¿Qué me asombra de la vida?
La naturaleza cíclica de las cosas. Somos títeres en un ciclón de eterno retorno.
Vorágine (RIL, 2013) es un pequeño libro de prosa poética, de apenas 60 páginas, escrito por Diego Lolic (Chile, 1990). Gracias a la magia de las redes sociales llegó a mis manos a principios de 2014 y, desde el primer momento, supe que formaría parte de mi biblioteca personal, por ello, una vez adquirido y leído, he decidido hacer mi particular reseña acerca del mismo.
Todo aflige al corazón cuando, entre verso y verso, se escriben los avatares del propio pensamiento, la odisea de un espíritu errante que, batalla a batalla, se va forjando en el interior de un mundo que se nos antoja nuestro. Intenta en su lucha hallar cobijo, entre los otros. Aspira a conocerse, comprenderse, mutarse para no extinguirse. Decide desprenderse, al fin, del único peso que lo amarra al cuerpo. Necesita hablar de sí. Así es Diego Lolic, un caudal precipitado de sentimientos y sensaciones, empapados de recuerdos que no buscan ya refugio. El fuerte hermetismo que una vez sirvió de timón a su primer navío, funciona ahora como simple armazón con el que recubrir cada palabra de una barca tripulada ya por la razón. Alarido irritado, que se ha despojado de su lástima, a golpes de conciencia que arroja ahora, remordida, la pasión de la palabra. A la fuerza ahorcan y no puede, no quiere ser, la víctima de un mundo que se le antoja vano… No procede, tras su lectura, fingir que no se ha disfrutado con toda furiosa imprecación emitida en cada página, pues si en principio se ensaña con sus propios miedos, no tarda en hacerlo, un instante después, con cuanto acoge su conjura, para ahuyentar definitivamente al monstruo de la cobardía que, como él mismo confiesa, lo ha llevado “de lado a lado, girando por atardeceres perdidos”, hasta lograr, al fin, mantenerse “firme y en pie” a su lectura. Una lectura que no puede ser interpretada jamás bajo los convencionalismos de un pensar trasnochado y caduco. Leer a Lolic supone dejar a un lado todo prejuicio y acercarnos abiertamente a su psique con una mirada íntima, no del todo desvinculada de su envoltura corporal.
He hallado entre prosa y verso el eco de mi propia voz y de la suya, como en un sueño. Una voz que, si bien no permanecía ausente del todo de este mundo, se ha presentado ahora, atrevida, sin ornamento, no privada, sin embargo, de una belleza singular, para dar testimonio de sentires que nunca me fueron ajenos. Adentrarme en la Vorágine de Lolic ha sido, para mi, una aventura fascinante, un regocijo de sensaciones que merece la pena repetir de nuevo.
LOLIC, Diego, Vorágine (Poemas). Ril Editores, Chile, 2013
Algunos dirán, y lo he escuchado: ¿Qué de interesante tiene leer sobre la vida de otros, o qué de interesante es para un artista basar la obra en sí mismo?. Esa mitificación del arte, como si el proceso creativo fuese un lapsus ajeno al propio devenir, es un coartante error. Es justamente en esa Vorágine interna donde se encuentra el material fértil de las primeras búsquedas y, por qué no decirlo, de la búsqueda eterna que da sentido a dedicarse a una disciplina artística. Trabajar con los propios fantasmas, dirá Antonin Artaud, desde su poesía desenfrenada, neurótica y envolvente.
Alejandro Torres Contreras, Prefacio
La poesía o la experiencia de tomarse la palabra
Chile, febrero de 2013