Imagen | Svetlana Aleksiévich (Photo from the archive of S. Aleksievich) |
La Academia Sueca entregó el Premio Nobel de Literatura de 2015 a la escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich. Dicha distinción forma parte de una serie de cinco premios específicamente señalados en su día dentro del testamento del filántropo sueco Alfred Nobel para ser otorgados anualmente «a quien haya producido —en este caso el campo de la literatura— la obra más destacada, en la dirección ideal».
Un escritor. Svetlana Aleksiévich es periodista en Bielorrusia, un país en el que no existe libertad de prensa y del que la escritora marchó en el año 2000 debido a la presión política a la que se vio sometida. Regresaría al año siguiente, instalándose en Minsk (su capital). Sus textos nos muestran diversas historias acerca de la vida en la Unión Soviética y en los países que emergieron de ésta tras su disolución. La autora era en nuestro país prácticamente una desconocida antes de que se le otorgara el Premio Nobel de Literatura y de que su obra —La plegaria de Chernóbil (Siglo XXI, 2006) o Voces de Chernóbil (Random House, 2015) y Temps de segona mà (Raig Verd, 2015), entre otras— fuese tan traducida...
Las palabras. Su influencia. Los escritores influyen. Alguien ya lo dijo antes. Al fin y al cabo es cierto. En un mundo donde la influencia reina, el lector aprovecha sus conocimientos e inquietudes para tratar de aprehender lo que los escritores cuentan. Ellos son —en ocasiones, sin querer— los que más enseñan. Ellos manejan el objeto más importante jamás creado, el instrumento de escritura, construyendo con palabras obras que sirven a un fin concreto —a saber, deleitar con su prosa, su poesía, su arte literario—: enseñar, en definitiva, su visión de las cosas, sean cuales sean, estén donde estén, signifiquen lo que signifiquen para ellos y para otros, sugieran lo que sugieran. No todos —apenas un puñado— logran su propósito. Para el resto de mortales idéntico instrumento deviene en tortura.
Imagen | Ernest Hemngway |
Ningún escritor escapa a la crítica. Mayores o menores, las obras de estos arquitectos y aparejadores del lenguaje son escrutadas por expertos y aficionados cuya crítica —el veredicto, esa suerte de condena— queda asociada a ellas por tiempo inmemorial.
No teniendo ninguna facilidad en el arte del dar discursos, ni maestría alguna en la oratoria, aun no dominando tampoco la retórica, es mi deseo dar las gracias por este premio que tan generosamente me han concedido. —Comienzo del discurso de Ernest Hemngway al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1954—.
Todo escritor que conozca a aquellos grandes escritores que no recibieron el Premio acepta el suyo sin otra cosa que humildad. No hay necesidad de mencionar a estos escritores. Todo el mundo puede crear su propia lista según su sabiduría y conciencia. Ernest Hemingway.
A este respecto, la experta en literatura americana, Rena Sanderson, dijo en su momento que los primeros críticos de la obra de Hemingway alabaron entonces el mundo androcéntrico que mostraba y su ficción en tanto que otorgaba al hombre un papel preponderante en relación a las mujeres, a las cuales dividía en «represoras del amor o esclavas del mismo». Las críticas feministas no se hicieron esperar y atacaron la obra de Hemingway, tachando al autor de «enemigo público». Revisiones recientes de la obra del escritor «han dado nueva visibilidad a los personajes femeninos de Hemingway (y sus puntos fuertes), poniendo de manifiesto su sensibilidad sobre cuestiones de género y sobre el género humano, en general».
Un lugar y un tiempo. Las críticas literarias, como todo lo que rodea a la literatura, están en gran medida relacionadas con la cultura y la educación recibidas por quien las profiere. Las vertientes literarias de que se sirve el crítico para categorizar las obras en mayores o menores —según posean éstas una mayor o menor elaboración, traten en profundidad y con mayor calidad estilística y narrativa un tema, etc.— son hijas de su tiempo y han encontrado siempre un lugar en la historia de la literatura, así como en el recuerdo de quienes las recibieron, para bien o para mal, porque obtener una crítica literaria significará siempre que interesa una obra. Hoy por hoy esta afirmación resulta cuando menos risible. El común de los escritores parece concebir sus obras actualmente valorando sobre todo las posibles críticas que tanto los lectores como los críticos realizarán una vez éstas lleguen a sus manos. ¿Acaso puede este escritor actual desplegar su arte sin necesidad de andar exponiéndose él como un personaje más o explicando al mundo en qué consiste hasta el más escabroso detalle de su oficio, cuando no de su vida privada? Sabemos que sí, pero no es frecuente. Para complicar aún más las cosas, surge un gran inconveniente, a veces dos: la inocente apertura de una cuenta en una red social por parte del escritor y, quizá, la creación de un blog, a falta de un espacio regular donde publicar parte de su obra, esa parte que permite conocer otras facetas del autor, no menos interesantes.
Imagen | Conectados
Una posición. Hoy en día, cada vez más, las búsquedas de los usuarios en las redes sociales vienen impulsadas por el contenido que tiene lugar en el interior de los blogs. Estos espacios virtuales son más importantes de lo que pensamos a la hora de expandir y difundir información. Su alcance es tan extraordinario que llegan a competir a diario con otros blogs profesionales y también con páginas web especializadas de muy diversa índole (prensa, editoriales, revistas literarias, de historia, filosofía, sobre ciencia y tecnología...) así lo demuestran los listados que ofrecen los motores de búsqueda, los cuales los colocan en posiciones nada desdeñables para lo que cabría esperarse de simples aficionados.
Un Blog. Tener un blog actualmente se ha convertido en un pasatiempo global. Millones de usuarios navegan por las redes sociales en busca de otros internautas con quienes intercambiar información en un sinfín de situaciones: lúdicas, en pequeños cajetines donde recargar y descargar si se les consiente sus neuras; didácticas, en los entornos virtuales de enseñanza o de debate con quienes compartir puntos de vista; analíticas, en donde la Red funciona como espejo de la sociedad y el investigador se acerca a ella con mirada crítica pero no con fines meramente profesionales, desvinculándose del mero aprendiz y del simple docente. Esto, lejos de preocuparnos, nos encanta. Madrugamos, viajamos, trabajamos, nos alimentamos y ociamos en compañía de otros de forma voluntaria. Nuestros espacios virtuales se convierten en un escaparate que muestra nuestros trabajos, pero también muchas de nuestras inquietudes, aficiones o nuestros quehaceres diarios. Pero lo interesante llega cuando uno comparte sus opiniones, apreciaciones y observaciones acerca de lo que encuentra en otros lugares...
Imagen | Blog
No es lo mismo soltar ingenios —o sandeces— en la zona de comentarios, como aquel que se esconde entre el gentío, que colocarse en primera fila para que le disparen a uno. Exponerse es exponerse. R.C.A
Una zona de comentarios. Leemos una media de diez textos digitales al día —en la mensajería del móvil, en los blogs, e-readers, foros, chats, videoconsolas, las notificaciones de redes sociales, los whatsapp, subtítulos de series y películas, los créditos, el gps del coche y dispositivos de audio o música en un iphone o en el ordenador portátil— y nos nutrimos de la información que nos ofrecen, interactuando, a veces, con comentarios o símbolos que indican nuestro agrado y compartiendo su contenido si nos parece relevante. Opinamos. Nos situamos en la zona segura, la que nos permite expresarnos. Apuntamos a la diana y disparamos. A veces fallamos, otras acertamos. Seguimos jugando. Nos fiamos de ciertos puntos de vista tradicionales o independientes según la educación que cada uno posea y haya recibido —a veces, también, según los estándares de nuestra época, lo hacemos para no caer en la marginación y el ostracismo. Da igual que lo neguemos. Yo lo sé, lo más seguro es que también lo sepan otros—. Vivimos, nos guste o no, en una constante zona de comentarios.
El crítico. No, escribir no es sólo una función desempeñada por escritores y no sólo se lee hoy día a quienes publican textos impresos, pero ahora más que nunca se presta una atención terrible a los libros en cualesquiera sean sus formatos, a todos los textos. Hay, a saber, una especie nueva de crítico, una que parece querer ayudar en el exceso de decisiones que tenemos que tomar a diario los usuarios, independientemente de la formación que tengamos. Se prestan a leer todo tipo de textos, no sólo los literarios: las cuitas tuiteras, los escándalos televisivos —o las secciones de moda y pseudoliteratura—, los desastres cotidianos o los pesares laborales ajenos del presente y el pasado. Dedican parte de su valioso tiempo, además, a tratar de iluminarnos con sus opiniones críticas acerca de todo lo que han leído. Son los nuevos críticos literarios de bajo presupuesto y es seguro que en algún momento se los habrá cruzado. Personas sin formación alguna —académica o no, poco importaría si fuesen capaces de interiorizar y analizar primero, de explicar y exteriorizar después cada una de sus lecturas del modo mismo en que uno aprehende la vida. No es el caso— que vuelcan su opinión, presumiblemente fundada, en las redes sociales, en sus blogs literarios o en la zona de comentarios. Enjuician obras que a menudo no comprenden, porque muchos nada saben más allá de sus instintos primarios. Arremeten contra aquel escritor que intenta transmitir en su trabajo impresiones y observaciones alejadas de aquellas otras que —propias de los malditos plasmadores de mundos vacuos: los yoes inveterados, amantes de sí mismos, siervos, sin embargo, de una constante modernidad que jamás ceja en su empeño por actualizarse— resultan simplistas, cuando no mediocres. Esa nueva especie de críticos hiperadaptados, unos maníacos potenciales cuyo único afán es transformarse y, quizá, convertirse en una suerte de reinsertados sociales del mundo virtual, aplaudidos, defendidos hasta la saciedad y protegidos por ejemplares de su misma condición cuya única característica común a todos ellos es que no son conscientes de su ignorancia ni del significado de ser humilde. La humildad que da saberse inacabado. Aún en formación. Siempre.
El bloguero. Conocer y confiar en la opinión de otros, por ejemplo un bloguero o un escritor, se ha convertido casi en un rito entre los usuarios y uno —que no es del todo lo uno ni lo otro, pero es un buen observador— siente que su propia opinión no importa tanto (esto hasta cierto punto es lógico) pero que acogerse al ritual sea preferible para muchos y hasta deseable antes que pasar desapercibidos, no tanto. Porque blogueros hay de muchas clases: 1) A los que sin mucho pudor se denomina blogueros de moda, que suelen distinguirse del resto porque ellos son a quienes el universo lee. Los hay buenos —a saber, con cualidades innatas, no necesitan adquirir, por tanto, cualificación alguna. Están sobrecualificados—, con tanto talento que toda su actividad consiste en colgar fotos o verter letras que juntan en tiempo récord para cumplir con el ritual diario y poder volver así a sus quehaceres reales. Todo su afán consiste en llamar la atención y coleccionar seguidores. Y los tienen, muchos. 2) Hay blogueros interesantes, se han ganado a pulso el lugar que ocupan en la Red y sus contenidos les representan sin necesidad de florituras ni de gestos discursivos impactantes o extravagantes, unas veces ganan, otras pierden. Se les sigue, mucho. 3) Los escritores con un escaparate virtual, un espacio que ya poseían antes (a veces después) de que les colocaran el título de escritor con mayúsculas que ahora les imponen (como si antes no lo fueran). Exponen sus opiniones sin mediación ya de sus personajes y si uno comete la imprudencia de interpelarles acerca de algún asunto, ellos siempre responden (es cruel, ¡déjenlos en paz! ¡Con escribir suficiente castigo tienen!). 4) Los aspirantes a blogueros y a escritores, indistintamente. Niegan la denominación pero tienen un blog, escriben en él y hasta publican libros (a pares). A los aspirantes no se les reconocen méritos pero se les conocen muchas obras (en sus blogs o a la venta), también amigos y fiestas de baile. Sobre todo en imágenes, pues no es habitual que se les mencione en relación a sus obras y sí acerca de sus cubiertas o de sus asuntos personales... Son sospechosos de muchas de las críticas subversivas que se vierten bajo el anonimato y su programa de marketing abraza constantemente todas las estrategias que intentan aprovecharse de los blogueros importantes para publicitar su producto. A los aspirantes, ignorar no les basta, gustan de boicotear a otros blogueros, sobre todo a escritores. Se sitúan junto a nosotros en el lugar idóneo: la zona de comentarios.
Imagen | Flickr
Los profesionales. Se dan cuenta de todos estos fenómenos y deciden realizar ciertos seguimientos, de forma regular, a blogueros importantes —a saber, aquellos con suficientes seguidores como para influir en algunos—. Siguen sus blogs, pero también a sus administradores en las redes sociales. Sutilmente (o no) tratan de colocar su producto o sus servicios con ánimo de que su negocio, enfocado siempre hacia un mercado vertical clave, se asiente. Pero se encuentran en ocasiones con un gran problema: la indiferencia del bloguero. Aquellos que poseen cierta reputación reciben muchas propuestas de marcas a la semana de las que sólo el 10% son leídas, las demás se eliminan sin haberlas ni mirado. La prioridad del profesional es conocer al bloguero. Saber lo que hace antes de poner en marcha cualquier iniciativa individual. Para el profesional, el bloguero se convierte en una suerte de ídolo, quedando relegado durante un tiempo prudencial el verdadero interés que le mueve. Como un blog es habitualmente algo personal, en él un bloguero pone su corazón y su alma, lo hace en sus artículos ya sean diarios, semanales o mensuales, y él, su forma de transmitir, es la única marca que preside su casa. Si una empresa trata de acercarse a él con la intención de que escriba un artículo o de suministrarle contenido concreto, lo más seguro es que reciba una negativa por respuesta. No obstante, los profesionales buscan obsesivamente promocionarse y, por lo general, lo consiguen. Son buenos. Tienen recursos. Saben de qué manera compensar a un bloguero sin molestarle.
Los aficionados. Intentar persuadir a un bloguero de que promocione una marca, sin compensación alguna, está a la orden del día entre los que aspiran a ser profesionales del marketing. Tratar de compensarle por medios poco éticos, también. Todo depende de la persona que maneja la marca. La relación entre blogueros y profesionales (o no) del marketing es ya muy vieja. Construir nuevas relaciones es crucial para cualquier marca, antigua o nueva. Es algo que ya no nos sorprende, no debería. Por lo general, los blogueros siempre favorecen a alguien con el que han trabajado en repetidas ocasiones, habiendo tenido en tal caso una buena experiencia. Es importante recordar que muchos blogueros escriben en / para otros blogs o páginas web en algún momento y que lo seguirán haciendo. La consideración y el reconocimiento a su trabajo son vitales.
Imagen | Persuasión