Mithistórima (Leyenda, 1935), de Yorgos Seferis

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MITHISTÓRIMA (LEYENDA)

1935

Si j'ai du goût, ce n'est guères Que pour la terre et les pierres - Arthur Rimbaud

I
Al mensajero
tres años lo esperamos tenazmente
atisbando de cerca
los pinos la playa y las estrellas.
Fundidos con la reja del arado o la quilla del barco
tratamos de encontrar la primera semilla
para que comenzara de nuevo el drama antiguo.
Regresamos a casa destrozados
con los miembros desfallecidos, con la boca arrasada
por el sabor a herrumbre y a salmuera.
Al despertar viajamos hacia el norte, extranjeros,
hundidos en la niebla por las alas blanquísimas de los
                                            [cisnes que nos herían.
En las noches de invierno nos enloquecía el fuerte
                                                 [viento del este
en los estíos estábamos perdidos en la agonía del día
                                                [incapaz de expirar.
Llevábamos detrás
estos bajorrelieves de un arte humilde.

II

Un pozo todavía en una gruta.
En tiempos nos fue fácil hacer surgir imágenes y adornos
para que se alegraran los amigos que aún nos eran fieles. 
Las cuerdas se rompieron; sólo estrías en la boca del pozo
nos recuerdan la dicha ya pasada:
los dedos en el brocal, como dijo el poeta.
Los dedos sienten un poco el frescor de la piedra
y el calor del cuerpo la domina
y la gruta juega su alma y la pierde
a cada instante, plena de silencio, sin una sola gota.

III
Recuerda el baño en que te mataron
Me desperté con esta cabeza de mármol en las manos
que me agota los codos, no sé dónde apoyarla.
Y caía en el sueño a medida que del sueño yo salía
así se unieron nuestras vidas y será muy difícil volver a separarlas. 
Miro los ojos: ni abiertos ni cerrados
hablo a la boca que está a punto de hablar constantemente
sostengo las mejillas que la piel traspasaron.
Estoy sin fuerzas ya.
Mis manos se me pierden y me vuelven
mutiladas.
IV
Argonautas
Y un alma
si quiere conocerse
en un alma
ha de verse:
al extranjero, al enemigo, lo vimos en el espejo. 
Los compañeros eran bravos muchachos,
ni la fatiga ni la sed ni las heladas
les hacían gritar,
tenían los modales de los árboles y de las olas
que acogen al viento y a la lluvia
acogen a la noche y al sol
sin cambiar en medio de los cambios.
Eran bravos muchachos, días enteros
sudaban en los remos con los ojos bajos
respirando cadenciosamente
y su sangre enrojecía una piel dócil.
Cantaron una vez, con los ojos bajos,
cuando doblamos la isla abandonada de las opuncias,
hacia el oeste, más allá del cabo de los perros
que ladran.
Si quiere conocerse, decían,
en un alma ha de verse, decían,
y los remos herían el oro de la mar
en el crepúsculo.
Pasamos muchos cabos muchas islas el mar
que lleva al otro mar, gaviotas, fcas.
En tiempos mujeres desgraciadas con lamentos
lloraban a sus hijos perdidos
y otras furiosas buscaban a Alejandro Magno
y las glorias hundidas en las profundidades de Asia.
Atracamos en playas rebosantes
de fragancias nocturnas y gorjeos de pájaros,
de aguas que dejaban en las manos
el recuerdo de una gran felicidad.
Pero los viajes no se terminaban.
Sus almas se fundieron con los remos y escálamos
con el rostro severo de la proa
con el surco del timón
y el agua que rompía sus semblantes.
Los compañeros acabaron en fila,
con los ojos bajos. Sus remos muestran
el sitio donde duermen en la playa.
Nadie los recuerda. Justicia.
V
No los conocimos
                     era la esperanza que en el fondo del alma nos decía
que los habíamos conocido de muy niños.
Tal vez los viéramos dos veces: después se hicieron a la mar.
Cargas de carbón, cargas de cereales, y nuestros amigos
perdidos más allá del océano para siempre.
El alba nos encuentra cerca de la lámpara cansada
dibujando con esfuerzo en un papel, torcidamente,
navíos conchas o gorgonas.
Por la tarde bajamos hacia el río
pues nos muestra el camino de la mar,
y pasamos las noches en sótanos que huelen a alquitrán.
Nuestros amigos han partido
                                     quizá no los hayamos visto nunca, quizá
los encontramos cuando aún el sueño
nos llevaba muy cerca de la ola que alienta,
acaso los busquemos porque buscamos la otra vida,
más allá de las estatuas.
VI
M.R.
El jardín con sus surtidores en la lluvia
tan sólo lo verás de la ventana baja
detrás de los cristales empañados. Solamente
la llama de la chimenea dará luz a tu cuarto
y alguna vez, en los relámpagos lejanos, aparecerán
las arrugas de tu frente, viejo Amigo. 
El jardín con los surtidores que eran en tu mano
ritmo de la otra vida, más allá de los mármoles
rotos y de las columnas trágicas,
y en los laureles rosas una danza
cerca de las canteras nuevas,
un cristal empañado lo habrá cortado de tus días.
No respirarás: la tierra y la savia de los árboles
se lanzarán de tu memoria para chocar
con este cristal herido por la lluvia
desde el mundo exterior.
VII
Viento sur
El mar hacia el oeste se confunde con una sierra de montañas.
A nuestra izquierda sopla el viento sur, nos enloquece,
este viento que desnuda los huesos de la carne. Entre los pinos y los algarrobos nuestra casa.
Grandes ventanas. Grandes mesas
para escribir las cartas que te escribimos
durante tantos meses y que echamos
en la separación para colmarla. 
Lucero del alba, cuando bajabas los ojos
nuestras horas eran más dulces que el aceite
en la herida, más joviales que en el paladar
el agua fresca, más serenas que edredones de cisne.
Tenías en tu palma nuestra vida.
Después del pan amargo del exilio
si frente al muro blanco de noche nos quedamos
como esperanza de fuego tu voz se nos acerca
y este viento de nuevo
afila una navaja
en nuestros nervios. 
Te escribimos las mismas cosas cada uno
y se calla cada uno frente al otro
mirando, cada uno para sí, el mismo mundo
la luz y las tinieblas en la sierra
y a ti. 
¿Quién nos levantará del alma tanta pena?
Ayer tarde tormenta y hoy de nuevo
está pesado el cielo encapotado. Nuestros pensamientos
como agujas de pino de la tormenta de la víspera
a la puerta de casa hacinados e inútiles
quieren construir un castillo que se hunde. 
En estos pueblos diezmados
sobre este cabo expuesto al viento sur
con esta sierra ante nosotros que te oculta,
¿nuestro empeño de olvido quién lo tendrá en cuenta?
¿Y quién aceptará la ofrenda nuestra en este fin de otoño?
VIII
¿Qué buscan nuestras almas en su viaje
sobre puentes de barcos destrozados
oprimidas entre mujeres amarillas
y niños que lloran sin poder olvidarse
ni con los peces voladores
ni con las estrellas que los mástiles muestran en su punta,
gastadas por discos de gramófonos
involuntariamente atadas a inexistentes ritos
murmurando pensamientos rotos en lenguas extranjeras? 
¿Qué buscan nuestras almas en su viaje
sobre leños marinos ya podridos
de puerto en puerto,
desplazando piedras rotas, respirando
cada día con más dificultad la frescura del pino, nadando en las aguas de este mar
y de aquel mar,
sin tacto ya
sin hombres
en una patria que ya no es de nosotros
ni es ya vuestra? 
Sabíamos que las islas eran bellas
un lugar aquí en torno donde andamos a tientas
un poco más abajo o un poco más arriba
a una distancia mínima. 
IX
Es viejo el puerto, no puedo esperar más
ni al amigo que fue a la isla de los pinos
ni al amigo que fue a la isla de los plátanos
ni al amigo que se fue mar adentro.
Acaricio los cañones enmohecidos, acaricio los remos
para que mi cuerpo reviva y se decida.
Las velas del barco sólo exhalan olor
a sal de otra tormenta. 
Si he querido estar solo, busqué la soledad,
yo no busqué una espera de este estilo,
este fraccionamiento del alma en el horizonte,
estas líneas, estos colores, el silencio este. 
Las estrellas de la noche me conducen a Ulises
cuando entre los asfódelos esperaba a los muertos.
Entre los asfódelos cuando anclamos ahí cerca quisimos encontrar
la quebrada que vio a adonis herido.
X
Nuestro país está cerrado, todo montes
que día y noche tienen como techo el cielo bajo.
No tenemos ríos no tenemos pozos no tenemos fuentes,
tan sólo unas cisternas retumbantes, vacías también
 ellas, que tanto veneramos.
Un sonido sordo y estancado, idéntico a nuestra soledad,
idéntico a nuestro amor,
idéntico a nuestros cuerpos.
Y nos parece extraño que hayamos podido construir
 en tiempos
las casas las cabañas los apriscos.
Y nuestras bodas con sus coronas frescas y alianzas
se vuelven enigmas insolubles para el alma.
¿Cómo nacieron y crecieron nuestros hijos?
Nuestro país está cerrado. Lo cierran
las dos negras Simplegades. El domingo
en los puertos cuando bajamos a tomar el aire
vemos iluminarse en el crepúsculo
leños rotos de viajes que aún no terminaron
cuerpos que ya no saben cómo amar.
XI
Como la luna se helaba tu sangre algunas veces
tu sangre en la insondable noche desplegaba
sus blancas alas sobre las rocas negras
sobre las casas y las figuras de los árboles
con una escasa luz de nuestros años niños.
XII
Botella en el mar
Tres rocas, escasos pinos calcinados y una ermita
y más arriba
vuelve a empezar la copia de idéntico paisaje:
tres rocas en forma de portal, enmohecidas,
escasos pinos calcinados, negros y amarillos,
sepultada en la cal una casita
cuadrada y más arriba todavía muchas veces
surge el mismo paisaje en escalera
hasta el horizonte, hasta el cielo que declina 
Aquí anclamos la nave para empalmar los remos rotos,
beber agua y dormir.
El mar que nos causó tanta amargura es profundo e insondable,
despliega una bonanza inmensa.
Aquí entre los guijarros encontramos
una moneda y la jugamos a los dados.
La ganó el más pequeño y desapareció. 
Volvimos a embarcar con nuestros remos rotos.

XIII
Hidra
Delfines estandartes cañonazos.
El mar tan amargo para tu alma en tiempos
levantaba navíos polícromos y resplandecientes,
se plegaba, y los balanceaba plenamente azul con alas blancas,
tan amargo para tu alma en tiempos
y ahora al sol henchido de colores. 
Velas blancas luz remos mojados
herían con ritmo de timbal olas en calma. 
Bellos fueran tus ojos si miraran
y tus brazos brillantes si se abrieran
como en tiempos tus labios vivos estarían
ante un prodigio tal:
lo buscabas
           y qué buscabas tú ante la ceniza
o en la niebla la lluvia y en el viento
a la hora en que las luces titilaban
y la ciudad se hundía y desde el pavimento
su corazón te mostraba el Nazareno,
¿qué buscabas? ¿por qué no vienes? ¿qué buscabas?
XIV
Tres palomas rojas en la luz
grabando en la luz nuestro destino
con colores y gestos de personas
que amábamos.
XV
Quid πλατανων opacissimus?
El sueño te envolvió con hojas verdes, como a un árbol,
respirabas, como un árbol, en una luz serena
y en la fuente transparente vi tu cara
con los párpados cerrados y las pestañas horadando el agua.
Mis dedos encontraron tus dedos entre la hierba tierna,
te tomé el pulso un instante
y sentí en otra parte la pena de tu alma. 
Bajo el plátano, cerca del agua, en los laureles
te desplazaba y destrozaba el sueño
en torno a mí, cerca de mí, sin yo poder tocarte toda entera,
unida a tu silencio:
yo veía tu sombra agigantarse y hacerse más pequeña,
perderse en otras sombras, en el otro
mundo que te dejaba y te cogía. 
La vida que nos dieron a vivir ya la vivimos.
Ten lástima de aquellos que aún esperan con tan gran paciencia
perdidos bajo el peso de los plátanos en los laureles negros,
y de cuantos hablan solos a las cisternas y a los pozos
y se ahogan en los círculos mismos de su voz.
Y compadece al compañero que sudor y penurias compartió
 con nosotros,
y se hundió en el sol, como un cuervo más allá de los mármoles,
sin esperanza de gozar la recompensa. 
Danos la serenidad fuera del sueño.
XVI
y por nombre Orestes
En la pista, en la pista de nuevo, en la pista
cuántas vueltas y círculos sangrientos, cuántas filas
negras de gente que me mira,
que me miraba cuando sobre el carro
radiante levantaba yo la mano, y me aclamaba. 
La baba de los caballos me golpea, los caballos
              ¿cuándo se cansarán?
Chirría el eje, el eje se calienta, el eje ¿cuándo se incendiará?
¿Cuándo se romperán las riendas, cuándo los cascos
en toda su extensión van a pisar la tierra,
la tierna hierba, entre las amapolas donde tú en primavera
cogías una margarita?
Eran bells tus ojos mas no sabías tú dónde mirar,
dónde mirar tampoco yo sabía, yo que sin patria
lucho aquí cerca —¿cuántas vueltas?—
y siento que se doblan mis rodillas sobre el eje,
sobre las ruedas y la salvaje pista,
las rodillas se doblan fácilmente cuando quieren los dioses,
nadie puede escaparse: ¿de qué sirve la fuerza?, no puedes
escapar del mar que te acunó y que tú buscas
en esta hora del combate en el aliento de los caballos
con las cañas que cantaban en otoño al modo lidio
el mar que no puedes hallar por más que corras
por más que vuelvas a las Euménides negras que están cansadas ya,
sin remisión.
XVII
Astianacte  
Ahora que te vas toma al niño
que vio la luz debajo de aquel plátano
un día en que sonaban las trompetas y brillaban las armas
y se inclinaban los caballos sudorosos para tocar
en el abrevadero con los hocicos húmedos
la superficie verde de las aguas. 
Los olivos con las arrugas de los padres
las rocas con la sabiduría de los padres
y la sangre de nuestro hermano viva en la tierra
eran augusta norma gozo fuerte
para las almas que conocían su plegaria. 
Ahora que te vas y que despunta el día
de saldar las cuentas, ahora que nadie sabe
a quién ha de matar ni cómo acabará,
toma contigo al niño que vio la luz
debajo de las hojas de aquel plátano
y enséñale a pensar en los árboles.
XVIII
Lamento haber dejado pasar un río ancho entre mis dedos
sin beber ni una gota.
Ahora me hundo en la piedra.
Un pino pequeño sobre la tierra roja,
mi única compañía.
Lo que amé se ha perdido con las casas
que estando nuevas el verano último
se hundieron con el viento del otoño.
XIX
Por más que sopla el viento no nos da frescura
y bajo los cipreses la sombra sigue estrecha
y en torno sólo hay montes escarpados. 
Nos cargan los amigos
que no saben ya cómo morir.
XX
En mi pecho se vuelve a abrir la herida
cuando declinan las estrellas y entroncan con mi cuerpo
cuando bajo los pasos de los hombres cae silencio. 
Estas piedras que naufragan en los años ¿hasta dónde van a arrastrarme?
El mar, el mar, ¿quién podrá agotarlo?
Cada alba veo las manos que hacen señales al buitre y al halcón
atadas a esa roca que el dolor ha hecho mía,
veo los árboles que respiran la calma negra de los muertos
y después sonrisas, inmóviles, de estatuas.
XXI
Nosotros que partimos para este
peregrinaje, miramos las estatuas destrozadas,
nos olvidamos y dijimos que la vida tan fácilmente no se pierde
y que la muerte tiene caminos insondables
y una justicia propia; 
y que cuando morimos con la cabeza alta,
hermanados en la piedra,
unidos con la dureza y la impotencia,
los muertos de otros tiempos huyeron ya del círculo, se alzaron,
y sonríen en una calma extraña.
XXII
Ya que ante nuestros ojos tantas y tantas cosas desfilaron
que nuestros ojos nada vieron, sino que más lejos
y detrás de la memoria como una tela blanca cierta noche
en un recinto en que vimos imágenes extrañas, más extrañas
                                                                      que tú, pasar
y perderse en la fronda inmóvil de un lentisco; 
ya que hemos conocido tan bien nuestro destino
errando entre las piedras rotas -tres o seis mil años-
excavando en edificios derrumbados que quizá habían sido
                                                                    nuestras casas
tratando de recordar fechas y hazañas:
¿podremos? 
ya que fuimos atados y fuimos dispersados
y ya que hemos luchado con asperezas por lo que se decía
 inexistentes,
perdidos, y encontrando de nuevo un camino lleno de
 batallones ciegos
hundiéndonos en los pantanos y en el lago de Maratón,
¿podremos morir normalmente?
XXIII
Un poco aún
veremos
los almendros florecer
brillar al sol los mármoles
el mar romperse en olas 
un poco aún,
alcémonos un poco más arriba.
XXIV
Aquí acaban las obras de la mar las obras del amor.
Aquellos que un día vivirán aquí donde acabamos,
si alguna vez la sangre en su memoria se ennegrece y se desborda,
que no nos olviden, almas débiles entre los asfódelos,
que vuelvan hacia el Érebo las cabezas de las víctimas: 
Nosotros que no teníamos nada les enseñaremos el sosiego.

SEFERIS, Yorgos. Mithistórima y otros poemas. Ediciones Orbis, S.A., Colección Los Premios Nobel, n.º 15, Barcelona, 1983. Traducción del poema Mithistórima, de Ramón  Irigoyen. Mythistórima (Μυθιστόρημα), 1935 (Novela), es una serie de poemas que se basan en la Odisea. Yorgos Seferis (1900-1971) era el nombre por el que era conocido el poeta, ensayista y diplomático griego que consiguió el Premio Nobel de Literatura en 1963 —sería el primero de su nacionalidad en lograrlo—. Nació en Esmirna (Imperio otomano; actualmente parte de Turquía), hijo de un abogado y de una hija de un poderoso terrateniente. Su padre, profesor de universidad, era considerado como el mejor traductor de Lord Byron. A la edad de 14 años, comenzó a escribir sus primeros poemas. En 1914 la familia se trasladó a Atenas, donde Yorgos prosiguió con sus estudios hasta 1917, año en que terminó el bachillerato. En 1918, siguió estudios de derecho y literatura en la Sorbona (París), terminando la carrera en 1924. Durante estos años siguió escribiendo versos y tomó contacto con la poesía francesa contemporánea. A pesar de su interés por la filología y por el arte, y estando muy ligado a su tierra, se incorporó al servicio diplomático griego cuando los turcos tomaron Esmirna, su ciudad natal, a principios de los años veinte. Desempeñó servicios como vicecónsul en Londres, conoció la poesía de T.S. Eliot, cuyo estilo le influyó mucho, y como cónsul en Albania en los años treinta. En 1931 publicó su primer volumen de poesía, Strofi (El momento crucial) y un año después apareció su segunda colección, I Sterna. En 1935 vio la luz Mythistorima. En 1963 recibió el Premio Nobel de Literatura. Seferis estuvo muy influido por Constantino Cavafis, T. S. Eliot y Ezra Pound. En 1967 se pronunció en contra de la dictadura establecida por el general Papadopoulos, llegando a ser popular entre los jóvenes griegos. 
Seferis es considerado el poeta griego más importante de la generación de la preguerra de los años treinta. En su obra destaca su amor y nostalgia por el Mediterráneo y su ciudad natal, Esmirna. Escribió en dimotikí glosa -la lengua del pueblo-, lengua griega que había seguido su natural evolución y que presentaba modificaciones notables con la lengua oficial, impuesta desde el Estado, llamada kazarévusa. Intentó combinar sus propias experiencias con la historia y la mitología. Una de sus principales fuentes de inspiración fue la Odisea de Homero, en particular, para mostrar cómo la personalidad humana no ha cambiado a través de los siglos.