Twitter es la estrella de las redes sociales. Es la plataforma de comunicación en tiempo real más importante que existe en la actualidad, y numerosos usuarios emiten sus juicios y sus apreciaciones, además de verter sus experiencias acerca de ella —y de muchos otros asuntos— en el interior de esos nidos individuales, ubicados sobre altas y diversas ramas… Twitter no sólo suple de cierta forma el aislamiento social que traen consigo el desarrollo y la vida moderna, sino que estimula también y mucho la participación…
Todo usuario, bajo la atenta mirada de la avecilla azulada, publica, visita sitios, comparte e intercambia a diario información, mediante breves comentarios en formato de texto, con un máximo de ciento cuarenta caracteres. En resumidas cuentas, vivimos y anidamos entre la realidad (madrugar, estudiar, trabajar, leer, escribir, comer, beber, respirar… siempre conectados) y Twitter. El resto del día, dormimos o estamos en el baño. ¿Cómo y cuánto afecta todo esto a los usuarios? Hace no mucho tiempo, Twitter era un lugar donde uno podía decir lo que quisiera, sin que nadie más que uno pudiese borrar los mensajes si así lo deseaba. Podías despotricar, soltar .tus neuras… En fin, que por más que le achacásemos a esta red social (y a otras) la culpa de nuestros desequilibrios, como si hubiesen sido consecuencia directa de su uso, ella (y otras) nos permitían seguir defecando en el nido…
Esto dejó de ser así un buen día, cuando la red social anunció que integraría la capacidad de censurar cuentas o mensajes para impedir que fuesen vistos por los usuarios en algunos países, cuando se les solicitara mediante requerimientos legales… Nos advierte Twitter: “A medida que nos expandimos, que crecemos internacionalmente, entramos en países que tienen ideas diferentes sobre los contornos de la libertad de expresión. Algunos difieren demasiado de nuestras ideas, así que no podremos existir ahí. Otros son similares, pero por razones históricas o culturales, restringen ciertos tipos de contenido, como Francia o Alemania, que prohíben contenidos pro-nazi. (España no, es importante tenerlo en cuenta.)”
No obstante, Twitter, como toda red social, sirve para algo más que emitir o censurar juicios y expresar opiniones. Uno puede visitarla con finalidades muy distintas, según la función que quiera darla. A saber, actuar de forma incorrecta e increpar a otros usuarios cuando deseemos y tratar de imponernos sobre ellos con el único propósito de descargar nuestras frustraciones (complejos) y nuestra ignorancia (prejuicios). Si bien, debemos ser conscientes de la gran labor que realizan las redes sociales y lo mucho que ayudan a sus usuarios a comunicarse (y a transformarse...), a las redes sociales debemos, también, la posibilidad de mostrarnos en lugares donde antes habríamos sido invisibles y expresarnos sobre asuntos que parecían estarnos vetados. Esto nos da la oportunidad de realizar tareas mucho más gratas e interesantes que las de molestar a otros usuarios, como acceder a gran cantidad de información de una forma mucho más rápida que si lo hiciéramos de forma aislada. Si uno se crea un perfil adecuado y logra rodearse de otros usuarios interesados en sus mismos temas o similares, puede conseguir leer las páginas que más le convienen sin tener que perder demasiado tiempo y energía en buscar por toda la Red. Mientras unos usuarios leen unas páginas, otros leen otras y la puesta en común de todas las que interesan da lugar a un intercambio de información útil que merece la pena tener presente tanto para futuras búsquedas como para trabajos y debates.
Por otra parte, ya no estamos limitados a que otros (los acreditados conocedores de los más oscuros y misteriosos secretos) se dignen a compartirlos con nosotros: ahora la información es de dominio público. Lo preocupante es, sin embargo, que esa información útil se ofrece a la vez que mucha otra insustancial e incoherente y esto obliga a todo usuario a instruirse un mínimo y a escoger con minuciosidad a quienes nos han de informar acerca de lo que desconocemos. A veces, lo libros no bastan. Necesitamos navegar, necesitamos que la información más reciente nos saque de dudas o poder confirmar cualquier dato de última hora para poder precisar la información que recibimos y que luego compartimos. Las fuentes han de ser fiables y eso entraña enormes dificultades.
Situados en espacios privilegiados, los debates, casi monologados y relegados a los formatos impresos, no permitían al lector, hace unos años, hablar ni escribir acerca de sus temas —recordemos, por ejemplo, las Cartas al Director de los periódicos, los comentarios hábilmente seleccionados en muchas revistas, etcétera—. Ahora cada voz encuentra su sitio, sus palabras, su propio pensamiento, al reflexionar sobre esos temas y poder responder con una inmediatez que halla en la espontaneidad irreflexiva mayor identificación por parte del resto de lectores, que si se tratara de una carta meditada, elaborada a base de consultas, carente, quizá de franqueza, seguramente de sencillez. Pero las redes sociales no sólo nos permiten compartir mensajes, documentos, archivos audiovisuales y noticias de gran valor e importancia, sino otros bastante confusos o difíciles de entender e incluso ofensivos y peligrosos.
En efecto, no todo son ventajas, también existen inconvenientes en Twitter. Algunos de estos surgen cuando aparecen ciertas cuentas, cuya única pretensión por parte de sus titulares —a quienes conocemos como trolls—, es la de fastidiar y/o calumniar a otros usuarios, escudándose en el anonimato que éstas les permiten. En ocasiones, sin embargo, no se trata de las personas con las cuales interactuamos, sino, más bien, de nosotros mismos. A veces ignoramos lo mucho que llega a afectar a nuestras vidas este tipo de comunicación. Es indiscutible la enorme importancia de las redes sociales y su peso a la hora de servir como vehículo de transporte para trabajos, debates, ideas… como difusor de todos ellos; pero, a menudo, olvidamos o, quizá, no nos percatamos de su influencia y de cómo modifican buena parte de nuestros hábitos.
Existe en Twitter, por tanto, la propia censura, la disconformidad con lo escrito por uno mismo. El momento incómodo en el cual expresas una opinión, una ocurrencia y, segundos después, la borras para que nadie pueda leerla. Obviamente, no se insertan dentro de este tipo aquellos tuits que, conteniendo una errata, los hemos de reescribir para dar claridad a nuestro mensaje. Son aquellos pensamientos y sentimientos que afloran en nuestra mente y escapan de forma incontrolada (o no). Esto sucede de vez en cuando y es el contacto con los otros usuarios el que nos impide dar rienda suelta a muchas de nuestras ocurrencias. Aquí aparece un nuevo nivel comunicativo: la cuenta candada.
En Twitter, otro tipo de comunicación escrita, de segundo nivel, permite a los usuarios compartir e intercambiar información de forma privada: son los Mensajes Directos o MD (DM, Direct Messages, en inglés). En ellos, nos escribimos de forma confidencial, casi clandestina, unos usuarios a otros. Los motivos pueden ser muchos y muy variados. No es necesario echarle demasiada imaginación al asunto para saber que hay desde los que se cuentan confidencias y chismes, hasta los que hacen un uso profesional de esta función. En mi caso personal, como la mayoría de las personas reales que conozco (es decir, en persona) están en Facebook y en mi agenda del móvil, los pocos con los que puedo mantener conversaciones personales por MD se reducen a tres y rara vez entran para comunicarme algo en privado, así que todas mis conversaciones se refieren a cuestiones relacionadas con la información que se comparte en la Red. Cierto es que alguna vez algunos usuarios nos saludamos o cruzamos algunas palabras amables con intención de advertir erratas, agradecer algo o formular alguna cuestión determinada; pero, rara vez, se llega a entablar una relación más personal y, cuando ésta se da, suele guardar relación con los libros y eventos que reúnen a personas, obras y entidades afines a un interés muy concreto: la Literatura.
En lo que respecta a las cuentas privadas (candadas), es importante comprender que las redes sociales son un medio creado con la previa intención de dar acceso a usuarios muy distintos entre sí. Algunas personas no poseen la misma facilidad de palabra que otras, por motivos que van más allá del lenguaje gráfico. Y las hay que prefieren mantener el anonimato o, celosas de su intimidad, desean informarse y comunicarse de modo tal que no revelan su identidad o sus mensajes. A mí no me preocupa en absoluto que alguien quiera crearse una cuenta y seguir a otro usuario, e incluso que se niegue a participar de sus comentarios ni a retuitearlos (más aún si se trata de mis desvaríos, eso lo encuentro hasta lógico). Es verdad que a veces te encuentras con cuentas privadas que no tienen razón de ser, pero entiendo la existencia de algunas otras, del mismo modo que comprendo que existen vidas que no son como las del común de la gente…
¿Y qué hay de la preocupación del usuario por mantener una cierta imagen de su perfil que se sostiene únicamente por mensajes en 140 caracteres? Estar sujeto a esa limitación implica también ingeniárselas para seguir definiéndote en un espacio sumamente reducido; es decir, los mensajes siguen siendo lenguaje, siguen encerrando significados, más aún bajo la apariencia de sencillez que se le pretende dar en muchos casos: cada palabra es clave (y cada palabra mal entendida más todavía…) Pero las limitaciones sólo existen si tú las pones. Transmitir es un arte al cual no condiciona ninguna otra autoridad que la propia; siempre y cuando uno sea capaz de utilizarlo de infinidad de maneras. Promocionar un blog (un trabajo propio, un producto, etcétera) no es, ni ha sido nunca, la única finalidad de Twitter… El ser humano vuelca en las redes sociales, a diario, fragmentos de su vida en 140 caracteres y ahí es donde entra en juego la “persuasión”, el tratar de “convencer” de unos y la “confesión” y el tratar de hacerse entender de otros…
Sea cual sea el motivo por el cual escribes, haz caso a Mario Navas, saldrás ganando:
EXPRÉSATE
SI NO HAY OPINIÓN, NO HAY NADA