HISTORIOGRAFÍA

I
LA HISTORIOGRAFÍA COMO HISTORIA INTELECTUAL
LOS DISCURSOS DE LA HISTORIA

«Exponer, simplemente, que las culturas de la antigüedad
son más extrañas de lo que pensamos, y que han ocurrido
transformaciones mucho más profundas en la historia de 
la conciencia humana que las que podría ofrecer
una lectura no crítica y ordinaria de los clásicos.»
Las raíces del Romanticismo, Isaiah Berlin 

Paradójicamente, cuando los cambios sociales y culturales se aceleran, el interés por el conocimiento del pasado se revitaliza. En las últimas décadas hemos experimentado el fenómeno de la explosión de la memoria, la expansión vertiginosa del interés por el pasado, especialmente por el pasado reciente, que ha tomado forma de museos, exposiciones, cine histórico, documentales televisivos, recreaciones de eventos del pasado, publicación de memorias y, por supuesto, de libros y artículos, tanto de ámbito académico como divulgativos. El estudio de la historia de la historiografía está también gozando de un boom análogo. Relegado durante mucho tiempo a la periferia de los intereses por los propios historiadores profesionales, este tema se ha vuelto mucho más nuclear y generalizado durante la última generación, gracias a lo que ha sido llamado el «giro reflexivo» en el estudio de las humanidades y de las ciencias, así como el énfasis que el posmodemismo ha puesto en algunos puntos de vista. La importancia del conocimiento de las tendencias del pensamiento histórico no sólo para cualquiera que aspire a la escritura de la historia, sino también para los lectores de historia en general es incuestionable (Aurell, 2013). 
Describir las tendencias generales de la escritura y el pensamiento histórico de tradición tanto occidental como oriental (haciendo, por tanto, referencia a otros modos alternativos de concebir y escribir la historia) no es tarea fácil. No hemos querido ignorar lo que se podría llamar práctica de la cultura historiográfica, es decir, la información no sólo sobre los historiadores y sus obras, sino también sobre los receptores de la historia: para quiénes era destinada, dónde se leía, cómo era conservada y qué tipo de debates generaba. Como consideramos a la historia de la historiografía verdadera historia intelectual, nos ha parecido oportuno situar estas corrientes en su contexto histórico, cultural, social y político, lo que incluye los principales eventos de su tiempo, la posición social de los autores y las actitudes y valores que estos han compartido con sus contemporáneos. Sin embargo, no hemos pretendido ofrecer un panorama general que ahogara los ejemplos más característicos. Hemos intentado, más bien, combinar una exposición general de las principales tendencias con las oportunas referencias de los hechos e historiadores más representativos de cada periodo, algunos de ellos separados en pequeñas biografías que aparecen aparte del texto. Para hacer esos ejemplos todavía más vivos y llevar a los lectores a un contacto más directo con los textos históricos, combinaremos esos perfiles de historiadores con breves pasajes de sus obras. Esperamos que este método, inspirado en el famoso estudio del historiador de la literatura alemán Erich Auerbach, Mimesis (1946), haga esta tarea más expresiva y estimule a algunos lectores animándoles a buscar y analizar los textos originales. Además, hemos complementado cada uno de los artículos con una breve bibliografía básica, pensando en los estudiantes de historia que tratan de orientarse en el laberinto de las tendencias que hoy rivalizan por la hegemonía, dedicando una particular atención a la situación y los problemas del pensamiento y, como no podía ser de otro modo, a la escritura de la historia en el pasado más reciente y en la actualidad. 
1.- Historiografía de la Antigüedad: La mayoría de lo que hoy conocemos del pasado lo hemos obtenido de sus «historiadores», aunque no por esto se minusvalora el trabajo de la epigrafía, la numismática y la arqueología, que, a través del estudio de inscripciones, monedas y otros restos materiales, ha enriquecido la reconstrucción de ese pasado. En general, el estudio de la historiografía antigua se ha centrado principalmente en los autores y sus fuentes, dónde y cómo han obtenido la información necesaria y los métodos que han utilizado para reconstruir o representar el pasado en una narración coherente. Sin embargo, puede resultar interesante trazar antes un panorama amplio sobre la naturaleza misma de la escritura de la historia en la Antigüedad. Cuando hablamos de historiografía en la Antigüedad nos estamos refiriendo a escritos históricos de sumerios, caldeos, asirios, persas, babilonios, egipcios, hindúes, griegos y romanos de un periodo que cubre alrededor de 5000 años, desde la escritura cuneiforme sumeria, realizada hacia el 3000 a.C., hasta las Res gestae del romano Amiano Marcelino, compuestas a finales del siglo IV d.C. Estudiar un periodo tan amplio, agrupando a sus variados representantes bajo un mismo techo -la Antigüedad-, condiciona nuestra visión de la historiografía antigua, pues nos puede llevar a generalizaciones o simplificaciones donde realmente hubo diferencia y complejidad. Por un lado, no se puede negar que lo que llamamos en la actualidad «historiografía clásica» presenta unas características comunes, peculiares y propias de ese tiempo, pero tampoco sería correcto pensar en una especie de uniformidad de los historiadores antiguos al enfrentar su tarea de escribir historia. Lo mismo ocurre con los restantes «historiadores» de Asia [vid.]
2.- Historiografía Medieval (siglos IX-XV): [vid.]
3.- Historiografía Moderna (siglos XV-XVIII): [vid.
4.- Historiografía Contemporánea (siglos XIX-XX / desde 1970): El siglo XIX, también denominado «el siglo de la historia», ha sido llamado así por la importancia creciente que adquiere la historia y la disciplina histórica en la cultura, por su influencia en los movimientos intelectuales más característicos del siglo -romanticismo, historicismo, marxismo y positivismo- y por el intento de dotar a la disciplina histórica de un estatuto científico [vid.]
5.- Historiografía Actual (siglo XXI): [vid.
Paralelamente a ese enriquecimiento mutuo entre historia y antropología, la disciplina histórica asimiló también algunas de las nuevas propuestas teóricas que provenían del campo de la lingüística. A finales de la década de los sesenta y durante la de los setenta, se produce una triple relación entre historia, lingüística y antropología cultural, desde el momento en que Claude Lévi-Strauss consiguió un prematuro uso de los modelos lingüísticos en la interpretación de los procesos sociales. A partir de Lévi-Strauss, las derivaciones de la sociolingüística aplicada a la historia se multiplican. El influjo del giro lingüístico en la historiografía se concreta en un severo cuestionamiento de la creencia tradicional de que una investigación histórica racional nos permite llegar a un conocimiento auténtico del pasado. Algunos historiadores franceses y norteamericanos fueron quienes lideraron este cuestionamiento, particularmente Roland Barthes y Hayden White (Barthes, 1967, pp. 65-75; White, 1973). Este punto de inflexión tenía unos claros precedentes. Uno de los textos fundadores de esta corriente es el Curso de lingüística general, del lingüista suizo Ferdinand de Saussure, publicado postumamente en 1916. Allí se Saussure afirmaba que el lenguaje forma un sistema autónomo cerrado en sí mismo, el cual posee una estructura. Así, llegó a afirmarse que el lenguaje no es un medio para comunicar sentido o unidades de sentido, sino a la inversa: el sentido es una función del lenguaje. El hombre no se sirve del lenguaje para transmitir sus pensamientos, sino que lo que el hombre piensa está condicionado por el lenguaje. El debate en Francia se ha actualizado con Jacques Derrida, Barthes y Derrida cuyos referentes intelectuales se remontan hasta Roland Barthes. La contextualización deja entonces de tener relevancia, y ganan en importancia los planteamientos formalistas, porque se quiebran los nexos de referencialidad entre el texto y el contexto. Incluso se llega a separar, en los planteamientos abstractos de Michel Foucault, el texto de su creador, porque se niega la intencionalidad humana como elemento creador de sentido. Si en Saussure todavía existía la relación entre el signo, la palabra (el significante) y la cosa a la que ese signo hacía referencia (el significado), esa unidad se pierde con Derrida, por lo que el lenguaje deja de ser incluso un sistema referencial. El «giro lingüístico» —linguisdctum— es una expresión acuñada por Gustav Bergman en 1964 y hecha célebre por la colección ensayos editados por Richard Rorty en 1967- Aunque se trataba de un movimiento de Taíz filosófica, pronto influyó en la disciplina histórica. En su aplicación más estricta, la historia pasaba a ser una red lingüística proyectada hacia el pasado. Las palabras de Gadamer Hans-Georg Gadamer (1900-2002) en su clásico Verdad y método (1960) habían sido proféticas, al proponer la naturaleza de la historia como la recopilación de la obra del espíritu humano, escrita en lenguajes del pasado, cuyo texto hemos de entender. En la ecuación historicidad del texto y textualidad de ¡a historia, los postulados del giro lingüístico hacían pivotar inequívocamente el resultado hacia el segundo término; o, dicho de otro modo, el significante se imponía al significado. La siguiente cuestión planteada, en cierto modo demoledora, parece obvia: ¿hasta qué punto existe referencialidad en ese texto? El giro lingüístico ha dado como consecuencia una acusada tendencia al relativismo, que planea actualmente sobre el entero campo de la historiografía actual, como han puesto de manifiesto los  planteamientos teóricos de White, LaCapra, Rosenstone, así como Ankersmit del filósofo holandés Frank Ankersmit (LaCapra, 1985). Este debate, aparentemente reducido al ámbito académico de la disciplina histórica, se extendió también al entero ámbito de las ciencias sociales. La creencia en la objetividad histórica («that noble dream», como hemos visto) constituía a su vez el fundamento de las estructuras de poder, idea que aparece explícitamente expresada en los escritos de Foucault y Derrida, y, con anterioridad, en los de Nietzsche y Heidegger. Buena parte de la historiografía feminista y de las mujeres, liderada por Joan Scott, se ha basado, por ejemplo, en esta idea, para iniciar la deconstrucción de un mundo que se ha  caracterizado por el dominio masculino desde sus orígenes. Si son las palabras las que realmente cuentan en la narración histórica, el modo de organizar esos signos pasa a ocupar un lugar privilegiado en la construcción de la obra histórica. Por este motivo, en los debates teóricos actuales se habla cada vez con mayor frecuencia del discurso como forma de comunicación y como forma de organización del trabajo histórico. Sin embargo, no es menos cierto que el mismo concepto de discurso tiene muchas acepciones  diferentes, como se pone de manifiesto en las diferentes reflexiones Certeau y Ricoeur narratológicas de los franceses Paul Ricoeur, Michel de Certeau y Michel Foucault, o en el «análisis del discurso» entre los lingüistas anglófonos. En todo caso, el discurso narrativo, recelado hasta la década de los setenta en la historiografía por su aparente incompatibilidad con el rigor del lenguaje científico, ha pasado a ser considerado el entramado fundamental de la obra histórica.
II
TENDENCIAS HISTORIOGRÁFICAS ACTUALES
EL DISCURSO HEGEMÓNICO DE LA HISTORIA 

La historia cultural y la intelectual, antes separadas, se están uniendo cada vez más, gracias al aumento del interés por las «sociedades del conocimiento»; en otras palabras, surge la historia cultural de las instituciones intelectuales como los seminarios y la función de las universidades, así como las prácticas intelectuales y académicas como las conferencias o los artículos publicados en revistas especializadas. Las defensas de las tesis doctorales o, especialmente, las conferencias inaugurales o presidenciales de las reuniones anuales de las asociaciones de historiadores son analizadas como «representaciones del conocimiento». La historia del arte está siendo desafiada o complementada, una vez más, por la «historia de la cultura visual», que parte de una concepción mucho más amplia de las imágenes, como anuncios publicitarios, tatuajes, graffiti, postales, imágenes de religiosidad popular y demás. Todas estas imágenes aparecen como alternativa a las «obras de arte» tradicionalmente consideradas, estudiándolas como evidencias de las tendencias culturales más que como elementos singulares o manifestaciones artísticas extraordinarias. De modo análogo, la historia de la literatura está siendo absorbida por una concepción más amplia de la escritura, centrándose en la escritura de las mujeres, como se pone de manifiesto en el libro de Virginia Cox, Womens Writing in Italy, 1400-1650 (Mujeres escritoras en Italia, 2008), de modo que se está expandiendo hacia nuevos géneros, considerados antes como informales, como las cartas o las revistas. Así, prolifera la edición de epistolarios no sólo para poner a disposición de los historiadores una valiosa fuente documental, sino también como productos académicos con valor historiográfico en sí mismos, que permiten analizar e interpretar complejos fenómenos intelectuales y culturales —la publicación y edición de la correspondencia entre Bloch y Febvre entre 1921 y 1935, editada por Bryce y Lyon en 1991, es un ejemplo paradigmático-. También aumenta el estudio de las iniciativas culturales en forma de revistas, muchas de las cuales generan en tomo a sí movimientos intelectuales específicos de notable influencia. Respecto al aumento de las conexiones entre la historia y la literatura, es particularmente significativo el auge que está teniendo el género autobiográfico, tanto por el aumento de su práctica entre los historiadores como por su consideración como fuente documental complementaria pero de enorme valor. En el primer caso, autobiografías de historiadores como las de Georges Duby (La historia continúa, 1991), Jill Ker Conway (Trae North: A memoir, 1995), Eric Hobsbawm (Años interesantes, 2002) y Robert Rosenstone (The Man Who Swam into History, 2006) han tenido una buena aceptación entre los especialistas. Ellos habían acogido en principio con cierta prevención el volumen coordinado por Pierre Nora en 1987 titulado Ensayos de Ego-historia, donde contribuyeron los principales historiadores franceses del momento, pero pronto ese recelo se transformó en respetuosa aceptación y el volumen se convirtió en el pistoletazo de salida de esta práctica entre los historiadores. Buena muestra de la proliferación del género es la monografía que ha podido construir Jeremy Popkin en su análisis sistemático de centenares de autobiografías de historiadores del siglo XX (Popkin, 2005). Algunos han sugerido incluso que la práctica de la autobiografía podría ser considerada un tipo de historia, aunque ciertamente «no convencional» (Aurell, 2006). 
En lo que hace referencia a su aceptación como fuente documental, cabe destacar la aparición de decenas de centros de documentación dedicados a recopilar, analizar e interpretar testimonios autobiográficos de ciudadanos anónimos, especialmente aquellos a quienes les ha tocado vivir acontecimientos traumáticos, como guerras, holocaustos o violaciones sistemáticas de derechos humanos en forma de discriminaciones raciales o de género. Un ejemplo característico es el centro Unitat d’Estudis Biografíes, de la Universidad de Barcelona, fundado en 1994 por Anna Caballé con el propósito de rescatar, preservar e interpretar la escritura autobiográfica de gente anónima, particularmente de aquellos que pueden testimoniar el drama de la guerra civil española (1936-1939). Al mismo tiempo, se percibe un mayor interés entre los historiadores sobre el significado retórico de las autobiografías y de los mitos en torno a la escritura reflexiva: en otras palabras, una cierta tendencia a tratar los textos menos como espejos de la experiencia de un escritor y más como unas experiencias reflexivas, más o menos conscientes, o como intentos de persuadir o incluso de manipular a los lectores. Un ejemplo análogo, que generó un intenso debate en tomo a la función de la memoria en los conflictos bélicos, es la novela de Javier Cercas, Soldados de Salamina (2001), que gira en tomo a la guerra civil española. Otro tema que está de actualidad y, quizá por esta razón, atrayendo a algunos historiadores, es la historia étnica, especialmente la historia de la emigración y de la inmigración: quién emigra, por qué razones, desde dónde, hacia dónde y qué ocurre cuando llegan, discriminaciones que sufren los que llegan, su integración (o no integración) en las nuevas comunidades, sus nexos con los lugares de origen, las formas en que las segundas y terceras generaciones se conciben a sí mismas, su identidad y demás. Naturalmente, Estados Unidos fue pionero en el tratamiento de estos temas, con The Uprooted (Los desarraigados, 1951) de Oscar Handlin (1915-2011), hijo de judíos rusos inmigrantes, como el más temprano clásico en este campo. Fue también en Estados Unidos donde emergieron los «Black Studies» a partir de la década de los sesenta, la época del movimiento de los derechos civiles, que culminó con la fundación en 1976 de la Immigration and Ethnic History Society. Hoy, sin embargo, el interés por la historia étnica y de la inmigración se ha extendido más allá de las fronteras norteamericanas, como lo demuestra el estudio de Femando Devoto (1949-), Historia de la inmigración en Argentina (1985 y 2003), y el de Panikos Panayi, un profesor griego-chipriota que enseña en Inglaterra, cuyo libro lleva por título La historia de la inmigración en Gran Bretaña (2010). 
Para finalizar, desde un punto de vista metodológico, las nuevas tendencias en tomo a la historia del medio ambiente obligan al académico a profundizar en su formación científica, desde la geología a la biología. La biología, más especialmente la neurociencia, está invadiendo otros campos de estudio historiográficos. Así, la «biohistoria» se está convirtiendo en una de las nuevas fronteras intelectuales. El sociobiólogo norteamericano Edward O. Wilson desafió a la profesión histórica cuando profetizó, en el año 2001, que en el curso de la nueva generación algunos de los problemas históricos más importantes serían aproximados y solventados a través de la biología. Es paradójico que la historia y la ciencia vuelvan a entrelazar sus caminos, pero ciertamente en un ambiente epistemológico y disciplinar bien alejado de aquel que las unió a través del positivismo decimonónico.

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