Las bestias, de Pierre Gascar


Las Bestias. El Tiempo de los Muertos
Pierre Gascar
Por muertos que estén, los muertos no se liberan así como así de la edad. Su recuerdo no es lo único a dilucidar: entran en un ciclo de estaciones. Ritmo mal conocido, más bien ternario, bastante lento en todo caso, con oscilaciones y pausas de tarde en tarde, se hallan clavados por toda la eternidad sobre una gran rueda en donde, a cada vuelta, se entorpecen o se aligeran, convertidos, al otro lado de los horizontes del recuerdo, en rayos de un sol huesoso.
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Hacen falta muchos muertos, mucho tiempo, muchos pasos también, para que un cementerio encuentre su realidad funeraria. En una palabra, es necesario que los muertos preparen su tierra. Nosotros, por cierto, no estábamos allí. Nuestros muertos serían muertos de guerra para los cuales debíamos hacer, en la hierba, un talud. Todo esto, en una palabra, desbordaba de juventud. Los muertos de guerra. La fórmula se había vaciado de su sentido heroico sin que hubiera dejado por ello de imponerse. La guerra se estaba alejando. Los hombres morían tardíamente de una manera más bien accidental, en el silencio de la cautividad, rindiendo las armas por segunda vez.
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GASCAR, Pierre. Las Bestias. El Tiempo de los Muertos. Premio Goncourt de Novela. Vol. V. (2.ª ed.) PLAZA & JANÉS Editores, S.A., Barcelona, 1967; p. 1291