemplar voluminoso, bien estructurado, cuyos estilos de letra —de dos diferentes tipos— e interlineado permiten disfrutar de una lectura en diferentes niveles. La imagen de cubierta muestra la ciudad de Dresde destruida por los bombardeos (Blick auf Dresden vom Rathausturm, 1945); fue realizada por Richard Petersen (1895-1977), fotógrafo nacido en Klein Jenkwitz (ciudad alemana antes de la Segunda Guerra Mundial que pasó a ser polaca tras la contienda). En la contracubierta, sobre un fondo blanco, se encuentra la sinopsis del libro, en letras negras. Dos hojas de color rojo bermellón preceden a la hoja de respeto y créditos. La solapa de cubierta ofrece una breve biografía del autor austrohúngaro que resulta casi tan interesante como el propio libro. 
Créditos (Copyright ©) La obra fue registrada por Gregor von Rezzori (1976). Su sobresaliente traducción al castellano corre a cargo de José Aníbal Campos (2015). La imagen de portada pertenece a SLUB Dresden / Deutsche Fotothek / Richard Petersen (1945). Los derechos del texto en castellano a la editorial Sexto Piso (2015). 
Índice. El libro carece de índice (y también de unidad). Nos hallamos ante una obra de 800 páginas en la que se nos informa de su estructura ya en el interior de la misma, en una página suelta (p. 19) en la que el narrador, que se halla solo en una habitación de hotel, nos advierte de la existencia de varias cajas, maletas y carpetas que contienen papeles manuscritos, hojas arrancadas de libros y recortes de periódico; en definitiva, las piezas del puzle que desea armar y que componen de una forma caótica el grueso de la obra que el lector tiene entre manos (y que a se presentaría más o menos como se ve a continuación):
— Introducción (pp. 9-18) Nueve páginas abren la historia, a modo de proemio y nos presentan a dos personajes, uno de los cuales será el protagonista antes de su confinamiento voluntario en la habitación del Hôtel Epicure, cerca de la Place des Ternes.
— Punto de partida (p. 19) El lugar donde se nos explica cómo está estructurado el libro.
— Partes, episodios y capítulos (pp. 21-804)
         Parte I. «Pneuma» (Consta de 37 capítulos; pp. 21-308)
         Parte II. «A» (Sin numeración de episodios; pp. 309-573)
         Parte III. «B» (Sin numeración de episodios; pp. 575-626)
         Parte IV. «¿C?» (Sin numeración de episodios; pp. 627-804)
— Nota del Traductor (pp. 805-806)
Gregor von Rezzori cierra esta impresionante novela con un aparentemente simple Fin del libro primero que, a todas luces, no se refiere a que el lector (ni el mismo J. G. Brodny) vaya a encontrarse jamás con un segundo volumen de la obra (¿o sí?); sólo pretende, quizá, provocar al lector mucha más confusión e indicarle que no ha terminado su obra (y que este cúmulo de papeles manuscritos y caóticos que la componen la han dejado, por supuesto, inconclusa).  
Imagen | La muerte de mi hermano Abel, de Gregor von Rezzori. Editorial Sexto Piso, Madrid, 2015
(Solapa de cubierta y p. 21)
LA MUERTE DE MI HERMANO ABEL
Que uno haya diseccionado este ejemplar no puede justificar nunca que se le destripe al lector el contenido del mismo deshaciéndose en minuciosos detalles. Es por ello que abordaré la reseña desde una distancia prudente y, en lo posible, aglutinadora. No procede además, a un simple lector, extenderse en sus comentarios como si de un crítico literario se tratara. Dicho lo cual, profundizaré en esta sublime obra lo que considere oportuno, que será siempre aceptable y comedido, como tengo por costumbre...  Pero, ¡cómo no enamorarse de este libro! No quiero saber, de veras, de la existencia de ningún sujeto que ose confesar su rechazo por esta obra. Es de agradecer al respecto que nunca haya permitido a otros usuarios compartir amablemente conmigo sus refinadas preferencias literarias en la zona inferior de mi blog destinada a comentarios (obstáculo que, por otra parte, parece más que salvable al dirigir sus cuitas a las redes sociales donde, por supuesto, siempre son bienvenidas...) 
I
PARTE 
«PNEUMA»
Impresionante novela, llena de de temas y situaciones que se encuadran dentro de un período de tiempo cuya extensión abarca los años 1919 a 1968. El desarrollo de la historia tiene lugar en una Europa no estrictamente de posguerra, aunque sí alude a una etapa en la que, tras la Segunda Guerra Mundial, el continente aún trataba de recomponerse tras la contienda, de sobreponerse a las ruinas no sólo materiales. Subicz, el protagonista de la historia, acompañado por un elenco de personajes cuya relación y parentesco es muy variado: Schwab, Brodny, Christa, Nagel, Dawn, Gisela, Christine, Scherping, Astrid... narra su vida a la par que la ordena en papel en su afán por lograr el Premio Nobel de Literatura. Instruido, excéntrico, narcisista, sátiro, misántropo, apátrida y cainita: Arístides Subicz es un guionista de cine que vive en París la segunda mitad de su vida, pues ha perdido la primera en Viena... 
Yo me busco en las ciudades de Europa a las que me arrastra mi cambiante oficio; pero no como si fueran las ciudades y los lugares de mi pasado, sino los de hoy. Dividido en dos, alienado del pasado y del futuro, no tengo lo que se dice, propiamente, un presente. Busco, estimado mister Brodny, mi identidad... (p. 34)
Convencido de que todo individuo parece sentir el apremio de realizarse a través del arte y, por tanto, hacerle la competencia, Subicz comienza su combate personal con una infinita disertación: se sienten obligados a realizarse y a hacerlo por medio de la creación artística [...] en la segunda mitad del siglo XX [...] el arte es el opio del pueblo. Justifica, así mismo, su propia inquietud literaria: «cuando gente como nosotros se mete en un circo semejante es porque tiene que haber algo muy exquisito detrás» (p. 39), y, también, deja entrever su mal disimulada envidia por Nagel, escritor al que admira y al que intentó imitar una vez (pp. 263-267) Por otra parte, Subicz es demasiado consciente de la realidad que vive y reflexiona sobre ella con la mirada del artista misántropo que es, con su capacidad para dignificar a veces lo que muestra en su obra bajo un disfraz que embellece o afeándola a placer para crear su propia imagen elaborada, prefabricada, de su mundo: París, Hamburgo, Viena... 
Mire [J. G. Brodny], en el cine, durante las labores de rodaje, cuando se quiere conferir a una imagen actual de la ciudad un carácter histórico, se emplean de vez en cuando decorados falsos [...] Son fijadas delante de la cámara de modo que puedan sustituir y ocultar lo que en realidad falta o estorba. Es decir, aquello que no encaja con la idea deseada. Cuando se fotografía el conjunto, el resultado es la perfecta imagen que se buscaba (p. 72)
La muerte de su hermano Abel (Johannes Schwab), que ocupa la historia (centrándose en su vida más que en su muerte) y que da pie a todo el desarrollo posterior, se prolonga a través de sucesivos recuerdos acaecidos entre la realidad y la caprichosa memoria ficcional de Subicz, extendiéndose sin problema hasta el fin de la obra. Hay tanto que destacar en esta novela, acerca del minucioso análisis que lleva a cabo el narrador de cada situación, de cada personaje con el que se cruza o comparte algún momento, o de la propia figura que él mismo representa... que apenas puede uno esbozar el cuadro que se compone ante sus ojos a medida que lee y se adentra en la mente del narrador. Aunque Schwab ha muerto y muchos otros se han perdido en el transcurso de los años, Subicz rememora cada ocasión, innumerables pasajes de sus vida (sobre todo en torno a él) y construye, (des)compone una situación tras otra; todas las que considera necesarias para completar su obra, acaecidas siete meses antes, el día anterior o varios años atrás. Salta en el tiempo con suma destreza y describe cuanto ve, cuanto oye, cuanto sucede ante su inquisitiva mirada o cuanto es capaz de recabar su memoria y añadir su imaginación, y lo hace con total minuciosidad e ingenio. Todo se armoniza dentro del libro, como en una sinfonía caótica, ya se encuentre uno sentado en una terraza de París junto a Schwab o Brodny; en una solitaria habitación de hotel frente a un tocador cuyo espejo se ha cubierto para no distraer a la memoria: revolviendo papeles, escogiéndolos y metiéndolos en carpetas; en otra habitación, acompañado; en el interior de un coche, a toda velocidad; en animada charla con John o Stella en Rennweg; dentro de una bañera en Viena mientras el primo Wolfgang habla de propaganda nazi y del «pueblo» a la manera del III Reich; con el tío Helmuth ilustrándonos sobre «ésos»: snobs; condenados...; o en Besarabia, con el tío Ferdinand, componiendo la inacabable biografía de los antepasados del Reino del Medio...  El relato, dirigido a mister Brodny, nos transporta en el tiempo constantemente, devolviéndonos antes o después a la solitaria habitación de un hotel.
II
PARTE 
«A» 
Subicz centra la atención de la historia en sí mismo, en su vida (que es su novela). Deambula por lugares comunes de una Europa en ruinas y carga contra París, a la par que la idolatra, en una crítica y lúcida descripción llena de fascinantes escenas memorables, antes de regresar de nuevo a su confinamiento en la habitación del Hôtel Epicure. Un sueño recurrente, una manía persecutoria, una pesadilla lo ha acompañado durante diecinueve años... asesinar, cometer un crimen que pueda por fin narrarse de un modo sublime. Es Subicz padre de un muchacho al que apenas conoce y al que considera muerto en vida (a la sombra de su nefasto padre), fruto de su relación con Christia (su ex mujer). Ha pasado por distintas relaciones, que describe al lector con escrupuloso detalle; ha vestido uniformes que nunca manchó de sangre; ha asimilado conocimientos de toda índole en sus viajes por Europa: políglota, educado en modales, instruido en humanidades; presenció incluso los juicios de Nüremberg en calidad de testigo, aunque innecesario, por la muerte de Stella (aportando una visión próxima a la expuesta por Harendt en 1961, en La banalidad del mal). Si en la carpeta anterior el narrador del relato se presentaba a través de su novela, en esta segunda lo hace a cara descubierta, utilizando a su agente literario como pantalla para proyectar sobre él la narración de la historia, dirigiendo sus pasos a través de papeles y carpetas, en su desesperación por convencerlo (y también al lector) del interés de su novela y de su relevancia como escritor. 
¿Cómo? No, no, no diga tan a la ligera que es un tema viejo, los tiempos están cambiando de nuevo; ya entre mis apuntes de 1958 hay una estación de servicio en la autovía de Karlsruhe (p. 321) 
A nuestro protagonista le preocupan (y consumen) los detalles y el tiempo, es un verdadero neurótico; pero, ¿cómo no serlo si es escritor?: Y así pasan los días. Por las noches, asesino (p. 331). La gran obra maestra, la novela europea más importante después de la posguerra, la que pudiera ser merecedora del Premio Nobel, el libro, su libro... 
Mi libro... suena como si lo llevara dentro de mí, como Nagel los suyos: como si hubiera sido elegido para, en la marea de letra impresa que nos inunda, crear el remolino capaz de remover la humanidad como conciencia [...] El libro que dé testimonio del hombre en la segunda mitad del siglo XX, de su heroico esfuerzo para salvarse de sí mismo (p. 324) 
Pero la llama de mi libro sigue ardiendo dentro de mí. Más de un tercio de los días de mi vida se han consumido bajo esa llama [...] (El libro) me ha convertido a mí en un embaucador cada vez más astuto, en un mentiroso y un falsario cada vez más taimado, y ha transformado mi existencia en un «como si» cada vez menos convincente. Porque escriba lo que escriba, siempre, a la larga, me escribo a mí. (p. 329)
Arístides Subicz nos habla de su relación con diversas mujeres con las que difícilmente puede uno llegar a identificarse plenamente. Relata asimismo cómo conoció al editor Scherping (p. 355) y a Schwab, su amigo y hermano de penas en el limbo de la literatura (p. 356). Conocemos sus reuniones en torno a la botella de aguardiente en el jardín de la casa de Nagel y también su agrupación en torno al profesor Hertzog. Nos muestra a una generación que habiendo servido de carne de cañón en la Segunda Guerra Mundial, vio interrumpirse de repente los mejores años de aprendizaje y formación por culpa de aquel acontecimiento histórico, quedándose con la insaciable avidez intelectual del que recibe una educación a medias, del autodidacta (p. 371) 
¿Cómo explicarlo? Era como alguien señalado por la marca de Caín, una marca que a partir de entonces me aisló de mis compañeros de clase más que mi propio origen dudoso (p. 488) 
Prosigue el baile de relaciones personales con la escritura: tiempos, lugares, estilos, realidades, ficciones... una danza del lenguaje sobre la cuerda floja (p. 424) Ocho días con sus noches en una habitación de hotel para lograr terminar au obra maestra y su hermano Abel en el centro de sus recuerdos y alucinaciones para mostrar sobre el papel al que será su personaje estrella a lo largo de todo el relato, un personaje despojado de artificios... Obra inconclusa, obsesión que articula el desmesurado discurso de quien no conoce pero pretende poner unos límites a su historia: busco mis contornos para, gracias a ello, trazar los contornos de mi libro (p. 563); aplazamientos constantes que sirven de excusa a Subicz para narrar sus desventuras y anhelos, dejando constancia de sus vivencias junto a todos aquellos que alguna vez conoció. 

III
PARTE 
«B» 
Si en la carpeta «A» Subicz había dedicado no pocas páginas a lo que suponía ser un escritor entregado y la ardua tarea de escribir (de forma necesariamente autobiográfica, criminal): diseccionando, analizando, criticando ante la atenta mirada de un Brodny evocado (pretendidamente expectante) la forma específica en que él mismo la llevaba (o no) a cabo a través de su alter ego (p. 409); en esta nueva carpeta descubrimos a nuestro protagonista en su habitación, tumbado en la cama nada más despertar de un sueño trastornado, mirando por la ventana que da al patio de luces del hotel en que se aloja. En esa postura yacente, en la que se pasará todo un día, divaga sobre su yo-rebosante, introduciendo al lector en un mundo atravesado por un alfiler cuyo hilo es la palabra.
¿En calidad de qué le provocaba? ¿En forma de mal? [...] El mal era el rasero por el que nos medíamos Schwab y yo. El mal nos tentó mutuamente... [...] El mal en sus variantes más pérfidas y sublimes: el amor, la amistad, la hermandad de Caín y Abel... (p. 587) 
Y le atenaza el miedo, la creación de una obra que adolece de forma no por carencia, sino por exceso (p. 590) El extravío, pérdida o destrucción de una nota le obliga a posponer aún más su tarea y consume su tiempo. Decidido a escribir la gran obra maestra a pesar de todo. A pesar de Schwab. A pesar de Brodny, con el que me había reunido, al que había odiado, ofendido y dejado plantado del modo más grosero... (p. 596), Subicz continúa con su ejercicio compositivo, una suerte de periplo psicológico que acumula papeles como si recolectase más y más recuerdos transformados en notas que uno no sabe ya ni dónde coloca: ¿carpeta B, C?.  
IV
PARTE 
«¿C?»
La letra «C», que corresponde a una de las cuatro capetas a las que remite Subicz en su narración de la historia, no da nombre a ninguna parte de la misma. Bien podría haberse titulado Nagel & Co., Hertzog en el pesebre, la hermandad de Caín y Abel, Antrópolis, balada berlinesa a la bella Astrid, lo ocurrido en Nüremberg o Pachelbel para un funeral...; el autor no pone título alguno a esta parte: un versículo en el extremo superior derecho precede al texto (nombrado «¿C?» por mí, pero bien podría ser una prolongación de la carpeta «B») que, a modo de extenso epílogo (unas doscientas páginas), cierra el libro.
Cuán distante y remota yacía esa historia en el tiempo... Sin embargo, ¡cuán viva permanecía en mi recuerdo...! Sería capaz de contarla ahora como si fuera el propio Nagel. Sólo necesito alzar la pluma y dejarla correr ágilmente sobre el papel (p. 640) 
Si la muerte de la novela (anunciada por Subicz en pp. 407-408) había quedado patente para él en esa incapacidad del escritor (y más concretamente en Nagel) de mostrar su identidad, su verdadera forma; la cuestión ahora es cómo construir el mosaico (el suyo propio, el de su libro) con las piezas exactas que lo den aspecto de realidad: ordenamiento de la realidad en lo verbal, lo expresable, lo que puede decirse con palabras, lo gramatical... (p. 644) 
Es cierto, podría sacarle una buena tajada de historias a ese pedazo de cielo [...] Pero era una mera burla. Él había engullido demasiadas otras cosas en las que yo no había participado o que conocía sólo de oídas: el hongo atómico de Hiroshima, el humo de los hornos crematorios en Treblinka; el rescoldo de las noches de bombardeos en Berlín y Dresde, en Hamburgo, Würzburgo, Róterdam (p. 674)
Y a medida que nos acercamos al final de la historia, la culpa y un pequeño atisbo de odio fraternal de Caín hacia su hermano Abel se hacen palpables: aunque el vencedor tiene de su parte a la Historia y ha podido imponer su realidad al vencido, le queda a éste, aún, la posibilidad de armar con su relato su propia venganza: 
Hablarle de ese modo a mi amigo era una forma malvada de tomar venganza [...] por los sueños traicionados de nuestra juventud [...] por sus ojos siempre observando, insaciables y atentos, a través de los gruesos cristales de las gafas; y detrás de ellos, alguien que escribía laboriosamente, que apuntaba palabra por palabra lo que oía [...] Venganza por cada frase que absorbió de mí (p. 700). 
La odisea de Subicz —que dio comienzo en la habitación de un hotel parisino, con Christine a su lado, como narradora, y una escena de cama que terminaba en despedida (casi huida) diez páginas más tarde— finaliza ahora, 800 páginas después, con la revelación de nuestro protagonista acerca del descubrimiento, por parte de Scherping, de un guión del propio Subicz (pp. 355 y 776): acudía a ver a Gisela [...], encontró aquellas páginas, las leyó por encima y se las llevó consigo [...] Y fue así como Schwab, lector en la editorial de Scherping, se propuso encontrarme y convencerme para que escribiera libros (p. 777) El manuscrito que él había olvidado en aquella habitación no era un guión, era el libro que el lector tiene ahora en sus manos.
Imagen | (Detalle de) Caín. El último manuscrito, de Gregor von Rezzori. Editorial Sexto Piso, Madrid, 2016
Publicada en Alemania en 2001, tras la muerte de Rezzori, Caín... (Kain: Das letzte manuskript) es la última novela del autor, y en ella aparecen personajes ya conocidos en La muerte de mi hermano Abel. Caín es un libro que sorprende por su modernidad, pero también por su hondura: la escritura de Rezzori —pletórica, brillante— es lo más alejado de los experimentalismos estériles. Lo formal, de una importancia mayúscula, nunca va en detrimento de la vid, de la herida en la que hurga Rezzori.
CAÍN. EL ÚLTIMO MANUSCRITO 
ASPECTOS FORMALES
The Letter (1940), Cecil Beaton
Cubierta (tapa blanda) Ejemplar de 256 páginas, bien estructurado, siguiendo un patrón distinto al que se llevó a cabo en La muerte de mi hermano Abel, pero permitiendo igualmente disfrutar de una lectura en diferentes niveles. Respecto a la imagen de cubierta, se nos presenta una figura en cierta perspectiva, lo que en alemán se entiende con el término abschattierung (literalmente, sombreado) y que se utiliza en filosofía para referirse a la característica de toda percepción (o reproducción de la misma) como fantasía o recuerdo. La figura de la mujer que posa para la cámara de Lee Miller —con las ruinas del bombardeo de Londres, en 1940, como telón de fondo— lo hace adoptando una postura cuyo cuerpo permanece en el centro, acaparando la escena, con los pies dirigidos hacia el espectador. Mientras, la cabeza, levemente ladeada, nos invita a mirar hacia un lado, o hacia atrás, a observar más allá de la dirección que indican sus pasos, interrumpidos por una pose forzada, artificiosa, que parece atraer su mirada y rehuir la cámara. El elegante atuendo de la mujer consta de un traje a conjunto con falda por debajo de las rodillas y unas medias de nylon (no es casual, todo ello apareció precisamente en la época); unos zapatos de tacón bajo, con cordones y bolso rígido; austeros guantes y un pequeño sombrero (adornado con una larga pluma). En su conjunto, la vestimenta encaja perfectamente con la sobriedad de la clase alta de los años 40. Dicha sobriedad se debe a la escasez y pobreza de materiales tras la guerra.
Créditos (Copyright ©) La obra fue registrada por Gregor von Rezzori (2001) y vuelve a hacerse cargo de la traducción José Aníbal Campos (2016). La imagen de cubierta pertenece a Lee Miller Archives, England (2016) y los derechos del texto en castellano a la editorial Sexto Piso (2016).  
Índice. El libro posee dos breves prólogos al principio de la obra; uno, firmado por el compilador (el propio autor, G. v. R) de los manuscritos hallados en una carpeta «C»; otro, perteneciente al actual propietario de los mismos (el antes productor y actual editor): Heinz Wohlfahrt. El grueso de la obra lo componen los propios manuscritos, una vez ordenados. Un apéndice a la presente edición cierra la obra.
— Prólogo del compilador (pp. 9-13) Donde se nos advierte, en líneas generales (y muy confusas), cómo se ha estructurado el libro a la vez que se nos informa de lo acontecido a los personajes principales de La muerte de mi hermano Abel, tras la publicación de la obra.
— Intento de prólogo del productor cinematográfico Heinz Wohlfahrt (pp. 15-23) El lugar donde se nos explican las razones por las que el productor cinematográfico y actual editor literario Heinz Wohlfahrt se decide publicar el manuscrito de Subicz, ahora de su entera propiedad.
— Carpeta «C» (pp. 25-235) El manuscrito de Aristides Subicz que da por terminada su gran obra maestra.
— Apéndice a la edición en español (pp. 237-252)
         Despedida en Santa Maddalena (pp. 239-242)
         Sobre «El último manuscrito» de Gregor von Rezzori (pp. 243-252)
Transcurridos veinticinco años desde que la editorial alemana C. Bertelsmann publicara en 1976 la obra maestra de Gregor von Rezzori: La muerte de mi hermano Abel (Sexto Piso, 2015), y tres desde que el autor se despidió de nosotros, aparecía Caín. El último manuscrito (C. Bertelsmann, 2001; Sexto Piso, 2016), la última obra del novelista, una «suerte de continuación, de maravillosa coda, de aquélla». En ésta nos reencontramos con personajes conocidos: Aristides Subicz —y su novela imposible, que se disgrega en un marasmo inacabado de fragmentos, recuerdos, esbozos...—, sus «tíos», su hermano Abel (Schwab)... El lector hallará también la misma ira implacable y virtuosista hacia las middle classes, el nazismo —sus causas y su persistente herencia—, las ruinas físicas y morales de Europa, el capitalismo salvaje y la «americanización» del mundo o la progresiva pérdida de protagonismo de la belleza en nuestra existencia. Caín, en mitad de tanto escombro y de tantas cenizas, también nos transmite la sed de una vida más plena y verdadera, alejada de farsas y automatismos; es un réquiem y a la vez una defensa de la cultura, del humanismo, del placer y de la alegría.
I
PARTE
PRÓLOGO DEL COMPILADOR
Abre el libro un pequeño texto en el que el propio creador de la obra: Rezzori —que se presenta como compilador de los manuscritos ahora en propiedad del editor literario Heinz Wohlfahrt (antes productor cinematográfico, a quien Subicz, el protagonista indiscutible de Abel..., prestaba sus servicios)—, quien pone en tela de juicio el testimonio (y hasta el criterio) tanto de Fritz Engelhardt, abogado del mencionado editor, como de Heinz Wohlfahrt, el editor mismo. El creador nos informa acerca de cómo ha estructurado el texto Aristides Subicz y nos advierte de lo acaecido a los personajes principales de La muerte de mi hermano Abel durante el tiempo transcurrido desde la publicación de esta obra. Nótese la distinción que hace entre Johannes S. y Schwab, y tampoco pase por alto los tejemanejes de Wohlfahrt para apropiarse y luego publicar el manuscrito de La hija pródiga
II
PARTE
INTENTO DE PRÓLOGO DE HEINZ WOHLFAHRT 
En calidad de propietario legal y editor de la obra póstuma: La hija pródiga, de Aristides Subicz, el productor cinematográfico, Heinz Wohlfahrt (ahora editor literario), nos explica las razones que le han llevado a publicar el manuscrito del que fuera guionista para la Intercosmic Filmkunst (su anterior empresa). En su diserto, Wohlfahrt trata de exculparse, a como dé lugar, no sólo de la muerte accidental de su guionista, sino de la apropiación de su manuscrito. Un breve texto añadido ya al final de este intento de prólogo incorpora la opinión personal y totalmente prescindible de la esposa del editor, que en un delirante, megalómano y conveniente acto de expansión comunicativa, nos ofrece una pieza literaria de Chuang Tzu.
III
PARTE
CARPETA «C» 
La carpeta «C» (pp. 25-235) se presenta en su cubierta con una cita de Novalis que es, esencialmente, una síntesis de la referida por Wiebke Keller, la esposa de Wohlfart: «Estamos a punto de despertar cuando soñamos que soñamos» (p. 25). Abre, a continuación, la carpeta una cita de Angelus Silesius dando comienzo a esta coda, este remate de La muerte de mi hermano Abel y lo hace de forma póstuma en dos sentidos: Subicz ha muerto y Rezzori también, no sin antes ofrecernos su versión de la historia. La he disfrutado de principio a fin, quizá algo menos que su predecesora; pero, claro, resulta cuando menos injusto comparar ambas obras, habida cuenta de que la anterior, en su caótica y desenfadada estructura, nos sumerge en una suerte de odisea literaria de la que se hace difícil desprenderse. El recuerdo imborrable de ese Subicz —ahora más Arístides— que había dejado su impronta en cada rincón de nuestra mente, inoculándola un veneno donde las ruinas materiales y humanas de la Europa renacida que respiraba por los poros. Aquí está de nuevo Abel-Caín, ha vuelto y se muestra más descarnado que nunca. Nos arroja con rabia su alma hecha jirones y nos fuerza a temerlo, a despreciarlo como nunca antes. 
Ya en Berlín las noches empezaron a renegar de mí. No me pertenecían a mí únicamente. El alarido de las sirenas arrancaba de sus camas y sus almohadas a los que dormían, los empujaba hacia los sótanos, donde quedaban hacinados como animales de una manada bajo una tormenta... (p. 207) 
Si bien aún reconocemos a este Aristides en lo que para nosotros fue Subicz, ya no es, sin embargo, aquel personaje amado, no queda nada del amante amable, irónico; mas se arrastra ya frustrado, cobarde, desesperanzado. Su mirada se ha endurecido y todo cuanto ha ocurrido ha hecho mella en él. Los hacedores de la nueva Alemania son unos dementes dispuestos a curar la demencia de los supervivientes. Subicz —ahora ya, definitivamente, Aristides— se halla perplejo frente a los proyectos puestos en marcha por la élite alemana, esa pequeña burguesía que apenas perdió la guerra, si es que no la ganó. Alemania recupera aparentemente la normalidad aunque la realidad no deje de presentarse insistentemente cada vez que uno pretenda alejarla. Y, tras las ruinas llegan las reconstrucciones: rápidas, difíciles de asimilar, que provocan una gran desorientación. Nos lo relata Aristides a través de la mirada ya no del guionista al que nos tenía acostumbrados, sino del espectador de una película acelerada que durante el visionado es incapaz de asimilar cuanto está viendo en la pantalla: todo es confusión y nada es lo que parece. Espectador pasivo, que se limita al consumo de los nuevos productos extranjeros publicitados en el descanso de la película: Coca-Cola...
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Quizá que este libro haya venido a servir de continuación y cierre, de justificación a una obra que no lo necesitaba, haga que el lector de La muerte de mi hermano Abel inicie la lectura de Caín. El último manuscrito con cierta predisposición a la crítica prejuiciosa. No es de extrañar, pues, en cierto modo, la interpretación de ambas obras en su conjunto es inevitable. Acaso puede entenderse Abel sin Caín, pero Caín no tiene sentido si uno no ha leído Abel. Subicz se nos presenta ahora más cínico que nunca y las razones son múltiples. Razones que Rezzori pone en boca del protagonista como una necesidad de dar continuación a La muerte de mi hermano Abel, de llevar a cabo este final y hacerlo de modo tal que el personaje principal se desnude y desmienta, acuse y muerda, tienda a denodarse por traer al presente lo que del ayer ya no puede.     
AUTOR
Gregor von Rezzori nació en 1914 en Chernivtsi, Bucovina. Hijo de un conocido funcionario del imperio austrohúngaro, vivió en Bucarest, Alemania Oriental y la Toscana. Estudió Medicina y Minería y, gracias a su talento como dibujante, llegó a la literatura. Es autor de más de veinte novelas, entre las que Sexto Piso ha publicado "Edipo en Stalingrado" (2011) y el volumen de relatos "Sobre el acantilado y otros cuentos" (2014). Murió en 1998, con el reconocimiento internacional de ser uno de los grandes escritores del siglo XX.
REZZORI, Gregor von. La muerte de mi hermano Abel, Editorial Sexto Piso, Madrid, 2015. Aristides Subicz, guionista de cine, vividor, dandy y memorioso centroeuropeo con aspiraciones de convertirse en escritor, recibe de un afamado agente literario el encargo de contar la sinopsis de su largamente planeada novela «en tres frases». Diecinueve años ha estado Subicz acumulando material para esa obra que, en sus ínfulas, ha de convertirse en la obra maestra de la segunda mitad del siglo XX, la novela de un legítimo aspirante al Premio Nobel de Literatura. La cita con el agente literario se convierte en un proceso de «evacuación» desaforada de todo ese material «entrañablemente» acumulado durante años: apuntes, acotaciones al margen de un libro, flashes de la memoria, capítulos iniciados y jamás acabados, facturas, tarjetas de visita con toda una historia detrás, lujosas marcas de vino o de ropa, reminiscencias de la guerra, de las guerras, de una vida licenciosa en medio del horror, estampas infantiles o adolescentes, caricaturescos y grotescos esbozos trazados en la sala del Tribunal Internacional de Núremberg… Todo le sirve a Subicz para desplegar ante su posible editor la historia de su novela y, por tanto, la de su vida, en un caudal de historias que sólo tienen como fin el de ser contadas para crear el collage inextricable de una «identidad» literaria que únicamente es factible mediante el asesinato de cada uno de nuestros alter egos... Caín. El último manuscrito. Editorial Sexto Piso, Madrid, 2016. En la tradición de Joseph Roth, Arthur Schnitzler, Robert Musil, Franz Kafka o Italo Svevo, Gregor von Rezzori pertenece a la gran literatura centroeuropea que floreció alrededor del Imperio austrohúngaro. En "Caín" nos reencontraremos con personajes ya conocidos y hallamos la misma ira implacable y virtuosista hacia las middle classes, el nazismo -sus causas y su persistente herencia-, las ruinas físicas y morales de Europa, el capitalismo salvaje y la «americanización» del mundo, la progresiva pérdida de protagonismo de la belleza en nuestra existencia. "Caín", en mitad de tanto escombro y de tantas cenizas, también nos transmite la sed de una vida más plena y verdadera, alejada de farsas y automatismos... (Sinopsis de la Editorial)