Imagen del interior del libro (Ilustración de Wenceslao Masip) pp. 52-53 |
Paulina se publicó por vez primera bajo el título Paulina, el mundo y las estrellas (Editorial La Caracola, 1960). Ana María Matute se decidió a escribir narrativa infantil —en la que mezcla realismo e imaginación, con un afán didáctico y moralizante— porque a su hijo le gustaban los cuentos que ella inventaba. En esta novela encontramos algunos de los datos autobiográficos que la autora transforma en materia literaria. Por ejemplo, Anastasia —la niñera de la escritora— tuvo un importante papel en su infancia y está plasmada con mucho cariño en el aya de las familias burguesas de sus novelas.
María os acompañará —dijo el abuelo—. María había entrado sin que la viéramos. Llevaba un delantal blanco, muy tieso, que crujía. Me cogió de la mano [...] Levanté la cabeza para mirarla y me sonrió. Luego me preparó el baño, abrió mi cama, sin descorrer las cortinas del balcón. Cuando salí del baño, me ayudó a trepar hasta la cama, que era muy alta. Duerme —me dijo—. Despacito arregló mi ropa (pp. 17-18)
Se levantó y apagó la luz. Luego me dio un beso en la frente y, muy despacito, salió de la habitación. Yo pensé que sus manos, que eran tan grandes y ásperas, eran las manos más cariñosas del mundo y me gustaba mucho su olor, mezcla de jabón, de leña y de pan tostado (p. 35)
Ana M.ª Matute fue una niña de frágil salud y extrema sensibilidad. A los ocho años, para curarse de una enfermedad —a los cuatro años había tenido otra grave enfermedad en el riñón—, fue a casa de sus abuelos en Mansilla de la Sierra (La Rioja). En Paulina recrea aquel viaje y a su entrañable aya, Anastasia (representada en la obra por la vieja María). Susana, la tía de Paulina, que se muestra sin piedad con los humildes, representa el mundo autoritario, dominante y egoísta. Cuando le dicen a Ana M.ª Matute que Susana, en el fondo, quiere a Paulina, responde: Sí, pero a veces no solamente es querer, sino... A veces es preferible que no te quieran tanto, pero que se porten mejor.
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La infancia de Matute se ve reflejada en sus obras. Ana M.ª Matute (Barcelona, 1925-2014) fue la segunda de cinco hermanos, hija de padre catalán y madre castellana. Nacida en el seno de una familia acomodada —el padre tenía una fábrica de paraguas en Barcelona—, la niña Ana María ignoró el mundo del hambre y de la desposesión hasta que la guerra civil española sacudió los cimientos de la sociedad que, hasta entonces, habían parecido inconmovibles, y desgarró las entrañas del país. Hubiera podido ser Ana María —y así gustaba ella de repetirlo una vez ya adulta— el prototipo de la niña feliz; pero, recientemente —con la perspectiva desapasionada que dan los años, y venciendo la añoranza imposible de un ayer soñado, mas no vivido—, la escritora confesaba, ya al final de su vida, que no fue nunca una niña feliz. Le faltaron para serlo, la comprensión y el cariño maternos. Tal vez a la madre, demasiado burguesa y, por consiguiente, lastrada de domesticidad, le alarmara y le desazonase la cargazón de sueños, de emociones y de larvadas ideas que ya podían detectarse intuitivamente en la mirada y en el silencio llenos de asombro de la hija.
Imagino que el nacimiento de una vocación en tan tempranos días no es sino el innato y lícito deseo de expresarse de toda criatura humana hacia sus semejantes. Un deseo de comunicación casi dramático, no sólo con el mundo que la rodea sino consigo misma (Ana M.ª Matute, Universidad de Blooming, 1969).
La familia gustaba de pasar los meses de verano en Mansilla de la Sierra, donde la madre poseía una finca. En este pueblo —que posteriormente será símbolo de su idea «la infancia no vuelve», puesto que ha desaparecido bajo las aguas de un pantano— a Ana María se le revelan la naturaleza, los niños y los hombres que van a protagonizar sus relatos.
Imagen del interior del libro (Ilustración de Wenceslao Masip) pp. 64-65 |
Paulina consta de 140 páginas, repartidas en veintidós capítulos. La historia da comienzo cuando la protagonista realiza un viaje con su tía a casa de sus abuelos. Paulina, que en el momento de la narración tiene diez años, rememora los acontecimientos que sucedieron hace tres, cuando una enfermedad la obligó a marcharse de la ciudad y pasar un tiempo con sus abuelos, en las montañas. Allí conoce a la abuela (que sólo conocía por las fotos que el abuelo le había enseñado cuando iba de visita a la ciudad); a Nin, un niño ciego; a María, la aya; a Marta, la cocinera...
Abajo está todo lleno de sol y huele muy fuerte a hierba recién cortada. Yo amo la tierra, y sé muy bien, muy bien, que no cambiaré nunca, aunque pase el tiempo. Porque yo soy de las montañas (p. 138)
Cuando Ana M.ª Matute tiene diez años, como la protagonista de esta historia, la guerra civil rompe su mundo y se refugia en una revista casera (Sybil) que ella misma compone y en la que se ponen de manifiesto sus aptitudes como dibujante y su capacidad creadora. Una vez alcanzada la edad adulta, Matute mezcla, en su narrativa para niños, realismo e imaginación, con un afán didáctico y moralizante. A través de los niños protagonistas la autora presenta la psicología infantil, con una singular característica común a todos: la infancia no es feliz.
Ana M.ª Matute deja de ser niña muy pronto, pero tampoco se siente mujer. No le gusta el mundo de los adultos y sólo sabe que quiere escribir. Es destacable, sin duda, el gran valor que adquiere la voz para la escritora, pues ella misma, de niña, tartamudeaba. Muchos niños tímidos se sentirán identificados con sus personajes. Lleva a sus páginas niños «especiales»: sobresale el número de niños huérfanos, desamparados; es frecuente encontrar en sus textos a niños marginados que mueren por la miseria en la que viven; niños sin voz. En Paulina, el niño es ciego, enfermizo y muy pobre, y ella, fea y enfermiza. Ella crea un sistema de lectura para él y se dan diferencias y semejanzas continuas en todo el relato, también entre las familias, la burguesa y la campesina.
MATUTE, Ana Mª. Paulina. Ed. Alborada S.A. (Col. La Locomotora, nº 2), Madrid, 1987. ISBN: 84-7772-005-3 [Diseño de cubierta de Batlle-Martí] "Acababa de cumplir diez años cuando me llevaron con los abuelos a la casa de las montañas. Primero hicimos un viaje muy largo, que duró cerca de tres días. Tuvimos que coger dos trenes, y al final (después de tomar café con leche en un bar al lado de la estación, de madrugada, con mucho frío) llegó el autocar, pintado de azul."