Fosa común, de Javier Pastor


Fosa común es una historia de ficción que parte de la realidad, cruda, sostenida por la memoria sobornable que sustentan los recuerdos fragmentarios de quien echa atrás la mirada, hacia una época ya caduca; en este caso, la de los años finales del franquismo. Dividida en tres partes y narrada por un mismo personaje, aunque usando la 3.ª, 2.ª y 1.ª personas, respectivamente, Javier Pastor utiliza estilos diferentes con los que involucra al lector en la trama de su novela: uno coloquial para Un entonces (I), con palabras, expresiones y usos propios de una edad y una época (finales de los años 70); con diálogos integrados en las frases que no siempre respetan el punto final, las comas o el punto y aparte. Describe aquella transición a la democracia de manera fluida, con recuerdos proyectados desde una mente adolescente. En la segunda parte, un tono más íntimo, cómplice, nos relata Un después (II) por medio de un narrador cuya voz adulta se dirige al lector de forma directa, haciendo que éste se sienta interpelado en todo momento. Esta parte posee diálogos más convencionales y es más reflexiva, más seria y crítica, es donde se empiezan a dar las claves que se desarrollarán en la tercera parte. En Que sirva para algo (III), escrita en primera persona, el lector se involucra de tal modo que es uno con el narrador. Se siente el artífice de cada acción. Es la tercera parte, la de investigación periodística, un proceso que nos indica la manera en que el autor realiza la búsqueda del material para escribir la novela, filtrando el escritor un pequeño porcentaje de la memoria que podría haber utilizado, pues como nos recuerda el propio autor: en el momento que empiezas a recordar algo estás haciendo ficción. Magnífica forma de expresar en cada ocasión las ideas, emociones y actitudes de unos personajes adecuadamente perfilados. Un apéndice fotográfico, que apenas ocupa diez páginas al final del libro, ilustra los hechos centrales a los que alude la trama. Un recuento de fuentes, autores y textos citados cierran esta obra que no necesita añadir ni una letra más a esta truculenta historia observada con ojo clínico por el personaje de Arzain en relación con la familia Moradillo-López. 
QUÉ SE NOS CUENTA
Esta novela se sitúa en los años finales del franquismo pasando por los primeros de la transición hasta llegar al presente, cuando la investigación del caso real que había sido cerrado entonces se reabre para los lectores. Jaime Arzain es el protagonista de la historia y quien narra cada acción aunque con distintas voces. Pese a no informar con claridad acerca de ello, toda la historia transcurre en Burgos. La intención del autor al obviar la localización concreta es que se pueda extrapolar lo que sucedió allí a otras ciudades de la época, que estaban llenas de curas y militares por todas partes. Lo consigue. Durante la Guerra Civil Burgos fue la capital franquista, pero al terminar la contienda volvió a Madrid. Burgos se convirtió entonces en el centro de operaciones de las tropas rebeldes, era un punto estratégico para acuartelar tropas por si hubiese problemas con el País Vasco. El propio autor lleva a cabo en la tercera parte una exhaustiva y absorbente investigación del caso que ha asomado a lo largo de toda la novela sin llegar nunca a detallarse: el asesinato en 1975 de una madre y sus cuatro hijos a manos del padre de familia, capitán del ejército. Esta masacre indignamente silenciada abrocha el trasunto de una experiencia moral íntima y colectiva. Fosa común es un ejercicio de memoria histórica, pero también de ficción en la que Javier Pastor ha intentado, con éxito, explicar una época oscura y frustrante utilizando el humor para quitar hierro a pasajes truculentos. Para ello, ha utilizado a varios narradores, lo que da una visión más poliédrica de aquellos años a los que no nos gustaría volver pero que no podemos olvidar. 



I
UN ENTONCES  
Abren la primera parte dos citas. La primera de ellas —“Se es de donde se hace el bachillerato”, de Max Aub—, no puede ser más acertada. A modo de escena retrospectiva, “Un entonces” pone en sobre aviso al lector: la historia transcurre en el pasado, las vivencias de tiempos lejanos ya en la memoria. Con un lenguaje coloquial, lleno de términos propios de aquel entonces, el autor nos presenta el mundo de Jaime Arzain y sus amigos. Iconos generacionales que a través de numerosas palabras nos acercan expresiones hoy en desuso y traen a la memoria sensaciones e imágenes (símbolos) que nos hablan de artículos y marcas de numerosos productos representativos de un tiempo (aquel verano de 1976) marcado por la transición política: ciclomotores (Vespino); colonias de baño (Nenuco); vaqueros (LeeLevi's); artículos de papelería (carpetas, bolis BIC, papel Cello), olores, cubiertas de libros, COU, BUP, EGB, quinquis, pelas, porros, alcohol, frailes, música (Dylan, Crosby, Johny Cash, Pink Floyd); diarios secretos, ETA, los GRAPO, las “mariconadas”... 
En esta primera parte del libro (170 páginas de 464) nos presenta el narrador a los miembros de su pandilla, retratándolos por medio de anécdotas varias. Refiere sus andanzas, actitudes, costumbres y mentalidades. Hijos de militares que estudian en un colegio religioso mixto de una ciudad castrense. Jaime Arzain, el joven protagonista de la novela, que bien podría pasar por un trasunto del autor, es sin embargo un personaje inventado. Su autor no pierde de vista en ningún momento la perspectiva literaria. Un buen número de profesores son también descritos con exhaustivo detalle y, sólo por encima, algunos padres y madres. Un acontecimiento, mencionado de pasada por E., entre sollozos, permite al lector averiguar que el 29 de septiembre de 1975, días después de la muerte del dictador,  murió una joven llamada Cristina. Al año justo del suceso, Arzain, que como los demás miembros de su pandilla comienza 1.º de BUP en el colegio [dominico, Sagrada Familia (en Burgos)], recuerda el ambiente que se respiraba en la ciudad nada más morir Franco: facherío localreferéndum, ETA, la muerte de «los Moradillo»... Sólo una mención al suceso. De inmediato prosiguen las experiencias vitales de Arzain y sus amigos: asistencia a clase (calaveradas, castigos, notas, recreos, recuperación de exámenes); reuniones en el patio, en bares; balonmano; pequeñas pinceladas acerca de las familias y casas de sus amigos (padres militares, hermanos militares, piezas de artillería, dagas, homofobia, racismo, complejos y muchos muchos prejuicios...) Se relatan los escarceos de Arzain con su compañera, E. Más música, más bebida, más clases, más sueños, más fantasías, piscina, encuentros y desencuentros... (p. 62) Colecciones juveniles. Tebeos. Revistas. Literatura. Nietzsche..., Jesucristo Superstar. Ascienden al padre de Arzain a comandante. Lo destinan a Madrid. En verano, como siempre, a la costaSu padre le ha enseñado a nadar, remar, pescar y a respetar el mar. Conoce más playas que cualquiera de sus amigos. Pero este verano, este verano todo termina, se acabó. Se trasladan. Adiós a E., adiós al equipo, adiós a la pandilla. Otro cambio de destino. Van varios ya. Es el Puto Rey de los Nuevos (p. 76).      
Su padre le anuncia que le trasladan a Madrid, Arzain fantasea entonces con llevar a E. a un lago de Canadá (p. 77). Obsérvese el matiz del narrador, en referencia a la igualdad de género: 
Si Elena y él acordaran fugarse se la llevaría a una cabaña de troncos a orillas, ejemplo, del lago Louise, el de la foto que abre el capítulo del Gran Libro de Viajes dedicado a Canadá. Osos y lobos merodeando, una cuadra, una gran biblioteca y cientos de discos para entretener los inviernos, una chimenea enorme y tres o cuatro hijos a los que enseñaría (sin distinción de sexos) a montar, nadar, cazar, pescar, vivaquear, remendar heridas y sobrevivir en el bosque.
Nuestro protagonista, hijo de un militar que vive en una barriada, fantasea con ser médicoÉl es él (p. 79). El largo proceso hacia la madurez. Personalidad. Identidad. Autoridad. Complejo de inferioridad. Madurez. Tiene suerte, su padre no es como otros, ni un facha ni un tarado (p. 86): 
Un día que se entusiasmó metiendo caña a Quilapayún y gritando 'El pueblo unido, jamás será vencido' lo único que le dijo el capitán (comandante proximamente) fue: 'Recuerda dónde vivimos, hijo mío'. (Arzain) bajó un poco la música y se acabó el problema... Tiene clavados en su habitación, entre otros, un póster de Emiliano Zapata, otro del Che, otro contra la guerra de Vietnam (...) y un calendario de la Revolución de los Claveles, siempre se los han respetado y hasta les hace gracia enseñar la leonera a según qué visitas.
Valladolid. Cine. Colegio. Exámenes. Suspensos... Marcus Welby. Historia Natural. Sexo. Celos. Madurez. Balonmano. Invictos. Elecciones generales. Principio de autoridad... Aprobados. Fin de curso (p. 136). Derrota de los invictos ¿Madurez? Hace mil años... Suárez jura su cargo (p. 148). Acampada. Fin de verano. Despedida (p. 166). Silencio. Sin Miedo. Inmadurez (p. 169).



 II
UN DESPUÉS
Dos citas fúnebres y el pequeño fragmento de una canción popular abren esta segunda parte, en la que un Arzain ya adulto regresa a Burgos. La novela da un giro y los recuerdos del Arzain adulto girarán en torno a la muerte, la de su mujer (Nora) primero, pero también la de otros, como Carrero Blanco, Cristina Moradillo, Franco... Remembranza. Año II Después de Franco (p. 187). Median muertes, persigues muertes. Imposible olvidar nada. Imposible recordar sin distorsión. Treinta y ocho años desde aquel verano y a sus espaldas un curso de medicina, uno de biología y uno de periodismo antes de descartar definitivamente la universidad. Dos mellizas, un trabajo y un adiós definitivo (el de su mujer, Nora). Con la conversación entre Arzain, Soledad y otro antiguo compañero de colegio comienza este nuevo episodio que nos presenta a un hombre en busca de respuestas. De nuevo en la ciudad. Recién instalado. Consciente. Pasando lista a los reciclados de la barbarie: Emilio Hellín, Antonio González Pacheco, Roberto Conesa, Manuel Ballesteros, José Barrionuevo, Rafael Vera, Luis Roldán, Mateo Prada Canillas... Pisa la ciudad con mala conciencia. La distorsiona. Cree que fue más feliz yéndose a tiempo (p. 212): 
¿Era tan facha como la recuerdo, vivíamos tan confortable y naturalmente, sin protestas ni disensiones entre tanto uniforme y tanta sotana? (...) Me parecía admirable hasta que empecé fuera de 'aquí', claro está, a tratar con gente que 'de verdad' deseaba la aniquilación del ejército, de la Iglesia o la monarquía... Facha, muy facha.
El 29 de septiembre de 1975 los vecinos de una Barriada Militar, en Burgos, amanecieron con un rumor que más tarde se confirmaría: la muerte de una madre y sus cuatro hijos a manos del padre de familia, capitán del ejército. Todos ellos vecinos de la barriada (p. 216). La noticia apareció en el ABC y un breve en La VanguardiaA muchos de los vecinos no les sorprendió lo ocurrido porque alguna vez, en plena borrachera, había comentado que algún día mataría a su familia. Algunos dicen que no estaba loco, que fue algo repentino. Aquella tragedia trató de silenciarse por los mandos de entonces, casi como si no hubiera ocurrido. La prensa de la época así lo confirma: la breve nota daba cuenta del parricidio, del que no se volvió a saber nada más en días posteriores. Eran otros tiempos. Querían matar (p. 229): 
Acordado el campo del honor, un solar discreto y pelado, dos pequeños ejércitos —peras con una minoría de disciplinados fascistas, macarras tan desorganizados como apartidistas— se detienen, se contemplan, se miden, se vejan, se deconstruyen.
Una novela con tintes autobiográficos: su autor vivía en la barriada burgalesa y conocía a una de las hijas del fratricida. A algunos que también lo vivieron de cerca no les dejó huella. El asunto quedó para ellos en la fosa común de la memoria; pero, para otros... (p. 261).     
Y qué sentías cuando sonaba aquello de 'somos los hijos de los que perdieron la guerra civil' como señorito hijo de un vencedor incuestionable.  
—Pues mira, no me habría importado que le metieran dos balas o siete al hijoputa del vencedor incuestionable.
El autor afronta aquella tragedia ampliando el espectro y para contar lo que no se dijo entonces de ese asunto (ni de otros). Iglesia y Ejército enterraron rápidamente a Victorino Moradillo Alonso con su familia. Algo espantoso. El asesino y sus víctimas enterrados en el mismo lugar. Transcurridos cuarenta años de «Lo de Moradillo», un crimen que apenas trascendió porque la dictadura de Franco, aunque agonizante, seguía protegiendo al estamento castrense. El criminal en cuestión ostentaba el rango de capitán y el caso, entonces, pasó de puntillas por la prensa de la época, pese a que era imposible silenciar algo de tamaña magnitud y la realidad suele ofrecer nuevas oportunidades a la luz y a la verdad. Tienes miedo, lo natural. Madurez (p. 313).
 III
QUE SIRVA PARA ALGO
La parte final supone la culminación de la historia con un punto de vista más objetivo en torno a la investigación sobre el asesinato del militar Moradillos, reflejo de una época que empezaba a dejar atrás los años de dictadura. De las dos citas que preceden a esta tercera parte, destaco la segunda —'Las cosas no eran lo que parecían. Quiso ayudarlas(J. Doce)—. Una honda reflexión producen estas  pocas palabras cuando suceden a otras que hablan de hostilidad del mundo. Esta tercera parte trata de la investigación que hizo el propio autor del suceso en el que él mismo se vio envuelto. Javier Pastor recupera el múltiple asesinato del militar Victorino Moradillo, quien mató a su mujer y sus cuatro hijos y posteriormente se suicidó. Este hecho, silenciado por la prensa y los propios vecinos, afectó particularmente al escritor porque conocía a una de las hijas y ocurrió a escasos metros de su casa. A través de las indagaciones del autor, el lector termina por descubrir la verdadera faz del asesino, que tenía una doble vida bastante tipificada. Jamás bebía en el cuartel, donde debía comportarse de manera correcta, siendo incluso cortés. Pero luego llegaba a casa, se vestía de civil, y se marchaba de copas y putas. Su mujer solía aparecer de vez en cuando con la cara maceradaParece que a los hijos jamás les puso un dedo encima. En ese sentido, parece que lo que hizo fue una cosa bastante esquizoide. Por aquel entonces, una denuncia ante la policía tenía un resultado poco menos que nulo. Esa aceptación natural de la violencia... Horas antes de los trágicos acontecimientos unos guardias urbanos tuvieron que mediar en una violenta disputa que el matrimonio Moradillo-López estaba librando en plena calle. Los agentes calmaron sus ánimos e invitaron a la pareja a ventilar sus asuntos en casa. En mala hora. Una vez que el juez civil instruyó las primeras diligencias, el juez militar de la plaza se hizo cargo del sumario. Sobre el suceso, entonces, cayó un manto de silencio. 
PASTOR, Javier. Fosa común. Literatura Random House, Barcelona, 2016. Fosa común —fosa que alude al lugar del olvido y la injusta arbitrariedad de la memoria— empieza en los años de la transición española con la narración limpia, cercana y divertida de Jaime Arzain, un adolescente en trance de descubrir el amor, el sexo, la amistad, la música o la literatura en una ciudad de provincias castrense mientras el país asiste al desmoronamiento del franquismo, las primeras elecciones constituyentes y los constantes atentados de ETA en un ambiente de miedo, esperanza y desconcierto. Años después, un Arzain maduro vuelve a esa ciudad enterrada para dialogar con las sombras de su pasado, evocando las ruinas de un mundo perdido y enfrentándose a aquel período de su vida recobrado y defraudado al mismo tiempo, como si toda la experiencia cobrara inesperadamente una naturaleza póstuma. Finalmente, el propio autor lleva a cabo una exhaustiva y absorbente investigación del caso que ha asomado a lo largo de toda la novela sin llegar nunca a detallarse: el asesinato en 1975 de una madre y sus cuatro hijos a manos del padre de familia, capitán del ejército. Esta masacre indignamente silenciada abrocha el trasunto de una experiencia moral íntima y colectiva. Fosa común, tan llena de humor como de gravedad, confirma que Javier Pastor (Madrid, 1962) es uno de los escritores más ambiciosos y radicales de la literatura española contemporánea... 
Fosa común no supone un retrato generacional de la Transición. Los lectores deben sacar sus propias conclusiones. Las que quizá sí que queden retratadas son dos instituciones: la Iglesia y el Ejército.