Historia Antigua I: Próximo Oriente y Egipto (Primera parte: Mesopotamia)

El escenario donde se desarrollan las siguientes narraciones —que tuvieron por testigos y a veces por protagonistas a mujeres extraordinarias— se encuentra en el Próximo Oriente, que es un conjunto extenso de tierras del Asia Occidental: entre el Mar Egeo y el Golfo Pérsico, cabo Caso al norte hasta Cáucaso al sur, el desierto Arábigo y el Sáhara. Dentro de este vasto territorio existieron regiones muy importantes, como Mesopotamia que quiere decir “tierra entre dos ríos” (Tigris y Eúfrates) y abarca actualmente Irak y el este de Siria. En el valle del Nilo también floreció una importante cultura, la egipcia, hasta la quinta catarata, lo que hoy es Egipto y parte de Sudán (Nubia). Otras regiones importantes fueron Anatolia o Asia Menor (actual Turquía), en la que se extendió la cultura Hitita. La región del Levante Mediterráneo comprendía Siria y la actual Palestina hasta la Península del Sinaí, donde existían entre otros pueblos civilizaciones fenicias. Y Media (actual Irán), que era una extensa meseta la cual fue ocupada por medos y persas (Vázquez Hoys, 2009).
ÍNDICE
1. Mesopotamia: el mapa étnico de la Antigüedad 
       1.1. Fases del poblamiento semita de Mesopotamia
       1.2. Orígenes de la etnia semita
       1.3. Características étnico-culturales de los semitas
2. Historia Antigua de Acad    
       2.1. Mesopotamia en el III milenio (orígenes de la civilización sumeria)
       2.2. Período dinástico arcaico: Sargón y Enheduanna (2340 – 2230 a.C.)
       2.3. Organización del imperio acadio (2334 – 2193 a.C.)
3. Semitas babilonios: pueblos del Próximo Oriente
       3.1. Imperio Paleobabilónico (1950 – 1595 a.C.)
       3.2. Dinastía casita (XVI – XIII a.C.)
       3.3. Dominio asirio (XII – IX a.C.)
       3.4. Semíramis (Finales IX – VIII a.C.)
       3.5. Imperio caldeo neobabilónico (VII a.C.)
       3.6. Fin del Imperio Babilónico: la conquista persa (VI a.C.)
       3.7. Babel, la ciudad bíblica
       3.8. Babilonia en el Antiguo Testamento
4. Lilit / Lilith: su mito en la epopeya de Gilgamesh
5. Fuentes y Bibliografía    

MESOPOTAMIA: EL MAPA ÉTNICO DE LA ANTIGÜEDAD
Los pueblos de estos territorios estaban formados por muy diversas etnias. Se distinguen cuatro grandes grupos étnicos: asiánicos o asiáticos / semitas / indoeuropeos / camitas (egipcios). Los asiánicos o asiáticos eran un conjunto de pueblos ya asentados en el IV milenio en zonas colindantes a Mesopotamia. Fueron los primeros en llegar y también en desaparecer (a lo largo del III milenio al sufrir un fuerte choque cultural debido a migraciones de otros pueblos durante los siguientes siglos) Son los más antiguos y están compuestos por:
— Elamitas, que se asentaron al este del río Tigris, siendo más tarde “absorbidos” por persas y medos.
— Protohititas, ya asentados en la mitad oriental de la Península de Anatolia. Acabarían expandiéndose por toda la península, dando origen a la futura civilización Hitita.
— Casitas, pueblos montañeses, situados en la cordillera de los montes Zagros que separa la Meseta de Irán (Media al norte) y las tierras fértiles de Mesopotamia, actuando como frontera natural.
— Sumerios, penetraron en Mesopotamia pasada la segunda mitad del IV milenio, asentándose en el sur (región de Sumer) y fueron los primeros en dejar documentos escritos.
— Conglomerado de étnias, habitó en el centro Mesopotamia. 
Los semitas de la Antigüedad eran un conjunto de pueblos nómadas procedentes del desierto arábigo que en oleadas sucesivas entraron en las zonas fértiles del Próximo Oriente (Mesopotamia y el Levante Mediterráneo). Se mezclaron con la población autóctona volviéndose sedentarios y estaban compuestos por:
— Acadios, los primeros semitas que llegaron a Mesopotamia, se asentaron en Acad.
— Amoritas o amorreos (de la región de Amurru), se asentaron en Mesopotamia y a partir de su lengua surgieron otras lenguas semitas (la de los caldeos y los cananeos) así como el uralítico, el idioma de Fenicia.
— Arameos, asentados en Mesopotamia. De su lengua surgió uno de los dialectos más importantes dentro de los pueblos semitas (el de Aram, hijo de Sem, de donde surgió el arameo). Otro fue el de los nabateos.
— Fenicios, se instalaron en el Levante Mediterráneo.
— Hebreos, también se asentaron en el Levante Mediterráneo (de Eber, hijo de Sem, surgiría el hebreo).
— Árabes, este pueblo siguió emigrando en este escenario hasta las postrimerías de la Edad Antigua y durante buena parte de la Edad Media. 

FASES DEL POBLAMIENTO SEMITA
Los semitas poblaron Mesopotamia a partir del III y II milenio, dándose tres etapas de expansión muy rápida y otra más lenta:
1. Semitas acadios, entran pacíficamente durante el III milenio en la baja Mesopotamia, de manera lenta y progresiva. Son los autores del primer estado semita (Imperio de Sargón).
2. Semitas amorreos o amoritas, en torno al año 2.000 a.C. entraron de forma violenta en Mesopotamia, arrasando el Imperio de Ur, un lugar muy fértil, formado por pueblos autóctonos. Creando pequeños estados de reyes semitas en Babilonia. Ocuparon Siria y el Norte de Jordania.
3. Semitas arameos y caldeos, a fines del II milenio, en torno al año 1.100 a.C. Penetraron también de manera muy violenta, arrasando el Imperio Medio Asirio y, a principios del I milenio instauraron dos grandes imperios: El Imperio Asirio (obra de asirios arameos), al norte de Mesopotamia, y el Estado Babilónico (obra de asirios caldeos), al sur, en Emar. Ambos entran en conflicto de hegemonías.
4. Semitas árabes en el siglo IX a.C. Su infiltración fue lenta, pacífica y progresiva (no cesa durante siglos). Fueron mencionados por vez primera en los anales de los asirios. Su implantación vendrá comenzada ya la Edad Media.
Penetraron en el Próximo Oriente de manera lenta y progresiva. Su asentamiento estuvo protagonizado por grupos nómadas compuestos tanto por pequeñas tribus como por numerosos grupos que erraban a través de la zona limítrofe, entre la frontera del desierto Arábigo y el Creciente Fértil. En un momento determinado acaban por asentarse en la zona fértil, donde se mezclan con la población autóctona dejando así su nomadismo. Sirva de ejemplo el asentamiento de los hebreos en Palestina, cuyas migraciones desde fines del III milenio tuvieron como consecuencia que todo el Creciente Fértil hablara lengua semita (Vázquez Hoys, 2009).

ORÍGENES DE LA ETNIA SEMITA
Se considera que proviene del Cuerno de África (actual Etiopía) porque en esa área ya existía una etnia afroasiática desde el X milenio. Empezaron a emigrar hacia el norte en tres direcciones: un grupo amplio y numeroso pasaría a la Península Ibérica; a fines del IV milenio otro grupo se habría dirigido hacia el Mediterráneo y se habría asentado en el valle del Nilo; un último grupo, los bereberes (denominación dada por Heródoto a estos pueblos debido a su habla), se habrían dirigido al Este y poblado África del Norte. Sería una población autóctona que se dividiría en: mauritanos, de Mauritania / africanos, de Túnez / líbicos, de Libia. Las migraciones semitas se debieron a distintos factores, entre ellos, el exceso de poblamiento en el desierto Arábigo, una zona con recursos limitados. También la climatología de la zona empujó a gran parte de la población a buscar medios necesarios para subsistir en lugares sin sequía (procesos de desertización de la zona limítrofe). Otro factor posible habrían sido los continuos conflictos bélicos entre los distintos clanes y pueblos que hizo necesaria la ocupación de otros territorios más pacíficos. Algunas hipótesis, sin embargo, apuntan al modo de vida de estos nómadas, a la necesidad de encontrar nuevos pastos y mercados para desarrollar su agricultura, ganadería y comercio, empujándoles a buscar rutas comerciales en zonas fértiles del Próximo Oriente (Vázquez Hoys, 2009).

 CARACTERÍSTICAS ÉTNICO-CULTURALES DE LOS SEMITAS 
Los pueblos semitas tenían diferencias étnicas y culturales entre sí, aunque sus lenguas estaban estrechamente emparentadas y poseían ciertos rasgos en común. Casi todos los pueblos semitas estaban organizados de forma patriarcal y el clan familiar era la célula básica del funcionamiento de la sociedad. No era una sociedad guerrera, por eso siempre elegían para construir sus ciudades y asentamientos los espacios abiertos (llanuras, con ríos y tierras fértiles, para una mejor comunicación comercial), importándoles más el agua y los buenos pastos que su propia seguridad. Muy bien organizados desde el punto de vista económico. La monarquía gozaba de gran prestigio y el poder absoluto era detentado por un único individuo (monarquías muy centralizadas). Desde el punto de vista religioso, no encontramos entre los semitas una mitología común ni un panteón único, aunque todos poseían divinidades astrales femeninas y en todos los panteones aparece una divinidad masculina relacionada con las tormentas. Las tres religiones monoteístas actuales (el Cristianismo, el Islamismo y el Judaísmo) poseen rasgos semitas en común: la noción de pecado, el temor a las prácticas mágicas y los sortilegios, y la separación radical entre lo profano y lo sagrado. Eran típicos también los sacrificios sangrientos, con animales (corderos, ovejas, bueyes). Los griegos adaptaron este ritual al sacrificio de bueyes, a lo cual denominaron Hecatombe (sacrificio de 100 bueyes en el ritual). También hubo sacrificios humanos (los sacrificios Fenicios) o el ritual cristiano de la ingesta del “cuerpo y la sangre de Cristo”. En el panteón semita existía una divinidad femenina relacionada con las aguas y la fecundidad, y una divinidad masculina relacionada con los truenos y las tormentas (este dios no es primordial, sino un dios común llamado Baal). Otras divinidades comunes eran “el dios único”, llamado Elohim o Yahvé por los hebreos y Alah por otros pueblos semitas, consiguiendo al final permanecer como “Dios único”, pese a haber convivido en épocas anteriores con un elenco de muchos dioses. La otra divinidad es la llamada “virgen” en todas las lenguas semitas, llamada en Mesopotamia Isthar o Astarté, en el Levante Mediterráneo Asthar, que los griegos de época tardía integrarán en su panteón bajo la denominación de Artemisa, “la virgen cazadora”. A pesar de ser una divinidad virgen, siempre se la relacionó con la fecundidad, los partos y la alimentación de recién nacidos (Vázquez Hoys, 2009).

LA HISTORIA ANTIGUA DE ACAD 
La Edad Antigua comienza con la escritura y finaliza con la muerte de Alejandro Magno, en 323 a.C. A partir de esta fecha, la Edad Antigua se despide y dará comienzo la “Época Helenística”. 
La zona denominada Creciente Fértil es la región que va desde el Levante Mediterráneo hasta los montes Zagros. En ella se produjeron cuatro fenómenos históricos importantes:
– Primera gran expansión de la agricultura (irrigación)
– Aparición de las ciudades–estado (urbanización)
– Conocimiento de técnicas metalúrgicas para transformar y manejar el bronce y el hierro.
– Aparición de la escritura (sumeria-cuneiforme)
Este último fenómeno es el más importante ya que determina el paso de la protohistoria a la Historia y ocurre entre fines del IV milenio y el III milenio a.C. en la baja Mesopotamia cercana al Golfo Pérsico, en la región de Sumer. La escritura sumeria recibe el nombre de “escritura cuneiforme”, se realizaba sobre tablillas de arcilla y se escribía con cañas cortadas al uso. Esto no es una casualidad, ya que en estas tierras los recursos naturales más abundantes son la arcilla y la caña, por ello las edificaciones mesopotámicas se han basado en ladrillos de barro y caña secados al sol, llamado adobe. La escritura cuneiforme fue utilizada durante tres milenios en el Próximo Oriente y pocos de los documentos encontrados han sido leídos (Vázquez Hoys, 2009).
La escritura apareció
por necesidad comercial,
de registro y económica
La Historia escrita de Sumer empieza con una lista de reyes y dinastías sumerias (Vázquez Hoys, 2009). Recientes investigaciones, además, nos informan también de la existencia de poesías de la mano de una princesa acadia, Enheduanna (ca. 2.310 a.C.), hija de Sargón de Acad y perteneciente al siglo XXIV a.C. Esto no ha de extrañarnos, pues antes de Acad y de Ur hubo imperios y ciudades; antes de la escritura sumeria cuneiforme hubo lenguaje, y antes del lenguaje sumerio hubo alguna forma de ideograma. Antes de que en las llanuras de Mesopotamia crecieran los templos de barro y piedra hubo arte, entendido como formas de comunicación que movían sentimientos. Lo que no conocemos antes de Enheduanna, ‘Gran Sacerdotisa adorno de An’ y su obra, es la existencia de ningún autor. Sabemos que buena parte de los bisontes de Altamira fueron trazados por la misma mano; una mano genial capaz de dibujar el perfil de un animal de un solo trazo, provocando emociones más de 150 siglos después de su pintura. Pero nunca sabremos su nombre. Conocemos eximias pinturas, esculturas y obras arquitectónicas del remoto pasado mesopotámico o egipcio, pero no sabemos quién las hizo. El primer autor conocido de una obra de arte era poeta, y era una mujer, aristócrata y alto cargo de su gobierno. Antes de ella hubo creadores, pero ella es la primera autora de que tenemos noticia: la más remota asociación que conocemos entre una obra y una persona concreta, de existencia probada, con una vida y una historia propias: Enheduanna, la primera autora (Cervera, 2013). 
Los sumerios fueron los primeros en entrar en Mesopotamia en la segunda mitad del V milenio a.C., asentándose en la zona sur meridional, colindante con el Golfo Pérsico. Fueron responsables de dejar los primeros documentos escritos, así como de construir y organizar el primer estado propiamente dicho (el Imperio Acadio). Cuando entraron, la región mesopotámica estaba poblada ya por culturas protohistóricas que no conocemos bien. Sus etnias nos son desconocidas, aunque su cultura sí ha llegado hasta nosotros y se denomina mediante tres nombres, dependiendo de la antigüedad de la misma (Vázquez Hoys, 2009): El–Obeid (4.500 – 3.500 a.C.) Época más antigua, que constata la entrada de pueblos sumerios. Uruk (3.750 – 3.150 a.C.) Segunda fase del Neolítico mesopotámico (aparecen el urbanismo y la escritura sumeria, así como una gran expansión comercial desde la baja Mesopotamia). Jemdet–Nasr (3.150 – 2.900 a.C.) La más reciente (aparecen templos y palacios en la baja Mesopotamia).
Mesopotamia en el III milenio:
el origen de la civilización sumeria.
Existen dos posturas en torno a los orígenes de la civilización sumeria. Una de ellas afirma que los sumerios son un desarrollo de los pueblos neolíticos mesopotámicos y la otra aduce que los sumerios son un pueblo foráneo que se introduce en Mesopotamia y se mezcla con los habitantes de la zona. El argumento para apoyar esta idea es que los sumerios, en sus escritos sobre leyendas, hablaban de su patria original y la llamaban Melukhkha, y al referirse a la región de Sumer la denominaban Kalam. El segundo argumento es que los sumerios, en sus escritos acerca de su propia civilización, se denominaban a sí mismos sag–gi, que significa “cabezas negras”, diferenciándose así de la población autóctona de la región. El tercer argumento es que la lengua sumeria es diferente a las lenguas mesopotámicas existentes en aquella época. Existe otra teoría más que trata también el origen de la civilización sumeria: considera que Melukhkha estaba en la península del Indostán, pudiendo ser por donde se habrían introducido los sumerios en Mesopotamia. En cualquier caso es innegable que la cultura sumeria se caracteriza por ser una mezcla de elementos foráneos de Mesopotamia. Al finalizar el Jemdet–Nasr, estaba ya plenamente formada en el sur de Mesopotamia la primera cultura de la cual se tiene constancia, caracterizada por una estructuración de ciudades–estado que tendría un templo–palacio (sede del gobierno y sede de los dioses) y un desarrollo enorme de la escritura. La Historia de los sumerios ocupa todo el III Milenio, desde el final de Jemdet–Nasr (2.900 a.C.) hasta aproximadamente 2.340 a.C. La Historia de Sumer es una continua lucha entre las ciudades-estado sumerias, conflictos fronterizos cuyo único objetivo era arrebatarle al enemigo sus tierras y tesoros e intentar alcanzar la hegemonía de todo el territorio mesopotámico (Vázquez Hoys, 2009). 
Mesopotamia en el III milenio:
el origen de la civilización sumeria
La ciudad-estado era un emplazamiento de pequeño espacio territorial que se dividía en dos partes: el núcleo urbano central, donde estaban las cosas primordiales del estado: templos, graneros, etc., normalmente muy fortificados, y a su alrededor los aledaños rurales formados por fincas y pastos (tierras, de cuyo cultivo y explotación vivía la población de la ciudad y el lugar donde se llevarían a cabo las actividades económicas). Estas ciudades–estado poseían un carácter enormemente independentista, no admitían injerencias de las demás ciudades–estado, para ellos el pueblo vecino siempre suponía una amenaza en potencia. En la Antigüedad era la forma de gobierno universal, salvo cuando una de ellas conseguía la hegemonía política y militar, convirtiéndose entonces en imperialista. A este período se le denominó Período dinástico arcaico de la Historia de Mesopotamia (Vázquez Hoys, 2009). 
Período dinástico arcaico:
Sargón de Acad y su hija,
la princesa Enheduanna.
Esta fase está llena de luchas violentas para alcanzar la hegemonía de Mesopotamia. Comienza con Sumer y Acad, luego desde Bagdad, en la alta Mesopotamia, junto a Subaru (Asiria) y por último Amurru (en la llanura fértil y aluvial). Sumer fue la primera ciudad–estado del mundo antiguo. La última parte del Período dinástico arcaico se conoce como “Época de las Hegemonías”, últimos tres siglos del período arcaico, 2.600-2.340 a.C. porque se produjeron las hegemonías de tres ciudades rivales: Uruk, Ur, y Eridu. En el año 2.600 a.C., estas tres ciudades mantenían conflictos armados (Vázquez Hoys, 2009). Existieron también enfrentamientos entre las ciudades de Umma y Lagash, cuyo resultado llevó a la hegemonía de Lagash: potencia política y militar de Sumer. En el año 2.500 a.C., Lagash venció militarmente a Umma y se convirtió en el poder hegemónico de la región de Sumer. Su rey era Eanatum. Su hegemonía duró hasta el año 2.340 a.C., cuando el soberano de Umma, llamado Lugalzagesi, venció al por aquel entonces rey de Lagash, de nombre Urukagina (2350–2300 a.C.).

Hegemonía de Uruk sobre Ur
Este rey derrotado había usurpado a su vez, años atrás, a Lugalanda, el trono de Lagash que ahora ostentaba (hacia 2370 a.C.) y había llevado a cabo en región ciertas reformas. Tras un largo predominio del modelo político de ciudad–estado se abrió al sur de Mesopotamia una fase de transición hacia el Imperio Acadio de Sargón. Desintegración de la ciudad–estado y promulgación de las reformas de Urukagina. Este personaje es responsable de la redacción de inscripciones que conmemoran la construcción de edificios y canales. Su derrota puso fin al Período dinástico arcaico, ya que por vez primera una sola ciudad–estado impuso su hegemonía sobre toda la región de Sumer, produciéndose así la primera unificación política de Mesopotamia y poniendo punto final al régimen de las ciudades–estado. La hegemonía de Lugalzagesi, sin embargo, no durará más de 25 años, pues Sargón, un rey semita procedente de Kish, le arrebatará su imperio y convertirá Acad (Agadé) en la capital de su nuevo Imperio semita (Vázquez Hoys, 2009).
El Nuevo Imperio Semita
de Sargón de Acad
(2.340 – 2.230 a.C.)
Este imperio de Sargón se desarrollaría entre los años 2.340–2.230 a.C. teniendo Sargón varios sucesores, creando así una dinastía de reyes acadios. No se ha localizado aún la capital imperial, Acad. A partir de este momento se da una secularización de los reyes sumerios. En las épocas más antiguas, el rey poseía el poder religioso y el poder civil, a estos reyes se les denominaba EN, de ahí que su templo principal fuera un templo-palacio. El EN va desapareciendo y aparece un nuevo título real que detenta sólo el poder civil. Los datos que poseemos sobre el Imperio semita acadio son documentación indirecta o periférica (información proveniente de los pueblos vecinos o sometidos). Sabemos que el Imperio consiguió la unificación de toda Mesopotamia, este Imperio rompió así el equilibrio entre semitas y sumerios, comenzando a mezclarse entre sí, y de este modo, la etnia semita se irá extendiendo y se convertirá en el elemento étnico más importante en Mesopotamia, llegando a la desaparición de los sumerios en torno al III Milenio a.C. Sargón y su imperio culminaron un proceso por el cual una ciudad-estado trataba de imponerse a las demás, consiguiendo que todas las ciudades funcionasen conjuntadas como un solo estado, esto fue posible gracias a la “vocación imperialista” del Imperio Acadio. Sargón se adjudicó el título de Gran rey de Sumer y Acad. Este estado consigue dominar todas las tierras: Acad, Sumer, Amur (Siria), el sur de Anatolia, la alta Mesopotamia (Armenia), Elam y una gran parte de la Meseta Iraní. Sargón no se consideraba un dios, sino un intermediario entre las divinidades y el Hombre (Vázquez Hoys, 2009).
La Princesa Enheduanna
del Imperio semita de Acad
(2.340 – 2.230 a.C.)
Los sumerios no sabían que al escribir sus signos cuneiformes en tablillas de arcilla estaban siendo protagonistas del tránsito de la humanidad desde la Prehistoria a la Historia. Las suyas son las más antiguas inscripciones cuyo significado hemos logrado develar. Entre ellas se encuentran los relatos del primer autor conocido de la Historia: los himnos y poemas de la princesa Enheduanna, la Alta Sacerdotisa de la Ciudad de Ur (Vázquez Hoys, 2009). Es probable, sin embargo, que los sumerios sí fueran conscientes de otro tránsito histórico que se procesaba en ese tiempo: la progresiva pérdida de poder de las mujeres en la sociedad ante el avance de la lógica de la guerra conducida por los hombres. La degradación de las Divinidades Femeninas del Amor y la Fertilidad ante los Dioses Masculinos Guerreros. El declive inexorable de la figura Materna, de la Madre Naturaleza y, por tanto, del matriarcado. Desde el inicio de la Historia nos llega la angustia de Enheduanna, destilada a través de la belleza poética en la que da testimonio de aquellos tiempos infaustos: Adiós a la Diosa Madre (Itahisa, 2013).

Yo, la que alguna vez se sentó triunfante, fui arrojada del santuario.
Como una golondrina me hizo volar por la ventana, y mi vida se ha consumido.
Él me hizo caminar entre las breñas de la montaña.
Él me arrancó la corona apropiada de la alta sacerdotisa,
Y me dio daga y espada — “esto es más para tí” — me dijo.

Enheduanna, Alta Sacerdotisa de Ur, Sumeria, 2280 a.de C.
(Interludio entre la Parte Cuatro y la Parte Intermedia / Itahisa, 2013)
Enheduanna fue nombrada por su padre, el rey Sargón de Acad, suma sacerdotisa del dios de la luna, Nanna, y de la diosa-madre Inanna, cuyo Descenso a los Infiernos es el tema principal de este Himno (V. Hoys, 2009).
 
Considerada la primera autora de la historia de la literatura, su existencia como personaje histórico está bien documentada. Los escritos de Enheduanna, seguramente, son los más antiguos de la Historia. Fue a finales del IV milenio a.C., cuando los sumerios comenzaron a dejar por escrito no sólo documentos comerciales, de registro y económicos, sino también sus propios pensamientos, mediante ideogramas que representaban sus palabras y objetos. Hacia 2600 a.C., los símbolos pictográficos ya se diferenciaban claramente del ideograma original. En el templo de E-anna en Uruk, donde se adoraba a la diosa Inanna, fueron hallados los primeros vestigios de escritura. A medida que cientos de miles de tablillas se fueron desenterrando y traduciendo fue surgiendo un nuevo mundo intelectual. En estas tablillas se reflejaba todo el quehacer, sentir y pensar de los pueblos que habitaron Mesopotamia. Enheduanna, la primera autora conocida de la historia de la literatura, vivió tan sólo 350 años después de que se desarrollara la escritura en Sumer. Fue nombrada por su padre, el rey Sargón de Acad, suma sacerdotisa del dios de la luna, Nanna, y de la diosa-madre Inanna, cuyo Descenso a los Infiernos es el tema principal del Himno que le dedicó, y que nos ha llegado a nosotros, 4.300 años más tarde. La princesa fue educada en la corte con refinamiento y, posiblemente, iniciada en los Misterios en las escuelas sacerdotales que existían en torno a los zigurats, las torres de Babel. Investigadores de Historia Antigua y especialistas en el idioma sumerio tradujeron los poemas compuestos por la poeta. Himnos sagrados, cantados o recitados, se convertirían en puente para elevar el alma hasta ponerla en contacto con el más allá, con lo superior. En ellos expresaba su admiración e irritación hacia la diosa Inanna. Asumió el papel activo en cultos, mitos y ceremonias vinculados con fiestas consagradas a la diosa-madre, vinculando los atributos femeninos con otros que hacen propicia la abundancia y la prosperidad por medio de la exaltación erótica. A través de sus escritos se convierte también en la primera cronista, narrando el derrocamiento de Lugalzagesi por su padre y el destierro de la familia real. Enheduanna presenció otros acontecimientos no menos terribles, como el asesinato de su hermano y su tío, sucesores de su padre en el trono; así como un terremoto que sepultó el reino. Es poco lo que se sabe de ella pero, a través de sus himnos y poemas, podemos vislumbrar una mujer con gran personalidad (Vázquez Hoys, 2009).
Estos poemas fueron escritos sobre tablillas de arcilla. Lo que se conserva son las trascripciones de algún original, realizadas unos 2000 años antes de nuestra Era. Se encontraron en las excavaciones realizadas en diversos templos, principalmente en Nippur (Mesopotamia), sede del culto a Inanna. Muchas tablillas se fragmentaron, y sus partes tomaron rumbos distintos: algunas fueron rescatadas por arqueólogos profesionales, otras entraron en el mercado de antigüedades. Las colecciones principales quedaron en Estambul y en Filadelfia. Casi un siglo entero de estudios debió transcurrir, para reflotar el asirio, el acadio y luego la lengua sumeria, e intentar en seguida la trascripción de esos fragmentos dispersos, procediendo a su unión. Los poemas o cantos a Inanna son la culminación de un trabajo arqueológico y lingüístico muy refinado y de enorme dedicación, en el cual destacan los nombres de Chiera y Kramer. Desde los años 40 se han venido facilitando escasas trascripciones y traducciones al inglés de estas obras, en la medida en que se han podido ir realizando. Son poemas en verso ritmado y rimado. El ritmo se construye en el manejo de consonantes o vocales muy marcadas, en el compás silabeante de esta lengua; la rima se reparte en ciertas zonas del verso, marcando un rimado al interior y al final del verso, en donde la repetición juega un papel armonizador y enfatizador. Las rimas tienden a independizarse, a conformar islotes de resonancia y sentido propios e invocan inevitablemente construcciones paradigmáticas en el imaginario mitológico (Vázquez Hoys, 2009).

Inana’s descent to the nether world: composite text
Poema o canto a Inanna: los cinco primeros versos del Descenso al Mundo de los Muertos

an gal-ta ki gal-ce jetug-ga-ni na-an /gub)
dijir an gal-ta ki gal-ce jectug-ga-ni na-an-/gub)
inana an gal-/ta ki gal-ce jectug-ga-ni na-an/gub)
nin-ju an mu-un-cub ki mu.un-cub kur-ra ba-e-a-ed
inana an mu-un-cub-ki mu-un-cub kur-ra ba-e-a-ed 
El énfasis muy sonoro de algunas terminaciones hace suponer una presencia colectiva. Hay insistencias, repeticiones que hacen suponer la presencia de un coro. Nos hallamos ante una forma poética que contiene de forma manifiesta muchos de los elementos que en la antigüedad habrían de culminar en la tragedia griega. No se descarta en estos recitales medio orientales, un comentario actuado, con algún acompañamiento instrumental. Algo de eso ocurría en las representaciones rituales egipcias vinculadas al ciclo de Osiris-Horus. Las obras a que aludimos, “El Descenso de Inanna al mundo de los muertos” y “La Exaltación de Inanna” tienen además otra doble importancia: son posiblemente, y hay fuertes probabilidades de que lo sea en el último caso, la primera obra de autor conocido, sin duda, de la primera escritora que dejó su nombre (Enheduanna). Y no sólo son poemas: contienen estos textos mucha información de valor histórico, biográfico y religioso (Vázquez Hoys, 2009).

Montaje audiovisual sobre la figura de la princesa Enheduanna, Alta Sacerdotisa en Ur.
Versos 1-33 del Himno a la diosa Inanna NIN-ME-SCHARA. Cantado en sumerio (Machuca, 2013). 
El reinado de los gobernantes de Agadé (Sargón, Rimush, Man-Ishtushu, Naram-Sin de Akkad) es la culminación de una época de tiempos revueltos que sucede el tranquilo devenir de la cultura sumeria hasta los finales del tercer milenio. Para esta época se advierte la llegada de nuevos pueblos, y el desarrollo de verdaderas crisis en las diversas sociedades de Mesopotamia, así como un crecimiento del conflicto entre los diversos poderes. No parece haber sido una época en donde continuara linealmente el crecimiento agrícola y comercial. Hay fuertes caídas en la producción y las líneas de comunicación y los mercados lejanos también se ven afectadas. No es esta una situación que haya afectado sólo a Sumeria: también se observan cambios sustantivos en el Indo, en el Mediterráneo, en Anatolia, en Egipto… Y precisamente en este último país sobrevino en aquel momento la notable caída del Reino Antiguo y el comienzo del Primer Período Intermedio (Vázquez Hoys, 2009).
Los datos y la indagación por determinantes mayores empujan a pensar en una serie de catástrofes de carácter más o menos local, o global, que afectaron a la situación climática y que también tuvieron manifestaciones en forma de grandes terremotos. Estos sucesos se habrían dado de una manera más o menos espaciada, a lo largo de un siglo o poco más, situándose los mayores hacia la época inmediatamente anterior al comienzo del reinado de Sargón. Otro evento en tiempos de Naram-Sin y otro, hacia la muerte (como consecuencia del mismo), de Ur-Nammu al menos un par de generaciones posterior a nuestra sacerdotisa. Rastros de estos acontecimientos se recogen en la caída de Agadé, en los conocidos “lamentos” de Urin, de Nippur (Vázquez Hoys, 2009).
Adorno sumerio
destinado a cubrir
la cabeza de la mujer
Sargón I de Acad, conocido por ‘el grande’, fue el primer rey de un imperio unificado. Reunía bajo su gobierno las ciudades-estado de la alta y de la baja Mesopotamia. En la batalla de Uruk, hacia 2271 a.C., venció la última resistencia y controló desde entonces una vasta región, desde el Mediterráneo hasta el Mar Rojo, hasta el día de su muerte, acaecida hacia 2215 a.C. Sargon se casó con Tashlultum, de la que tuvo varios hijos; entre ellos a Enheduanna, a la que instaló como Gran Sacerdotisa del Dios-Luna Nanna (también conocido como Sin) en la ciudad de Ur. Era una inteligente decisión estratégica puesto que Ur era una de las ciudades más importantes de la recién conquistada región de Sumeria, al sur de Mesopotamia, y uno de los más importantes santuarios de Nanna-Sin, el dios principal del panteón de la época. Sus funciones eran por tanto religiosas y políticas, y debió cumplirlas meticulosamente porque su puesto se institucionalizó y perduró tras su muerte. Su existencia histórica está demostrada por un disco de alabastro hallado en la zona más secreta del templo de Nanna en Ur (mostrado abajo), y por otras piezas de joyería. Pero, aunque su advocación oficial era Nanna la pasión de Enheduanna, claramente era su hija en el panteón mesopotámico: Inanna, diosa de la guerra y del amor, reina de la primavera/verano (los sumerios sólo conocían el verano y el invierno, la primavera estaría representada, por tanto, por el verano), resucitada de entre los muertos tras bajar al Inframundo a enfrentarse con su némesis y casada con Dumuzi, rey del otoño/invierno. Asociada con el planeta Venus, es la posterior Ishtar, y se la identifica con la Afrodita griega y la Astarté fenicia, y a través de ellas con la Venus romana la Diosa Madre por excelencia, cuya mitología es clave en la creación de la virgen María cristiana. Inanna no sólo reinaba sobre la guerra y el amor (que no el matrimonio), sino que mediante un subterfugio (emborrachándolo) había conseguido robar al poderoso dios Enki los ‘Me’, las invariables reglas de conducta necesarias para la civilización humana; los algoritmos del comportamiento más avanzado, como los oficios del pastor, el herrero o el escriba, las dignidades de los sacerdotes, las historias del descenso y ascenso del Inframundo o la narración del diluvio. Adoptaba así las características de Prometeo, robando aspectos vitales de la civilización a los mismos dioses para dárselos a los humanos. Simbólicamente la igualdad o incluso preeminencia de Inanna frente a su padre Nanna-Sin representaba el derecho de los Acadios a gobernar a los Sumerios en pie de igualdad (Vázquez Hoys, 2009). 
Enheduanna compuso numerosos poemas o cantos de temática religiosa, algunos en forma de himnos, otros directamente dirigidos a Inanna. De los himnos se conservan 42 que exaltan diversos templos en ciudades de Sumeria y Acad como Eridu, Sipar y Esnunna, recuperados de 37 tabletas procedentes de Ur y Nippur, lo que demuestra que se usaron durante siglos en las devociones. Constituyen uno de los primeros intentos conocidos de sistematizar una teología; explícitamente Enheduanna escribe que ‘algo se ha creado que nadie creó antes’. Además escribió la ‘Exaltación de Inanna’ o ‘Nin-Me-Sar-Ra’, 153 líneas dedicadas a la diosa en las que Enheduanna narra también su propia expulsión de Ur (¿a qué fue debida?) y su posterior retorno a la ciudad. También se conserva un ‘Himno a Nanna’ y fragmentos de otros trabajos, así como un himno dedicado a ella por un autor posterior que narra su apoteosis (su deificación tras su muerte). Especialistas en la literatura mesopotámica creen que otros textos podrían ser también obra suya (Vázquez Hoys, 2009).
De modo que puede afirmarse que el primer autor conocido de la historia, con nombre, circunstancias personales y su propia entidad como persona, era una mujer. Antes de ella no nos consta que las personas que creaban o inventaban algo quedaran asociadas a sus creaciones; de hecho sabemos que en la cultura mesopotámica la actividad de la construcción de templos y edificios era casi sagrada, y sin embargo no había un personaje equivalente a nuestro arquitecto, en el sentido de un creador. Mucho menos lo había en las representaciones de las pinturas rupestres, o entre las narraciones y poemas de la literatura oral anterior a la escritura. Enheduanna no es sólo la más antigua autora literaria que conocemos, sino la prueba de un cambio en la relación entre la gente y la cultura; el nacimiento de una idea antes desconocida, la de que una obra tiene un autor, que una creación cultural deriva de una persona particular. Que la primera obra literaria con autor conocido provenga de una mujer también nos hace reflexionar sobre el papel que en la cultura y en la historia ha tenido este sexo. Tal vez las sociedades del remoto pasado, de hace casi 4500 años, no fueran tan primitivas como tendemos a imaginarlas (Vázquez Hoys, 2009).
Que la primera obra literaria con autor conocido provenga de una mujer en un mundo como el sumerio podría sorprendernos. Sin embargo, si tenemos en cuenta que en la ciudad-estado de Sumer las mujeres disfrutaron de derechos que no volverían a recuperar hasta bien entrado el siglo XX la sorpresa es menor. Eran dueñas de su dote, de las riquezas obtenidas con la dote, podían testar y heredar, podían estudiar y trabajar al margen del esposo… Sólo en una sociedad así pudo surgir una mujer como Enheduanna. Resulta, además, muy significativo que la escritura y el oficio de escriba tuvieran a diosas por patronas. Y es más significativo que el 80% de la poesía sumeria encontrada parezca escrita por mujeres, según los últimos estudios de estilo realizados (Vázquez Hoys, 2009).
Disco de alabastro
donde aparece la princesa
Enheduanna en una procesión
Encontrado en el área de Giparu, santuario del templo de Ur, en 1927, cuando la Universidad de Pensilvania realizaba unas excavaciones, el disco se encontró en pedazos y hubo de realizarse una ardua labor de reconstrucción. Afortunadamente, una copia del mismo disco, realizada en 1900 a.C. en Babilonia, facilitó la tarea. Actualmente se exhibe como parte de la colección del Museo de la Universidad de Filadelfia. En él aparecen representadas cuatro figuras que realizan un ritual de ofrendas a la deidad lunar (Nanna), entre ellas destaca la sacerdotisa Enheduanna (la segunda figura). En el reverso del disco aparece una inscripción que informa sobre la princesa como sacerdotisa e hija de Sargón de Acad. Érase una vez una princesa que permaneció dormida más de 4.000 años bajo el peso de la arena del desierto. Hasta que, en 1927, el británico Sir Leonard Woolley la descubrió. Con ocasión de unas excavaciones, a cargo del Museo Británico y de la Universidad de Pensilvania, en el templo de Ur, al sur del actual Irak, este arqueólogo encontró un disco de alabastro de 25,6 cm de diámetro que desvelaría la existencia de una poetisa mil setecientos años antes de Safo. El disco pertenece a un periodo de la historia antigua de Sumer, en Mesopotamia. Se considera que esta región de Oriente Medio fue la cuna de la civilización y a ella se atribuye la aparición de la escritura, además de numerosos conocimientos matemáticos y astronómicos. El disco corresponde al imperio acadio, fundado por el rey Sargón de Acad: el primero de la historia. Hasta su descubrimiento no se sabía si el legendario Sargón era un mito o un personaje histórico real. Tampoco se tenía constancia de su hija, Enheduanna, descendiente de la reina Tashlultum. Nació en Acad hacia 2300 a.C., fue educada en la corte y nombrada Suma Sacerdotisa del dios de la Luna, Nanna. La importancia del disco no radica sólo en ser una prueba histórica de la existencia de Enheduanna, sino que también ofrece un retrato suyo tallado, realizando un ritual para su amada Inanna. Tras el hallazgo, las excavaciones arqueológicas continuaron y se encontraron tablillas de arcilla con 48 poemas de la Suma Sacerdotisa, alcanzando 4.200 líneas, todos ellos firmados por ella misma, con lo que fue la primera autora de la historia. Empezó a escribir apenas 350 años después de que la escritura estuviera constituida por completo. Dado el mal estado de estos descubrimientos y la dificultad añadida de que estaban escritos en sumerio y acadio, lenguas entonces todavía por descifrar, se tardó bastantes años en conocer su contenido. No fue hasta la década de los sesenta (del siglo XX), gracias a William W. Hallo y J.J. A Van Dijk, que pudimos conocer la obra literaria de esta autora compuesta por 42 himnos a templos, 3 al dios Nanna y 3 a la diosa Inanna. Leyendo estos documentos, se escucha la voz de Enheduanna hablándonos a través de los siglos y dejando testimonio del derrocamiento, el destierro y la posterior recuperación del trono usurpado. También dejó constancia del asesinato de su hermano y de su tío, ambos sucesores al trono, y de un terrible terremoto que asoló el reino. Por lo tanto, fue también la primera cronista de la que se tiene constancia. Los poemas dedicados a Inanna son de alto interés por sus aportaciones en el campo de la teología y la psicología. En ellos trata cuestiones tan variadas como la existencia de una deidad única, la facultad de las emociones para arruinar relaciones, el poder de destrucción de la naturaleza, cómo superar la pérdida de forma integra o cómo vencer la dependencia. En sus escritos encontramos historias muy parecidas a las que bastantes años después se recogerían en la Biblia, como el Jardín del Edén o el Génesis. Destaca su devoción hacia la diosa Inanna. El padre de Enheduanna respetó la tradición al destinarla al dios Nanna y ella se decantó por la hija de éste, diosa del amor, de la guerra y protectora de la ciudad de Uruk. La situó en lo más alto de la jerarquía divina y llegó incluso a designarla como la única deidad existente. La influencia de Enheduanna abarcaba todo el imperio y usó su situación para crear y promover su visión del mundo. Si tenemos en cuenta que los templos eran el centro no sólo de la vida religiosa, sino también de la económica y social, podemos imaginar el poder e impacto que tuvo su obra. Sus textos la sobrevivieron, dado que se han encontrado copias hechas en escuelas de escribas de hasta casi quinientos años después de su muerte. Roberta Binkley, profesora en la Universidad del Estado de Arizona y especialista en su obra afirma que el proceso creativo de Enheduanna parece resultar de la intima interacción con la diosa (Garzón, 2012).

 Nombre de Enheduanna en cuneiforme acadio
Enheduanna es un título acadio que significa “La Alta Sacerdotisa 
[llamada] Ornamento del Cielo” (Wolkstein & Kramer, 1983).
‘en’ = alta sacerdotisa / ‘hedu’ = ornamento / ‘anna’ = del cielo 
Nanna era el dios-Luna sumerio, una de las mayores divinidades del panteón mesopotámico en Ur. Otras hijas de los reyes que dominaron Mesopotamia tomaron el mismo título, como Enmenanna, hija de Naram-Sin de Acad, e incluso la hija de Nabonid, rey de Babilonia ya en el siglo VII a.C. (Vázquez Hoys, 2009).
La princesa Enheduanna vivió en un templo cercano al actual Golfo Pérsico. Recientes excavaciones demuestran que se trataba de una comunidad dedicada a actividades como la panadería, carnicería y elaboración de cerveza. Enheduanna tenía encomendada, entre otras, la tarea de dirigir la actividad agrícola en el templo y la pesca local. Como Suma Sacerdotisa ostentaba un puesto sumamente poderoso ya que era la única que podía nombrar a cualquiera de los mandatarios de la ciudad. Enheduanna vivió un momento en el que se desarrollaba en Sumeria y Babilonia la astronomía y las matemáticas. Estas disciplinas fueron controladas por los sacerdotes y sacerdotisas de las ciudades. Junto a otros sacerdotes, creó varios observatorios dentro de templos religiosos para poder ver las estrellas y la luna. Se hicieron mapas de los movimientos de cuerpos celestes. También ayudó a crear uno de los primeros calendarios religiosos, que hasta hoy son usados por algunas religiones para la celebración de Pascuas cristianas y hebreas, y otros eventos religiosos. Los sucesos de esa época convulsa, inevitablemente, influyeron en su obra y a través de sus escritos podemos vislumbrar su personalidad fuerte, decidida, capaz de encarnar los distintos aspectos de Inanna como Diosa Madre y Dadora de Vida, benévola, pero también terrible como Diosa Guerrera, capaz de enfrentarse al caos y restablecer el orden. Enheduanna, que presenció acontecimientos terribles durante su juventud, se convirtió también en la primera cronista de la historia al narrar los asesinatos de su hermano Rimush y de su tío Manishtusu, sucesores de su padre en el trono; así como un terremoto que sepultó el reino, al comienzo del reinado de su sobrino, Naram-Sin, segundo rey de la dinastía de Acad. A su muerte, bajo el reinado de Naram-Sin, la sucedió en su alto cargo la hija de éste Enmenanna. Las funciones de princesa y Suma sacerdotisa sentaron precedentes en la historia sumeria, imitada durante los 500 años. Según estudios de Willian W. Hola, Enheduanna fue una personalidad ”que marca la pauta en sus tres roles para muchos siglos posteriores”. Otras hijas de los reyes que dominaron Mesopotamia ocuparon aquella misma función. De hecho los nombres de las sacerdotisas aparecen en las listas históricas, así como las de los reyes. Durante cinco siglos, reyes y sacerdotisas formaron el gobierno sumerio, ejemplos de ello fueron, como hemos dicho, Enmenanna, o la hija de Nabonid, rey de Babilonia en el siglo VII a.C. Para el conocimiento de su obra literaria contamos con las tablillas que desarrollan los himnos y poemas de esta princesa, en versiones sumerias y acadias. Cuando escribió el Himno a Inanna no sólo ejercía de poetisa, sino que compuso el poema para ser cantado en un determinado ritual, consciente del efecto de la repetición de palabras y de sonidos concretos, probablemente asociados a notas musicales. Estos himnos, palabras sagradas, cantadas o recitadas servirían para elevar el espíritu hasta poner a la autora en contacto con los dioses (Machuca, 2013).
Inanna. Reina del Cielo y de la Tierra
Sus Historias e Himnos de Sumer
(Traducido al español por la poeta mexicana Elsa Cross) 
La historia de la diosa Inanna, uno de los mitos más importantes de la Antigüedad, puede conocerse a través de Inanna. Reina del cielo y de la tierra. Libro cuyo resultado se debe a la ardua investigación que realizaron durante décadas Diane Wolkstein y Samuel Noah Kramer, especialistas en la cultura sumeria. La importancia de Inanna recae en que es la primera diosa de la que se tiene registro en el mundo, siendo, además, la amada divinidad de los antiguos sumerios, a quien la civilización acadia le rendía culto. Dichos registros, acerca del culto a la diosa Inanna, anteceden en dos milenios a los escritos bíblicos y su importancia es enorme para los estudiosos de la Antigüedad. Inanna es un personaje mítico, una diosa del cielo y de la tierra, que en Sumeria fue adorada como diosa de la fertilidad, del amor y de la guerra… Fue una diosa poderosa que cumplía eficazmente con todo cuanto se le proponía y fue, además, un verdadero paradigma. El culto que los sumerios rendían a la diosa Inanna servía para propiciar los poderes de esta deidad femenina. El libro de Wolkstein y Kramer Inanna. Queen of Heaven and Earth: Her Stories and Hymns from Sumer (1983) configura un retablo biográfico de la primera diosa de la que se tiene registro en el mundo, desde su adolescencia hasta su madurez y transformación en divinidad. Se trata de una historia de amor en la que una mujer completa un viaje a fin de sufrir una transformación y encontrarse con su pareja: Dumuzi, para finalmente renovarse como diosa. Inanna protagoniza este mito cosmogónico que originó una civilización  En los templos de Inanna había sacerdotisas que eventualmente la representaban. Había incluso unión sexual entre el rey y alguna sacerdotisa porque se pensaba que de esa manera Inanna traería todos los poderes de fertilidad, el poder de la diosa Inanna sobre el reino. Había una serie de ritos sumerios que culminaban con esa una unión sagrada. Además, el culto a esa amada deidad comprendía también la escritura de himnos y poemas. De tal manera que la importancia de Inanna para la civilización sumeria radica en que era una de las diosas principales de los sumerios. Después se convierte en una diosa de Babilonia, pero Inanna sigue siendo la misma. Fue una diosa con una gran influencia a lo largo de mucho tiempo (Cross, 2011).
Samuel Noah Kramer (1897-1990), experto en la historia y cultura sumeria, y Diane Wolkstein (1942-2013), narradora y experta en folclore, fueron los encargados de traducir, ordenar y combinar las tablillas cuneiformes que comprenden el ciclo de esta diosa. El resultado fue la publicación en 1983 de Inanna. Queen of Heaven and Earth: Her Stories and Hymns from Sumer, editado por Harper & Row. En esa edición, Diane Wolkstein escribió hace casi tres décadas que esa primera historia de amor de la que se tiene registro en la historia de la humanidad, “tierna, erótica, impactante y compasiva, es más que un entretenimiento momentáneo. Es una historia sacra que tiene la intención de conducir a su audiencia a un nuevo sitio espiritual. Con Inanna entramos a un lugar de exploración: el lugar donde no todas las energías han sido dominadas o puestas en orden”. Resulta, pues, imprescindible acercarse a Inanna en relación con el desarrollo de la lengua acadia, su poesía, su contexto histórico mesopotámico y las funciones que desempeñaba como diosa de los sumerios. La única manera posible es a través de los textos que la princesa Enheduanna nos legó hace ya más de cinco mil años (Hernández, 2011).
Himnos, poemas y otros registros sobre el culto a la diosa sumeria son los que emplearon Diane Wolstein y Samuel Noah Kramer para crear Inanna. Reina del cielo y de la tierra. El experto en Sumeria, S.N. Kramer (1897-1990), y la narradora D. Wolkstein tradujeron, ordenaron y combinaron las fragmentarias tabletas cuneiformes que comprenden el ciclo de Inanna para crear un retablo biográfico de la diosas, desde su adolescencia hasta su madurez y transformación en divinidad. De la labor de estos expertos en la cultura sumeria, Elsa Cross destacó que “el doctor Kramerfue uno de los principales traductores del sumerio, una autoridad sobre la cultura y la traducción del sumerio”. El trabajo de Wolkstein para la conformación de este libro fue “darle a todos los poemas de Inanna la forma en que aparecen en esta edición. Ella los estructuró. Puso primero el poema en que Inanna aparece como un jovencita, una adolescente, luego, el poema en el que se casa, luego, el poema en que es reina, etcétera; estructuró todo para que pudiera apreciarse como un ciclo completo”. Pero el mérito de ambos “fue volver más asequibles algunos términos. Volver, en general, más asequible el texto a un público no especializado de lectores”. Cross recordó la importancia de la civilización sumeria para la humanidad. “Tiene muchísima importancia porque ha sido una de las civilizaciones más antiguas. Sentó muchas de las bases para todas las civilizaciones posteriores. En Sumeria ya había escritura, lo cual, en muchas otras culturas no existía en esa época”. Además, agregó, “en Sumeria había leyes, registros donde aparecía el código de leyes. La vida de la gente estaba estructurada de la manera en la que la conocemos: con centros, monumentos, etcétera. Ellos tenían una vida urbana muy desarrollada, aunque desde luego, tuvieron también el durísimo trabajo de campo” (Hernández, 2011). 
Organización del imperio acadio
(2334-2193 a.C.)
Estructura política del Estado de Sargón de Acad. Las fuentes de riqueza de Sargón I, quien poseía el monopolio estatal sobre bienes de consumo, eran los botines de guerra e impuestos y tributos. Los botines de guerra provenían de las expediciones militares. Era un Estado de carácter imperialista, lo que exigía continuamente expandirse, abriendo nuevas rutas de comercio y produciendo así riqueza, provocando eso sí la oposición de los pueblos sometidos. Los impuestos y tributos representaban otro medio por el que conseguir riquezas. Lo mismo que engrandecía al imperio, a su vez, sin embargo, lo destruía, pues la riqueza atraía a los nómadas (pillajes llevados a cabo por los Guti, los Lulubi…); la opresión producía, a su vez, rebeliones de los pueblos sometidos. El imperio acadio estaba soportado por una estructura política superficial (poder centralizado). El rey que poseía el poder legislativo, con numerosos funcionarios a su cargo, pagados con tierras cultivables en usufructo, alimentos y vestidos. Luego estaban los lugartenientes, miembros masculinos de la familia real, a modo de gobernadores (“ensi”); después las mujeres de la familia real en puestos religiosos de importancia (grandes sacerdotisas de Inanna, en Ur); había también guarniciones militares acadias junto a esos gobernadores, en las ciudades sometidas, como apoyo y defensa. Acad mantenía en pie a los reyes vencidos (salvo los peligrosos, como Lugalzagesi) y las estructuras políticas de los países sometidos: Ur conservó su rey (Vázquez Hoys, 2009).
Estela de Naram-Sin
(Detalle)
De los sus sucesores de Sargón, el más importante es su nieto Naram–Sin, cuarto rey de Acad. Bajo este rey el Imperio se encontró en su mayor apogeo y mayor expansión territorial, aunque ya en esta época empezaban a surgir tensiones internas que en el futuro acabarán por disgregar el Imperio, concretamente bajo el mandato de Sharkalisharri, con el cual terminará el Imperio Acadio. Los sucesores de Sargón no sólo se proclamaron reyes de Acad y Sumer, sino reyes de las Cuatro partes del mundo: Sumer, Acad, Amur y Subaru. Naram–Sin, a diferencia de otros reyes anteriores, se proclamó nada menos que dios de Acad, reflejado en las inscripciones, lo cual pasará a ser un hecho habitual en la monarquía mesopotámica. Aparte de aquellas inscripciones, existe otro documento, la conocida estela de Naram–Sin, en la cual se proclama dios viviente. La función de dichas estelas era la de dejar constancia y preservar la memoria de sus hazañas. Pretendía también hacer propaganda, divulgar la ideología de estos reyes, asociarlos con los dioses para que no existieran dudas acerca de su legitimidad y advertir, además, a los enemigos del peligro que suponía atentar contra el rey. Pero, sobre todo, las estelas representaban los fundamentos religiosos en que se basaba el estado (Vázquez Hoys, 2009). 
Zigurat: elemento arquitectónico
característico de Mespotamia
El zigurat era un edificio sagrado con gran tradición en Mesopotamia. Se mantuvo durante toda la existencia del imperio acadio, pero fue bajo la III dinastía de Ur cuando tomó su estructura y función definitivas. Uno de los más importantes se encuentra, de hecho, en la ciudad de Ur, dedicado a Inanna, la hija del dios lunar Nanna. Se construía con ladrillos de arcilla cocidos al sol y poseía un número variable de terrazas con escalinatas, rampas y puertas de acceso. En la última terraza se construía una capilla dedicada a una divinidad. Cada ciudad poseía numerosos Zigurat. Las funciones de las capillas y Zigurat podían ser variadas, pero dos eran sus características principales: un observatorio astronómico para los sacerdotes y una “sede” donde se albergaba la deidad a la cual se honraba. Estos observatorios eran vitales para conocer el calendario religioso (procesiones, sacrificios…) Cuando el dios “visitaba” a los mortales, lo hacía situándose en la capilla, con un altar de oro, una imagen del dios y un sacerdote orando, cuidando el aposento de la deidad. Se solían hacer procesiones festivas para llevarle ofrendas al dios. La característica forma de los Zigurat servía para que la capilla estuviera preservada contra las inundaciones periódicas, aunque también se ve como una forma de situar la capilla cerca del cielo y, por tanto, de los dioses. Los muros solían ser macizos, a veces con pequeñas cavidades para archivos, capillas o habitaciones (Vázquez Hoys, 2009).
Disgregación del imperio bajo el mandato de Sharkalisharri
Fin del Imperio Acadio


SEMITAS BABILONIOS (PUEBLOS DEL PRÓXIMO ORIENTE)
Continuamos en el mismo escenario, donde se desarrollaron otras narraciones que también implicaron a mujeres extraordinarias: el Próximo Oriente, un conjunto extenso de tierras del Asia Occidental: entre el Mar Egeo y el Golfo Pérsico, cabo Caso al norte hasta Cáucaso al sur, el desierto Arábigo y el Sáhara. Dentro de este vasto territorio existieron regiones muy importantes, como Mesopotamia que quiere decir “tierra entre dos ríos” (Tigris y Eúfrates) y abarca actualmente Irak y el este de Siria (Vázquez Hoys, 2009). 
Los pueblos de estos territorios estaban formados por muy diversas etnias de las que ya hablamos al principio. Hagamos un repaso breve de toda la etnia semita antes de centrarnos en uno de sus pueblos, los babilonios. Los semitas de la Antigüedad eran un conjunto de pueblos nómadas procedentes del desierto arábigo que en oleadas sucesivas entraron en las zonas fértiles del Próximo Oriente (Mesopotamia y el Levante Mediterráneo). Se mezclaron con la población autóctona volviéndose sedentarios y estaban compuestos por:
— Acadios, los primeros semitas que llegaron a Mesopotamia, se asentaron en Acad.
— Amoritas o amorreos (de la región de Amurru), se asentaron en Mesopotamia y a partir de su lengua surgieron otras lenguas semitas (la de los caldeos y los cananeos) así como el uralítico, el idioma de Fenicia.
— Arameos, asentados en Mesopotamia. De su lengua surgió uno de los dialectos más importantes dentro de los pueblos semitas (el de Aram, hijo de Sem, de donde surgió el arameo). Otro fue el de los nabateos.
— Fenicios, se instalaron en el Levante Mediterráneo.
— Hebreos, también se asentaron en el Levante Mediterráneo (de Eber, hijo de Sem, surgiría el hebreo).
— Árabes, este pueblo siguió emigrando en este escenario hasta las postrimerías de la Edad Antigua y durante buena parte de la Edad Media.  
Los semitas poblaron Mesopotamia a partir del III y II milenio, dándose tres etapas de expansión muy rápida y otra más lenta:
1. Semitas acadios, entran pacíficamente durante el III milenio en la baja Mesopotamia, de manera lenta y progresiva. Son los autores del primer estado semita (Imperio de Sargón).
2. Semitas amorreos o amoritas, en torno al año 2000 a.C. entraron de forma violenta en Mesopotamia, arrasando el Imperio de Ur, un lugar muy fértil, formado por pueblos autóctonos. Creando pequeños estados de reyes semitas en Babilonia. Ocuparon Siria y el Norte de Jordania.
3. Semitas arameos y caldeos, a fines del II milenio, en torno al año 1100 a.C. Penetraron también de manera muy violenta, arrasando el Imperio Medio Asirio y, a principios del I milenio instauraron dos grandes imperios: El Imperio Asirio (obra de asirios arameos), al norte de Mesopotamia, y el Estado Babilónico (obra de asirios caldeos), al sur, en Emar. Ambos entran en conflicto de hegemonías.
4. Semitas árabes en el siglo IX a.C. Su infiltración fue lenta, pacífica y progresiva (no cesa durante siglos). Fueron mencionados por vez primera en los anales de los asirios. Su implantación vendrá comenzada ya la Edad Media.
Penetraron en el Próximo Oriente de manera lenta y progresiva. Su asentamiento estuvo protagonizado por grupos nómadas compuestos tanto por pequeñas tribus como por numerosos grupos que erraban a través de la zona limítrofe, entre la frontera del desierto Arábigo y el “Creciente Fértil”. En un momento determinado acaban por asentarse en la zona fértil, donde se mezclan con la población autóctona dejando así su nomadismo. Sirva de ejemplo el asentamiento de los hebreos en Palestina, cuyas migraciones desde fines del III milenio tuvieron como consecuencia que todo el Creciente Fértil hablara lengua semita. Se considera que esta etnia proviene del Cuerno de África (actual Etiopía) porque en esa área ya existía una etnia afroasiática desde el X milenio. Empezaron a emigrar hacia el norte en tres direcciones: un grupo amplio y numeroso pasaría a la Península Ibérica; a fines del IV milenio otro grupo se habría dirigido hacia el Mediterráneo y se habría asentado en el valle del Nilo; un último grupo, los bereberes (denominación dada por Heródoto a estos pueblos debido a su habla), se habrían dirigido al Este y poblado África del Norte. Sería una población autóctona que se dividiría en: mauritanos, de Mauritania / africanos, de Túnez / líbicos, de Libia (Vázquez Hoys, 2009). 
Las migraciones semitas se debieron a distintos factores, entre ellos, el exceso de poblamiento en el desierto Arábigo, una zona con recursos limitados. También la climatología de la zona empujó a gran parte de la población a buscar medios necesarios para subsistir en lugares sin sequía (procesos de desertización de la zona “limítrofe”). Otro factor posible habrían sido los continuos conflictos bélicos entre los distintos clanes y pueblos que hizo necesaria la ocupación de otros territorios más pacíficos. Algunas hipótesis, sin embargo, apuntan al modo de vida de estos nómadas, a la necesidad de encontrar nuevos pastos y mercados para desarrollar su agricultura, ganadería y comercio, empujándoles a buscar rutas comerciales en zonas fértiles del Próximo Oriente (Vázquez Hoys, 2009).
Los pueblos semitas tenían diferencias étnicas y culturales entre sí, aunque sus lenguas estaban estrechamente emparentadas y poseían ciertos rasgos en común. Casi todos los pueblos semitas estaban organizados de forma patriarcal y el clan familiar era la célula básica del funcionamiento de la sociedad. No era una sociedad guerrera, por eso siempre elegían para construir sus ciudades y asentamientos los espacios abiertos (llanuras, con ríos y tierras fértiles, para una mejor comunicación comercial), importándoles más el agua y los buenos pastos que su propia seguridad. Muy bien organizados desde el punto de vista económico. La monarquía gozaba de gran prestigio y el poder absoluto era detentado por un único individuo (monarquías muy centralizadas). Desde el punto de vista religioso, no encontramos entre los semitas una mitología común ni un panteón único, aunque todos poseían divinidades astrales femeninas y en todos los panteones aparece una divinidad masculina relacionada con las tormentas. Las tres religiones monoteístas actuales (el Cristianismo, el Islamismo y el Judaísmo) poseen rasgos semitas en común: la noción de pecado, el temor a las prácticas mágicas y los sortilegios, y la separación radical entre lo profano y lo sagrado. Eran típicos también los sacrificios sangrientos, con animales (corderos, ovejas, bueyes). Los griegos adaptaron este ritual al sacrificio de bueyes, a lo cual denominaron Hecatombe (sacrificio de 100 bueyes en el ritual). También hubo sacrificios humanos (los sacrificios Fenicios) o el ritual cristiano de la ingesta del “cuerpo y la sangre de Cristo”. En el panteón semita existía una divinidad femenina relacionada con las aguas y la fecundidad, y una divinidad masculina relacionada con los truenos y las tormentas (este dios no es primordial, sino un dios común llamado Baal). Otras divinidades comunes eran “el dios único”, llamado Elohim o Yahvé por los hebreos y Alah por otros pueblos semitas, consiguiendo al final permanecer como “Dios único”, pese a haber convivido en épocas anteriores con un elenco de muchos dioses. La otra divinidad es la llamada “virgen” en todas las lenguas semitas, llamada en Mesopotamia Isthar o Astarté, en el Levante Mediterráneo Asthar, que los griegos de época tardía integrarán en su panteón bajo la denominación de Artemisa, “la virgen cazadora”. A pesar de ser una divinidad virgen, siempre se la relacionó con la fecundidad, los partos y la alimentación de recién nacidos (Vázquez Hoys, 2009)
Babilonia (El Imperio Paleobabilónico)
Babilonia fue un antiguo imperio de Mesopotamia que llegó a extenderse por Acad y Sumeria, arrebatando la hegemonía a las dinastías amorritas de Isin y Larsa. Su historia se divide en dos etapas principales, separadas entre sí por un período de dominación asiria; el imperio paleobabilónico o amorrita (1950 a.C.–1595 a.C.) y el imperio neobabilónico o caldeo (626 a.C.–539 a.C.). El imperio babilónico fue sucedido por el persa tras las conquistas de Ciro II el Grande. En Babilonia se hablaba el acadio (lengua semítica) y mantuvo el lenguaje escrito acadio para uso oficial (el idioma de su población nativa), a pesar de sus fundadores, los amorreos y de sus sucesores, los casitas, que no tenían el acadio como idioma nativo. Sin embargo, conservó la lengua sumeria para un uso religioso, a pesar de que en el momento en que fue fundada Babilonia, probablemente ya no era una lengua hablada. Las antiguas tradiciones acadias y sumerias jugaron un papel importante en la cultura babilonia (y asiria), y la región seguirá siendo un importante centro cultural, incluso en períodos prolongados y largos de gobiernos externos. Hacia 2006 a.C. fue destruido el Imperio de la III dinastía de UR por invasiones llevadas a cabo por semitas amorreos, elamitas y casitas. Al desaparecer este vasto imperio hubo un vacío de poder que cubrió un área inmensa, provocando una fragmentación política, social y cultural. Esto dejó a toda Mesopotamia fragmentada en pequeños reinos. Se abrió entonces un gran período de tiempo: Primera Mitad del II Milenio a.C. Es el período más complejo de la Historia de Oriente y abarca los años 1950 a 1595 a.C. En este período se promulgaron los primeros códigos legislativos y apareció el Imperio Medio (2160–1785 a.C.) Se dan dos etapas bien diferenciadas: Primera Fase (1950–1700 a.C.) En el Norte / Segunda Fase (1700–1500 a.C.)
En el Sur (Roux, 1990). Primera fase (1950 – 1700 a.C.)
Norte: Mari / Eshnuna / Assur
Asentamiento de los pueblos invasores que terminan con el Imperio de la III dinastía de UR y aparición de la primera serie de pequeños reinos que durante este período mantienen todo el territorio fragmentado. A cada una de las ciudades de este principado le corresponde un pequeño estado (vuelta a la ciudad–estado sumeria) Reyes semitas amorreos son la fuerza étnica que domina estos pequeños reinos. Al norte de Mesopotamia tres estados: Mari, Eshnuna y Assur. Guerras y rivalidad entre las tres. Serán los reyes de Assur los que consigan dominar militarmente a los demás reinos del norte y constituyan el Imperio Asirio. Su rey y fundador se llamaba Shamsi–Adad I y su imperio, un reino grande, poderoso y próspero, cuyo centro político sería Assur, recibe el nombre de Imperio Antiguo Asirio, que tras la muerte del rey se fragmentó de nuevo. Su base económica fue muy sólida (enorme poder económico de Assur) El antiguo estado asirio estableció una serie de colonias en Anatolia central, donde el rey extraía metal (oro y plata) a cambio de tejidos, estaño, ganado y productos agrícolas que llevaba (principal colonia: Canis). Desde comienzos del II milenio a.C., Asiria fue regida por una dinastía amorrea cuyo representante principal, Shamsi–Adad I, rey de origen semita amorreo (hacia 1800 a.C.) se hizo con Mari. Su único rival fue la Babilonia de Hammurabi y sus sucesores de la II dinastía babilónica (Roux, 1990).
Segunda fase (1700 – 1595 a.C.)
Sur: Uruk / Isin / Larsa / Babilonia
«En medio del templo se yergue una torre maciza […] Sobre esta torre hay otra, y sobre esta otra, hasta ocho torres. La calle que sube […] rodea todas las torres» Heródoto.
Lo que conocemos de Babilonia actualmente se limita a la época de los reyes neobabilonios, es decir, al reino mencionado en los célebres pasajes del Antiguo Testamento. El desplazamiento del Eufrates, que ha dañado los estratos menos superficiales del yacimiento, impide investigar las fases más arcaicas de la ciudad y con ellas muchas vicisitudes históricas del lugar donde, en el último cuarto del II milenio a.C., subió al trono Hammurabi. Lo que ha salido a la luz son, por lo tanto, las reconstrucciones hechas por Nabopolasar, Nabucodonosor II y Nabónido, después de la dura represión de Senaquerib y su destrucción de la ciudad. Lo más probable es que Babilonia tuviese una estructura urbanística rectangular, con gran parte de los palacios y templos en el centro y el lado norte del trazado urbano. El Etemenanki (Torre de Babel) debía de estar en el centro de la ciudad, cerca de Esagila, templo del dios Marduk, y el Palacio sur se alzaba junto a la Puerta de Ishtar, atravesada por la vía procesional que llevaba hasta el Palacio de Verano, la residencia real extramuros. La actividad urbanística de los soberanos neobabilonios fue incansable, para devolver a la ciudad el esplendor que le había atribuido Marduk, como reflejo en la tierra de su acto de creación (Ascalone, 2008) 
Al sur de Mesopotamia surgen una serie de pequeños estados con reyes semitas amorreos (iguales a los anteriores): Uruk, Isin, Larsa (hegemonía breve del rey Rim–Sin) En Babilonia toma el poder el sexto monarca de la dinastía amorrea, llamada también II dinastía de Babilonia. Durante un siglo estarán luchando entre sí, hasta que los reyes de Babilonia consiguen constituir un estado de más envergadura que el del norte, abarcando Elam, la baja Mesopotamia y el Primer Imperio Antiguo Asirio. El precursor de este Imperio fue también un semita amorreo, el VI monarca de esta dinastía, que recibió el nombre de Hammurabi. Los amorreos se establecieron entre los ríos Tigris y Éufrates, haciéndose sedentarios y mezclándose con la población sumeria, como consecuencia subirían al poder dinastías de origen amorrita en distintas ciudades del centro y sur de Mesopotamia. La más importante en Babilonia, ya que el propio Hammurabi sería amorreo. A los inicios del imperio paleobabilónico la población era pues una mezcla acadio-amorrita. Los amorreos que se mantuvieron nómadas, fueron contenidos fácilmente al principio pero conforme el imperio de Ur III fue perdiendo su poder, estos se fueron volviendo más peligrosos. Con la caída de Ur III y acabada la época de dominio sumerio, empieza una época en la que los semitas obtendrían la mayor importancia a través de pueblos como los acadios o los amorreos. Los elamitas apenas disfrutaron su conquista. Los mayores ganadores de la caída de Ur fueron primero los acadios del reino de Isin y después los amorreos, que en un siglo llenarían Mesopotamia de reinos, quedando lo que fue el imperio de Ur fragmentado en numerosos reinos amorreos y acadios cuyas capitales serían ciudades que hasta ese momento habían tenido poca importancia (Vázquez Hoys, 2009).
 
El Código de Hammurabi es la primera ley escrita de la que se tiene constancia. La figura superior muestra al propio Hammurabi en posición humilde ante Shamash, dios del Sol. Bajo ella están escritas casi 282 leyes con objeto de regir las decisiones de los jueces. Erigida originalmente en el templo de la ciudad de Sippar, a orillas del Éufrates, fue trasladada a Susa por Shutruk-Nakhunte en 1200 a.C. Actualmente se encuentra en el Museo del Louvre de París.
Situada a ambas orillas del Éufrates, la ciudad de Babilonia mantuvo en su origen una posición moderada, bajo la sombra de la cercana y más poderosa Kish. Comenzó a cobrar importancia con la llegada de los amorreos entre el 2000 y el 1800 a.C., que se erigieron reyes de la ciudad. Los amorreos, también semitas, se adaptaron fácilmente a la lengua acadia, propiciando el declive del sumerio. También se amoldaron con facilidad al panteón mixto sumerio-acadio, rindiendo culto a Marduk, deidad protectora de la ciudad. En torno a 1782 a.C. llegó al trono el sexto miembro de esta dinastía, Hammurabi. En este tiempo al norte y sur de la ciudad se encontraban los territorios de las ciudades de Assur (que dará nombre a Asiria) y Larsa, más poderosas pero con monarcas envejecidos. En 1763 a.C Hammurabi venció a Rim-Sin de Larsa, apoderándose de la parte sur de Mesopotamia. En 1755 a.C. tomó igualmente Assur, haciéndose con el poder de todo el valle de los ríos Tigris y Éufrates. Con el triunfo de Babilonia sobre el resto de Mesopotamia, también su dios principal, Marduk, fue alzado a la cabeza del panteón de dioses locales. Hacia 1800 a.C. comenzaron a producirse una serie de invasiones nómadas provenientes del norte del Cáucaso y de Escitia. El ataque por parte de nómadas a la región había sido una constante durante los siglos anteriores, pero con la domesticación del caballo y su utilización para el tiro de carros de guerra, los nómadas consiguieron una ventaja militar que les permitió penetrar en la zona. Uno de estos grupos fueron los hurritas, que ocuparon gran parte del territorio que Asiria había conquistado durante el reinado de Shamshi-Adad I, fundando el reino de Mitani hacia 1500 a.C. y haciendo a los asirios subsidiarios suyos. También se extendieron por Canaán, donde fundaron algunos reinos, llegando hasta el Antiguo Egipto, donde conquistaron la parte norte y fueron conocidos como hicsos. Otro de estos grupos fueron los hititas, que se establecieron en la parte oriental de Anatolia a partir de 1700 a.C. fundando el conocido como Antiguo Reino. La lengua hitita era de origen indoeuropeo, lo cual no les impidió adoptar la escritura cuneiforme de los acadios. Durante los años siguientes, hititas y hurritas se enfrentaron en el norte de Mesopotamia. En la alta Mesopotamia, la ciudad de Assur, con reyes de origen amorreo, comenzó a ganar importancia tras vencer en una guerra por el control de las rutas comerciales a Eshnunna y Mari. A partir de 1785 a.C. y hasta el año 1603 a.C, la situación se complicó. Fueron años de oscuridad documental, pero las pocas fuentes que tenemos nos informan de que una serie de invasiones han convertido a Mesopotamia en un territorio dividido: en Egipto, en esta época, se desarrolla el Segundo Período Intermedio, dinastías XIII hasta XVII, con una nueva disgregación territorial (Vázquez Hoys, 2009). 
Cuando se recupera información sobre este territorio vemos que se han formado cuatro grandes estados en el próximo Oriente y Egipto:
1. El estado Hurrita-Mitanio (Mesopotamia – norte)
2. Estado Babilonio-Casita (Mesopotamia – sur)
3. Estado Hitita (Anatolia), capital – Hattusa
4. Estado del Imperio Nuevo Egipcio 
En torno a 1600 a.C., durante el reinado del rey Mursil I los hititas derrotaron a los hurritas, dominando Asiria y haciendo incursiones en Babilonia, a la cual redujeron hasta las dimensiones anteriores a la conquistas de Hammurabi. Este periodo coincidió con la entrada de los nómadas casitas provenientes de los montes Zagros, quienes aprovecharon el debilitamiento de Babilonia para atacarla. Finalmente tomaron la ciudad en 1595 a.C. (Vázquez Hoys, 2009).
Piedra Michaux.
Babilonia durante la dinastía casita
(siglos XVI – XIII a.C.)
Babilonia es un Estado gobernado por casitas (III dinastía de Babilonia) Duró hasta la llegada de los hititas en el II Milenio a.C. El rey hitita Mursili I (1595 a.C.) organizó una incursión bélica desde el centro de Anatolia hasta Babilonia, donde asedió la ciudad, la saqueó y la incendió. Cogió una estatua del templo del dios Marduk hecha en oro, la fundió, la cortó en lingotes y se la llevó. El efecto histórico de esta expedición fue la destrucción total del debilitado estado babilónico de Hammurabi del que no ha quedado casi nada. Los casitas estaban siempre al acecho para conquistar los territorios de Mesopotamia y los reyes sucesores de Hammurabi, que fueron siete en concreto, poco a poco cedieron ante el empuje de los invasores casitas, los cuales en 1595 a.C. se hicieron con el reino babilonio. El rey que lo consiguió fue Mursili I, fundador de este reino antiguo casita. La piedra Michaux es un kudurru perteneciente al período de dominación casita de Babilonia. Está escrito en lengua acadia mediante símbolos cuneiformes. Descubierta en 1782 por el botánico francés Michaux, fue el primer testimonio de la civilización mesopotámica que llegó a la Europa moderna. Los casitas no tardaron en adoptar la lengua y la religión del territorio que ocuparon, restaurando incluso el templo de Marduk de Babilonia. Hacia 1330 a.C. Reconstruyeron Ur, mientras los antiguos invasores nómadas siguieron siendo expulsados del resto de los territorios. Así, hacia 1580 a.C. los nativos egipcios derrotaron a los hicsos del bajo Egipto y continuaron su avance más allá del Sinaí, derrotando durante el reinado de Tutmosis III a una confederación de ciudades cananeas en la batalla de Megido, en 1479 a.C. Posteriormente siguieron hacia el norte, derrotando al reino de Mitanni, al cual obligaron a rendir tributo. Tras la muerte de Tutmosis III, Egipto perdió fuerza en el norte, resurgiendo los hititas, que formarían hacia 1375 a.C. el llamado Nuevo Reino. En Asiria, Ashur-uballit I llegó al trono en 1365 a.C. y emprendió una serie de reformas hasta constituir el llamado Primer imperio asirio. Su sucesor atacó Mitani, saqueando su capital en el siglo XVI a.C. y conquistando el resto del territorio en los 30 años siguientes. En 1274 a.C. subió al trono asirio Salmanasar I, quien emprendió una serie de conquistas hacia el oeste, llegando hasta la frontera del reino hitita. Su sucesor Tukulti-Ninurta I amplió las fronteras por el norte, penetrando en el Cáucaso y por el este, hacia los montes Zagros. Finalmente, el monarca asirio se dirigió hacia el sur, hacia los territorios administrados por los casitas, entre los que se encontraba Babilonia. Los casitas fueron vencidos, siendo obligados a pagar tributos al rey de Asiria. Hacia 1200 a.C. comenzaron a llegar oleadas de nuevos invasores provenientes del Mediterráneo, conocidos como “Pueblos del Mar”, sintiéndose su presencia prácticamente en todas las regiones del Mediterráneo oriental. El pueblo al que más afectaron estas invasiones fue el de los hititas, cuyo imperio, previamente debilitado por la expansión asiria, fue completamente destruido. Los “Pueblos del Mar” también dañaron Egipto y Asiria, por lo que Babilonia y especialmente el reino de Elam –en el extremo oriental de Mesopotamia– se vieron beneficiados. Los elamitas aprovecharon la situación marchando hacia el oeste, tomando Babilonia y las ciudades vecinas. En 1174 a.C. se llevaron de la ciudad las tablillas que contenían el Código de Hammurabi y la estela de Naram-Sim (Vázquez Hoys, 2009). 
El final de la dinastía casita llegaba en 1124 a.C., con la toma de poder del nativo babilonio Nabucodonosor I. El nuevo rey derrotaría a los elamitas, iniciando un breve período de independencia en la región.
Babilonia durante el dominio asirio
(siglo XII – IX a.C.)
Hacia 1250 a.C. en las montañas del Cáucaso se desarrolló un nuevo tipo de metalurgia, la del hierro. Durante ese período la región había sido controlada por los hititas, pero con su caída, el manejo del nuevo metal pasa a los asirios. Es posible que el dominio de esta nueva técnica contribuyese a las posteriores victorias militares de los asirios, al dotarles de armas más resistentes que las de sus pueblos vecinos y proporcionarles un bien valioso con el que comerciar. Siendo o no así, lo que es cierto es que en 1115 a.C. llegó al trono asirio Teglatfalasar I, quien emprendió una campaña de conquistas hasta recuperar el territorio poseído durante el reinado de Tukulti-Ninurta I. En 1103 a.C. atacó y venció a Nabucodonosor I de Babilonia. Ya hacia el siglo X a.C. un nuevo pueblo semita emergió del desierto de Arabia, fueron los arameos. Durante el reinado de Teglatfalasar I, Asiria consiguió mantenerlos fuera de sus fronteras, pero tras su muerte, los arameos comienzan a penetrar en el país, debilitándolo durante el siglo y medio siguiente. Esta situación fue aprovechada por los pueblos cercanos para fortalecerse. Es el período de auge de los reinos de Israel –reinado del rey David– y de Damasco. En 911 a.C. Adad-nirari II ascendió al trono de Asiria, quien tras reorganizar el ejército consiguió derrotar a los principados que los arameos habían fundado. A este rey le sucedió Tukulti-Ninurta II, quien sólo reinó cinco años. Durante este período se incrementó la explotación y los suministros de hierro disponibles, lo cual permitió equipar completamente al ejército con armas de este metal. Otro factor decisivo fue el desarrollo de maquinaria de asedio, como el ariete, que permitió el derribo de murallas y por tanto acabó con la necesidad de organizar largos asedios para tomar las ciudades. Todos estos avances los aprovechó Asurnasirpal II quien consiguió derrotar definitivamente a los principados arameos, llegando hasta el Mediterráneo. Su sucesor, Salmanasar III, también contó con esta ventaja, pero sus fuerzas estuvieron divididas en tantos frentes que no consiguió infligir ninguna derrota definitiva a sus enemigos. Sus principales oponentes fueron el reino de Urartu –situado al norte del Imperio asirio, en torno a la actual Armenia–, la tribu semítica de los caldeos –proveniente de Arabia– y los medos, de origen indoeuropeo. Estos últimos introdujeron en la región un tipo de caballo, posiblemente conseguido mediante crianza, de mayor tamaño y fuerza, de forma que podían ser cabalgados por una persona. Este avance se expandió rápidamente, llegando a Asiria al tiempo que los nuevos pueblos (Vázquez Hoys, 2009). 
Antes de la muerte de Salmanasar III su hijo mayor se rebeló tratando de tomar el trono, llegando esta revuelta hasta la muerte del rey, tras la cual será su hijo menor –Shamshi-Adad V– el que heredará el trono y derrotará a su hermano. Tras su muerte su hijo Adadnarari III, aún un niño, recibe el título, pero debido a su edad será la mujer del rey, Semíramis, la que gobierne como regente (Vázquez Hoys, 2009).
Semíramis
(finales IX – VIII a.C.)
Según una antigua leyenda griega, Semíramis fue reina de la antigua Asiria durante años. Se le atribuye la fundación de numerosas ciudades y la construcción de maravillosos edificios en Babilonia, con sus palacios y hermosos jardines colgantes. Conquistó Egipto y, según las narraciones griegas, ascendió al cielo en forma de paloma. Algunos historiadores la identifican con Sammuramat, reina histórica de Asiria, esposa de Shamshi-Adad V y regente de su hijo Adadnarari III. En ese caso habría nacido en el siglo IX a.C., reinado entre 810 y 805 a.C. y muerto en el siglo VIII a.C. Cuenta la leyenda griega que hace unos 2800 años, Derceto, una diosa asiria, tuvo un devaneo deshonroso con un sacerdote, resultas del cual quedó en cinta. Abrumada y arrepentida, mató al padre y abandonó a la criatura en el desierto. Después, se arrojó al agua, donde sus pies se transformaron en aletas, como símbolo de su falta. Pero aquel recién nacido abandonado en el desierto sobrevivió, gracias a un pastor de nombre Simas que, al hallarla huérfana, la adoptó y decidió llamarla Semíramis, que en idioma asirio significa “paloma”. Creció Semíramis en belleza y lozanía, al punto que llamó la atención de Oannes, general del ejército asirio y gobernador de Siria. Nos advierte la narración que no se conformó la bella Semíramis con acompañar a su nuevo esposo en la toma de la ciudad de Bactres, sino que participó activamente en la contienda, destacándose por su valor y sagacidad. En efecto, varios autores literarios destacan el carácter guerrero y decidido de la joven Semíramis, habiendo quienes afirmaron incluso de su propensión a participar activamente en la batalla vestida de hombre. Así, Johan Boccaccio, en su obra “De las mujeres illustres” en romance, de 1494, afirmaba que: “se vistió como hombre y fizo y exerció muy ásperamente la arte militar y del campo. Y no solamente conservó el reyno de su marido, mas ahun fizo el adarbe de Babilonia y acrescentó su reyno fasta la India”. Pero Semíramis aún no era reina, sino mujer de un general. Sin embargo, su actuación en Bactres llamó la atención del mismo Shamshi-Adad V, rey de los asirios. El monarca, extasiado por la joven guerrera, y atendiendo a los deseos de la propia Semíramis, obligó a su general a renunciar a su esposa a cambio de su propia hermana, la princesa Sosana, advirtiéndole de que si no aceptaba el trato le arrancaría los ojos. Oannes optó, sin embargo por quitarse la vida. Y es así que Semíramis se convirtió en reina, y acompañó a Shamshi-Adad V en su triunfal campaña contra Mesopotamia. Engendró un hijo de nombre Adadnarari III, y se solazó en sus sueños de grandeza: iba a trasladar la corte a la famosa Babilonia, la joya del mundo. Pero su regio esposo no compartía esos sueños de grandeza; a él le gustaba Assur, ciudad más modesta y sobria, acorde con su talante batallador. Comenzaron entonces las disputas conyugales en palacio, que terminarían finalmente con la muerte de Shamshi-Adad V a manos de unos generales, en una clara conspiración urdida por su ambiciosa mujer. Con apenas veinte años Semíramis, conocida bajo el nombre histórico de Sammuramat, gobernó el imperio asirio durante cinco largos años… De inmediato trasladó la corte a Babilonia, donde dio comienzo un proyecto urbanístico impresionante. Rodeó la ciudad con murallas de 12 metros, que se adornaron con 150 Torres. Construyó un puente sobre el río Eúfrates y un muelle para el comercio de 30 kilómetros, amén de muchos templos, palacios, caminos y acueductos. Fue bajo su mandato que se construyeron los famosos jardines colgantes, una de las ocho maravillas del mundo antiguo. Su impulso guerrero le granjeó tan grande fama que su leyenda ha sido narrada en la literatura durante siglos. Todo comenzó con una revuelta en Media. Después de sofocarla, y ya lanzada a la guerra, inició un plan de conquistas que le llevó a someter a Persas, Libaneses, Etíopes, Armenios, árabes o Egipcios, prácticamente la totalidad de su mundo; e incluso se atrevió a invadir la India, siendo capaz de llegar, además, hasta el río Indo. Pero fue derrotada por los elefantes, y resultó herida. Finalmente, regresó a palacio con los agotados restos de su ejército… Fue sin duda Semíramis la soberana más poderosa de la historia de su tiempo, una mujer de fuerte carácter, de quien se cuenta que una mañana de otoño, mientras tomaba un baño, al comunicársele unos conatos de rebelión en la ciudad, salió a la calle mojada y a medio vestir y en su enfado se enfrentó ante la multitud, a la que convenció con su elocuencia. Nada más terminar, regresó para retomar su aseo vespertino. Tuvo fama de casquivana y licenciosa, achacándosela siempre desproporcionados relatos de perversiones (vid. Boccaccio, De las mujeres illustres en romance, Zaragoza, Paulo Hurus, Alemán de Constancia, 1494, f. 6 r y ss.) A este respecto, aparece Semíramis nombrada en la Divina comedia de Dante como “poderosa emperatriz y (de nuevo) desenfrenada en el vicio de la lujuria”. Para dejar constancia de sus hazañas, esta extraordinaria mujer puso estelas por donde pasaba y, según cuentan las narraciones griegas, Alejandro Magno encontró algunas 500 años más tarde, cuando retomó el camino de la reina asiria. En una de ellas, se vanagloriaba Semíramis de “haber contemplado los cuatro océanos”. Un oráculo había predicho que esta valiente mujer habría de reinar hasta que su hijo conspirase contra ella, y, en efecto, a su regreso se enfrentó a la traición de su vástago. Sofocó la revuelta de su hijo, pero abdicó en él y se exilió.
Este fue un período de estancamiento para Asiria y de reforzamiento para los reinos que la rodeaban. Así, Urartu alcanzó su apogeo en el reinado de Argistis I (778 a.C. – 750 a.C.) y el reino de Israel vivió un nuevo período de prosperidad con el reinado de Jeroboam II. Esta situación se extendió por los reinados de Salmanasar IV, Ashur-Dan III y Ashur-nirari V, terminando al producirse un levantamiento militar que culminará con el nombramiento de una nueva dinastía y un nuevo rey, Tiglath-Pileser III, quien tras reorganizar el ejército se dispuso a conquistar los reinos vecinos. Derrotó a los medos en el este, obligándoles a rendir tributo a Asiria. En el oeste, terminó con el período de independencia de los reinos locales, haciendo vasallo a Israel y conquistando el reino de Damasco. En el norte conquistó la mitad meridional de Urartu y, en el Sur, en Babilonia, aprovechando una disputa dinástica de la dinastía caldea, se hizo con el título de rey. A Tiglath-Pileser III le sucedió Salmanasar V, quien aparte del trono de Asiria heredó también el de Babilonia. El nuevo rey duró cinco años en el trono, pues en 722 a.C. fue depuesto en una revuelta que terminó con la joven dinastía. El nuevo rey, tal vez un general, se dio el nombre de Sargón II (en acadio “rey legítimo”) por lo que él y sus sucesores fueron llamados Sargónidas. Con los Sargónidas Asiria vivió una etapa de esplendor militar, pero las continuas guerras y rebeliones, pese a ser sofocadas, iban socavando la economía de la región. Este período correspondió con la entrada de los cimerios en la región, provenientes de Escitia, al norte del mar Negro. Atacaron lo que quedaba de Urartu, lo que fue aprovechado por Sargón II para invadir el país. Ante esto, Urartu tuvo que aceptar rendir vasallaje a Asiria, junto a la cual consiguió derrotar a los nómadas. En Babilonia, un noble local aprovecho la guerra en el norte para autoproclamarse rey, haciéndose llamar Marduk-apal-iddina II (llamado en la Biblia Merodac-Baladán). Conservó el título durante diez años, hasta que los asirios pudieron marchar hacia el sur y deponerlo, siendo enviado al exilio en 711 a.C. y recuperando Sargón II el título perdido. Tras la muerte de éste, su sucesor, Senaquerib, tuvo que enfrentarse a una nueva rebelión en Babilonia, esta vez auspiciada por los elamitas. Para derrotarlos ideó una ingeniosa campaña. En vez de atravesar Babilonia hasta llegar a Elam, mandó construir una flota en la parte superior del Éufrates, y la dirigió río abajo, hacia su desembocadura en el golfo Pérsico. Una vez allí, navegó y desembarcó directamente en Elam. Pero los elamitas idearon un contraataque igual de ingenioso. En vez de combatir contra el ejército asirio se dirigieron hacia el territorio de estos, pasando por Babilonia, y dejando sus tierras defendidas por unos pocos hombres. Ante esta situación, el ejército asirio no podía hacer más que volver. Senaquerib entonces se dirigió a Babilonia, la conquistó y la destruyó en 689 a.C. La destrucción fue prácticamente completa y sólo los esfuerzos de su sucesor, Asarhaddón, permitieron su reconstrucción. Durante el reinado de éste el Imperio asirio se mantuvo y llegó a su máxima extensión. Se emprendieron una serie de campañas, principalmente hacia Egipto, logrando los asirios saquear la ciudad de Memphis. Tras la muerte de Asarhaddón le sucedió su hijo menor, Asurbanipal y su reinado estuvo marcado tanto por las guerras contra cimerios y elamitas –a quienes derrotó completamente destruyendo Susa en 639 a.C.–, como por la construcción de la biblioteca de Nínive. Durante el final de su reinado, llegó al trono de Babilonia Nabopolasar, aún como vasallo, pero, tras la muerte del rey, Babilonia declaró su independencia (Vázquez Hoys, 2009).
Babilonia en el imperio caldeo
(siglo VII a.C.)
El Imperio Neobabilónico. Lo que conocemos de Babilonia actualmente se limita a la época de los reyes neobabilonios, es decir, al reino mencionado en los célebres pasajes del Antiguo Testamento. La independencia de Babilonia supuso de inmediato la guerra entre ésta y Asiria. Coincidiendo con la rebelión en el sur, al noroeste, un jefe medo llamado Ciáxares consiguió unificar bajo su mando un grupo de tribus medas y escitas. Ciáxares firmó una alianza con Nabopolasar, sellándola con el matrimonio entre su hija y el hijo del rey babilonio en 616 a.C. De esta forma, medos desde el norte y caldeos desde el sur, atacaron conjuntamente Asiria, quien, viéndose rodeada, firmó una alianza con sus antiguos enemigos de Egipto. La ayuda egipcia no llegó a tiempo. En 614 a.C. cayó la ciudad de Assur y, dos años más tarde, finalmente, medos y caldeos tomaron la capital asiria, Nínive, la cual fue saqueada de tal forma que no quedaron de ella más que ruinas. La caída asiria fue celebrada por los reinos anteriormente sometidos y así lo encontramos en los relatos bíblicos: 
“Se han abierto las puertas de los ríos, y el templo ha sido arrasado. Ha sido llevada cautiva su reina y las mujeres conducidas a la esclavitud […] Y Nínive con las aguas ha quedado hecha una laguna […] Devastada ha quedado ella, y desgarrada y despedazada […] ¡Ay de ti, ciudad sanguinaria, llena toda de fraudes y extorsiones, y de continuas rapiñas!” Libro de Nahum (2:6-10) / (3:1)
El siglo VII a.C. estuvo marcado por la reciente desaparición del Imperio neoasirio y su reparto entre caldeos y medos así como la victoria del monarca caldeo, Nabucodonosor II ante los egipcios, consiguiendo así el control de toda la región de Canaán. Tras la caída de Nínive, el ejército asirio resistió unos años más en la ciudad de Harrán. El ejército egipcio, entretenido en una campaña contra los judíos, no llegó a tiempo de rescatar la ciudad, que cayó finalmente en 605 a.C. Tras la derrota asiria, el ejército babilonio, marchó a por el egipcio. Al mando ya no estaba Nabopolasar, quien había enfermado, si no su hijo, que sería conocido como Nabucodonosor II. Se enfrentó a los egipcios en la Batalla de Karkemish, derrotándoles por completo. Esta batalla supuso que toda la región de Canaán quedase bajo control caldeo. A partir de este momento nace el llamado Imperio babilónico o caldeo, que dominará una extensión de terreno tan importante como su predecesor, el Imperio asirio. El dominio de Canaán no estuvo exento de problemas. Los egipcios alentaron las revueltas locales y se sucedieron los levantamientos de los reinos y ciudades-estado de la región. Así, en 598 a.C. el reino de Israel se rebeló, siendo derrotado. Algunos líderes de la rebelión fueron enviados al exilio, llegando al trono un nuevo rey, Sedecías. Esto no impidió que se produjeran nuevas rebeliones, y en 587 a.C. el pueblo de Israel, cuyo rey estaba siendo alentado por los egipcios, volvió a levantarse en armas. Este periodo coincide con la actividad del profeta Jeremías, que según dice la Biblia pidió al rey judío la rendición ante los caldeos, profetizando en caso contrario la destrucción de Jerusalén: 
“Dijo, pues, Jeremías a Sedecías: Esto dice el señor de los ejércitos, el Dios de Israel: Si te sales y te pones en manos de los oficiales del rey de Babilonia, salvarás tu vida, y esta ciudad no será entregada a las llamas, y te pondrás a salvo tú y tu familia. Pero si no vas a encontrar a los oficiales del rey de Babilonia, será entregada la ciudad en poder de los caldeos, los cuales la abrasarán y tú no escaparás de sus manos” (Jeremías 37, 20; 38, 14-28) 
Fueron de nuevo derrotados, y en esta ocasión la represión fue más dura: según el mismo Jeremías, los babilonios, a su entrada a la ciudad, mataron a la familia de Sedecías y a él le sacaron los ojos y le condujeron al exilio a la ciudad de Babilonia. También al exilio fue enviado el resto de la población, tanto nobles como esclavos. Sin embargo a los pobres se les mantuvo en libertad, concediéndoles tierras. La ciudad de Jerusalén fue arrasada y el palacio real, las viviendas y las murallas destruidas. Otro foco de insurrección en el oeste fue la ciudad de Tiro, situada entonces en una isla –hoy península– a orillas del Mediterráneo, en el actual Líbano. Nabucodonosor II envió allí su ejército, que se situó en la costa, frente a la isla, y levantó un asedio. Sin embargo, la superioridad naval tiria hizo inútil el sitio, que duró trece años, tiempo tras el cual se firmó una paz, consistente en el vasallaje de la ciudad. Durante la segunda mitad de su reinado, Nabucodonosor II se dedicó a embellecer la ciudad de Babilonia, convirtiéndola en la mayor metrópoli de su época. Así la describiría Heródoto un siglo después: “La Asiria tiene muchas y grandes ciudades, pero de todas ellas la más famosa y fuerte era Babilonia, donde existía la corte y los palacios reales después que Nino [Nínive] fue destruida. Situada en una gran llanura, viene a formar un cuadro, cuyos lados tienen cada uno de frente ciento veinte estadios, de suerte que el ámbito de toda ella es de cuatrocientos ochenta. Sus obras de fortificación y ornato son las más perfectas de cuantas ciudades conocemos. Primeramente la rodea un foso profundo, ancho y lleno de agua. Después la ciñen unas murallas que tienen de ancho cincuenta codos reales, y de alto hasta doscientos, siendo el codo real tres dedos mayor del codo común y ordinario”. De esta etapa datan algunos de los monumentos más célebres de la ciudad mesopotámica. Es el caso de la Puerta de Istar, o de los Jardines colgantes de Babilonia. Nabucodonosor muere en 562 a.C., siendo sucedido por su hijo Evilmerodac (Amel-Marduk) quien a los dos años fue víctima de una conspiración siendo depuesto por su cuñado, que se hizo llamar Neriglisar (Nergal-sharusur). Cuatro años después moriría, siendo sucedido por su hijo Labashi-Marduk, cuyo reinado acabó ese mismo año al ser víctima de una nueva conspiración, acabando así la dinastía iniciada por Nabopolasar. Tras estos acontecimientos, fue puesto en el trono Nabu-naid, más conocido como Nabónido, quien relegó las tareas militares en su hijo Balâtsu-usur (en acadio: “Baal protege al rey”), más conocido como Baltasar o Belsasar. Mientras tanto, el monarca se dedicó a tareas culturales, recopilando y estudiando antiguas escrituras (Roux, 1990)
Fin del Imperio Babilónico
(siglo VI a.C.) 
La conquista persa. Durante el reinado de Nabónido, en la vecina Media se sucedió la inestabilidad. Un nuevo jefe llegó al principado de Anshan, vasallo del reino medo. Se hizo llamar Ciro II de Anshan, más conocido como Ciro el Grande. En 559 a.C. el nuevo rey se declaró independiente de Media, lo que llevó a la guerra y, no sólo consiguió mantener la independencia del principado, sino que en 550 a.C. tomó la capital meda, Ecbatana, convirtiéndose así en el nuevo monarca de toda la región. A continuación Ciro se lanzó a la conquista del reino de Lidia, en Asia menor, cuya conquista completó en 547 a.C. Durante estas campañas Nabónido de Babilonia se mantuvo inactivo. Sin embargo, tras la caída de Lidia, buscó la alianza de Egipto contra el posible invasor. Ésta resultó inútil y en 539 a.C. Ciro se encontraba atacando la capital babilonia. La caída de la ciudad fue narrada posteriormente por el historiador griego Heródoto: 
“En medio de su apuro, ya fuese que alguno se lo aconsejase, o que él mismo lo discurriese, [Ciro] tomó esta resolución: dividiendo sus tropas, formó las unas cerca del río en la parte por donde entra en la ciudad, y las otras en la parte opuesta, dándoles orden de que luego que viesen disminuirse la corriente en términos de permitir el paso, entrasen por el río en la ciudad. Después de estas disposiciones, se marchó con la gente menos útil de su ejército a la famosa laguna, y en ella hizo con el río lo mismo que había hecho la reina Nitocris. Abrió una acequia o introdujo por ella el agua en la laguna, que a la sazón estaba convertida en un pantano, logrando de este modo desviar la corriente del río y hacer vadeable la madre. Cuando los persas, apostados a las orillas del Éufrates, le vieron menguado de manera que el agua no les llegaba más que a la mitad del muslo, se fueron entrando por él en Babilonia. Si en aquella ocasión los babilonios hubiesen presentido lo que Ciro iba a practicar o no hubiesen estado nimiamente confiados de que los persas no podrían entrar en la ciudad, hubieran acabado malamente con ellos. Porque sólo con cerrar todas las puertas que miran al río, y subirse sobre las cercas que corren por sus márgenes, los hubieran podido coger como a los peces en la nasa. Pero entonces fueron sorprendidos por los persas; y según dicen los habitantes de aquella ciudad, estaban ya prisioneros los que moraban en los extremos de ella, y los que vivían en el centro ignoraban absolutamente lo que pasaba, con motivo de la gran extensión del pueblo, y porque siendo además un día de fiesta, se hallaban bailando y divirtiendo en sus convites y festines, en los cuales continuaron hasta que del todo se vieron en poder del enemigo. De este modo fue tomada Babilonia la primera vez.” (Roux, 1990) 
Con la conquista persa terminó la historia de Babilonia como reino independiente. Otros rebeldes y jefecillos locales posteriores tomarían el título de Rey de Babilonia, pero no se trató más que de actos ceremoniales frente al poder central (Roux, 1990)

BABEL, CIUDAD BÍBLICA (BABILONIA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO)
Según la Biblia, la ciudad de Babilonia —conocida en los textos bíblicos bajo el nombre de Babel— fue fundada por Nemrod, quien también construyó el Zigurat conocido comúnmente como “Torre de Babel”. Así se cita: 
“Cus engendró también a Nemrod: éste comenzó a ser prepotente en la tierra. Era un cazador forzudo delante del Señor. De ahí vino el proverbio: Como Nemrod, forzudo cazador ante el Señor. Y el principio de su reino fue Babilonia y Arac y Acar y Calanne, en la tierra de Sennaar. De este país salió Assur, el que fundó a Nínive, Rejobot-Ir y Kalah” Génesis (10:8) 
En este periodo la lengua predominante en la región era el acadio, que había sido llevado a la región en las invasiones semíticas que se produjeron en torno a 3000 a.C. Poco a poco fue sustituyendo al idioma sumerio durante los siglos siguientes, especialmente durante las conquistas de Sargón I de Asiria siete siglos después. Los babilonios heredaron los logros técnicos de los sumerios en riego y agricultura. El mantenimiento del sistema de canales, diques, presas y depósitos construidos por sus predecesores necesitaba de un considerable conocimiento y habilidad de ingeniería. La preparación de mapas, informes y proyectos implicaban la utilización de instrumentos de nivelación y jalones de medición. La matemática asirio-babilónica utilizaba el sistema de numeración sexagesimal sumeria que, al ser un sistema de notación posicional (muy parecido al actual sistema decimal, pero en base 60), facilitó el desarrollo de un álgebra y aritmética tempranas; de aquí se derivan por ejemplo la división del círculo en 360 grados, o la de una hora en 60 minutos. Continuaron utilizándose las medidas de longitud, área, capacidad y peso normalizadas anteriormente por los sumerios. La agricultura era una ocupación complicada y metódica que necesitaba previsión, diligencia y destreza. Un documento escrito en sumerio, aunque utilizado como libro de texto en las escuelas babilónicas, resulta ser un verdadero almanaque del agricultor, y registra una serie de instrucciones y direcciones para guiar las actividades de la granja, desde el riego de los campos hasta el aventamiento de los cultivos cosechados. Los artesanos babilonios eran diestros en metalurgia, en los procesos de abatanado, blanqueo y tinte, y en la preparación de pinturas, pigmentos, cosméticos y perfumes. En el campo de la medicina, se conocía bien la cirugía y se practicaba frecuentemente, a juzgar por el Código de Hammurabi, que le dedica varios párrafos. También se desarrolló la farmacopea, aunque la única prueba importante de ello procede de una tablilla sumeria escrita algunos siglos antes del reinado de Hammurabi (Roux, 1990).

EL MITO DE LILITH EN LA EPOPEYA DE GILGAMESH
Recogidas, aunque escasamente en los textos bíblicos, unas antiguas narraciones nos cuentan que existió en Mesopotamia, 3000 años antes de nuestra era, una mujer de belleza extraordinaria, indómita, inteligente, enigmática, perversa, vital, inquieta, inquisitiva y segura de sí misma, llamada Lilitu (en acadio). Su nombre en sumerio proviene de Lil “Aire” o Lili “aliento”, “viento” o “espíritu”. Su plural sería Lilitu. Se la relacionaba con un demonio capaz de desencadenar tempestades, el cual habitaría en el desierto y debilitaría la salud de las tribus nómadas que lo recorrían. Algunos han supuesto que el nombre proviene del hebreo Laylah (ליל) o “layil” “noche”, pero es una confusión debida a una mala traducción de (לילית) “Aire” o “Espíritu”. A menudo aparece como un monstruo melenudo de la noche, de la misma forma que en el folklore árabe. Salomón sospechó que la reina de Saba podía ser Lilith, porque tenía las piernas cubiertas de vello. Se emparenta a Lilith con los demonios Lilu, Ardat Lili e Idlu Lili. Pero también se le identifica con la cara oscura de Ishtar o la mano derecha de Inanna, la diosa sumeria del amor y la guerra, y con Lamashtu el demonio babilónico que asesinaba niños, quien a su vez puede estar relacionada con el mito griego de la reina de Libia, Lamia (Kahan, 1996). En particular es un demonio nocturno que acostumbraba asesinar niños, por lo que los babilonios acostumbraban a invocar a Marduk para que la alejara de sus bebes: 
“Gran señor del país, que dominas todas las regiones, genio protector, bienhechor, que das vida al muerto, invoco tu nombre y declaro tu grandeza, que salga el mal del enfermo, espíritu malo, espectro malo, dios malo, Lilu, Lilit, y las siervas de Lilit, enfermedad maligna, trabajos malos, suciedad, lengua mala, salgan de mi casa…” 
Y a Ishtar, la diosa madre de la naturaleza:
“(…) ¡Oh, Isthar, sacrifiqué una cabrita y extraje su piel, pues todo es mal, toda cosa no buena… Lilu, Lilit, las siervas de Lilit, brujerías, escupidas mágicas, suciedad, malas artimañas, que se aparten de él y se distancien, que él pueda vivir en su cuerpo, procúrale salud (…)!” 
Lilith vivía, según los antiguos relatos, entre las ramas del árbol Huluppu (probablemente un sauce), aquél que después de la creación del universo había crecido a orillas del Éufrates y que, más tarde, fue desarraigado por el viento del sur. Inanna, tras haberlo sacado de la corriente, lo plantó en el jardín sagrado de la ciudad de Uruk. Su intención no era otra que hacer con su leña una cama y un trono. En la base habitaría un dragón y un pájaro Ku en la parte más alta. La historia de Lilith se relata en la antigua epopeya sumero-babilónica de Gilgamesh. El héroe cortó el árbol Huluppu, mató al dragón y obligó a Lilith a huir al desierto. 
“La serpiente ‘que no descansa nunca’ había anidado entre las raíces; el pájaro de la tempestad había colocado a su cría en la copa; y en el medio, Lilith construyó su casa…Gilgamesh empuñó su hacha y golpeó con ella a la serpiente ‘que no descansa nunca’, el ave de la tempestad que anidaba en la copa del árbol huyó a la montaña con su pequeñuelo. Gilgamesh destruyó la casa de Lilith y dispersó los escombros. Taló el árbol por las raíces, golpeó su copa y luego la gente de la ciudad vino a cortarla. Dio el tronco a la brillante Inanna, para que con la madera se hiciese un lecho y un trono, y con las raíces se construyó un pukku y con la copa un mikku” (Kahan, 1996)
El pukku sería un tambor, que Gilgamesh construiría con el tocón y el mikku sería un palo con el que poder tocarlo.
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA PARA LA REALIZACIÓN DEL ARTÍCULO 
ASCALONE, Enrico. Grandes Civilizaciones (Vol. 1). Mesopotamia. Ed. RBA Edipresse, S.L. Barcelona. 2008. p. 328. El presente volumen constituye la más atractiva obra dedicada al arte y a la cultura de Mesopotamia, “la tierra entre ríos”, como llamaron los griegos a la región comprendida entre el Tigris y el Éufrates. En ella se encuentra la cuna de nuestro mundo: allí surgieron la escritura —y la Historia—, las ciudades, el Estado, las matemáticas y la astronomía. Todos estos logros, junto con la apasionante crónica de los pueblos mesopotámicos que construyeron  algunos de los mayores imperios del pasado (sumerios, babilonios, asirios), se explican en detalle a partir de textos breves y claros, y de cientos de imágenes comentadas que comprenden desde enseres cotidianos y representaciones de los monarcas hasta majestuosos relieves y delicadas joyas. La información se organiza en diversas secciones: “personajes” (con una galería de los más poderosos gobernantes de la historia mesopotámica), “poder y vida pública”, “dioses y religión”, “vida diaria”, “mundo de los muertos” y “ciudades”, este último con numerosos planos y recreaciones de los más importantes núcleos urbanos mesopotámicos. La descripción de los acontecimientos y de las principales evidencias arqueológicas de la Mesopotamia preclásica es el primer paso para restituir dignidad cultural a un período fundamental de la historia del hombre que tanta influencia tuvo en los itinerarios históricos y artísticos del mundo llamado general y genéricamente clásico.
FASSONE, Alessia; FERRARIS, Enrico. Grandes Civilizaciones (Vol. 2). Egipto. Ed. RBA Edipresse, S.L. Barcelona. 2008. Con más de 300 fotografías y numerosos planos de los más importantes monumentos, la presente obra constituye una original y completa panorámica de la civilización egipcia, desde el comienzo de la era faraónica hasta la última dinastía originaria del país del Nilo. Todos los aspectos de la vida en el Antiguo Egipto desfilan por estas páginas, organizados en siete grandes apartados: personajes, Estado y sociedad, religión y ciencia, vida cotidiana, el mundo de los muertos, y centros y monumentos, cerrándose la obra con una sección dedicada a la historia de la egiptología. La singular concepción de este libro lo hace especialmente atractivo: cada apartado consta de diversas voces, formadas por un texto explicativo breve y claro al que acompañan distintas imágenes comentadas con detalle como esculturas, edificios, relieves, papiros, joyas, útiles cotidianos o maquetas. Una espléndida introducción a la más fascinante y longeva civilización del Mediterráneo. La descripción de los acontecimientos y de las principales evidencias arqueológicas del Antiguo Egipto es el primer paso para restituir dignidad cultural a un período fundamental de la historia del hombre que tanta influencia tuvo en los itinerarios históricos y artísticos del mundo llamado general y genéricamente clásico.
AA.VV. Historia Universal, Madrid, Salvat Editores, S.A. 2004 (24 vol.) ISBN: 84-345-6229-4 (Obra Completa) Enciclopedia ilustrada en 24 volúmenes, que contienen 10.500 páginas, 350 mapas, 9.500 fotografías y numerosos gráficos y cronologías de cada época. Editados por Salvat, cada libro tiene más de 500 páginas. En cada uno de los 24 tomos aparece al inicio el índice temático del volumen. 1.-Orígenes / 2.-La Antigüedad: Egipto y Oriente Medio / 3.-La Antigüedad: Asia y África – Los primeros Griegos / 4.-Grecia I / 5.-Grecia II /   6.-Roma / 7.-El origen de las grandes religiones / 8.-El auge del cristianismo / 9.-La expansión musulmana / 10.-La Edad Media / 11.-Baja Edad Media y Renacimiento / 12.-Asia y África negra (siglos V al XV) / 13.-La Era de los descubrimientos europeos y Las luchas de religión / 14.-América Precolombina / Conquista de América / Formación de imperios español e inglés / 15.-Los cambios de la Edad Moderna / 16.-El impacto de la Revolución Francesa / 17.-El siglo XIX en Europa y Norteamérica / 18.-América Latina, África y Asia en los siglos XIX y XX / 19.-Las Guerras Mundiales / 20.-Fin de siglo y Las claves del siglo XXI / 21.-Atlas Histórico / 22.-Diccionario de Términos Históricos I / 23.-Diccionario de Términos Históricos II / 24.-Cronología Universal.
GOMÀ, D. ¿Qué aportó Babilonia a Occidente?Photografía de ACI & AGE. Historia y Vida. Agosto 2011, vol. 4, nº 521, pp. 48-55. La idea sumeria de la escritura, conocimientos de astronomía y matemáticas, leyes para todos y un concepto de estado central nos llegaron, tamizados por Grecia, de la gran Babilonia. El nombre de Babilonia expresa gran parte de la historia de la antigua Mesopotamia, pese a que no fue, ni de lejos, la única entidad política de la religión, ni tampoco la más antigua. Sí fue la nación que mantuvo la hegemonía por más tiempo y la que más perduró de todas ellas, casi dos mil años. Babilonia fue la ciudad-estado por excelencia de Mesopotamia, y su influencia trascendió sus fronteras políticas para extenderse por toda la región hasta el Mediterráneo. En la práctica, Babilonia recogió la rica herencia sumeria, la perfeccionó y le añadió sus propias creaciones.
LARA PEINADO, F. El Arte de Mesopotamia: Imperio Babilónico. Nº 3 Historia 16. Ed. Historia Viva. Madrid. 1989. pp. 100-130; 151-161. Federico Lara Peinado, especializado en las civilizaciones sumeria, acadia, mesopotámica y egipcia, ha escrito numerosos libros sobre el tema. Es doctor en Historia Antigua y profesor titular de dicha especialidad en la Universidad Complutense de Madrid, después de haber sido archivero de la Diputación Provincial de Lérida y profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona. Es también director de la cátedra de Egiptología «José Ramón Mélida» de la Fundación General de la Universidad Complutense. Entre sus libros cabe destacar Mitos sumerios y acadios (1984), Himnos sumerios (1988), La civilización sumeria (1989), Himnos babilónicos (1990), El arte de Mesopotamia (1990), Himno al Templo Eninnu (Trotta, 1996), Código de Hammurabi (1997), Diccionario biográfico del Mundo Antiguo (1998), Mesopotamia (2000), Leyendas de la Antigua Mesopotamia (2002) y Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma (2007). Asimismo, en el área egiptológica, ha publicado El Antiguo Egipto (1991), Lo mejor del arte egipcio (1997) y El Libro de los Muertos (2006).
NÄCK, Emil. Egipto y el Próximo Oriente en la Antigüedad. Ed. Labor. Barcelona, 1976. pp. 326-360. Con el subtítulo Las tierras y los hombres entre el Nilo y el Eufrates, este manual ya clásico que adjunta 58 figuras y 47 láminas fuera de texto nos aproxima a la cultura egipcia. En la vida religiosa de los egipcios, nos sale al encuentro una caótica multiplicidad de nombres y figuras de divinidades. Esto se debe a que antes de la unificación del reino, cada una de las etnias que poblaban los oasis del Nilo tenían su propio dios protector. Además, la religión egipcia descansa sobre una multiplicidad de potencias divinas, ya que los egipcios creían que el alma separada de la materia actúa como rectora de la existencia orgánica. Estas almas vivirían en todas las cosas y todos los seres vivos y serían la causa de los fenómenos naturales. “Los egipcios son los más religiosos de los hombres”, decía Heródoto. El mito cosmogónico egipcio no trata de la creación del mundo de la nada, sino de una separación y ordenación del caos. De este mito de la creación surgió la concepción de la enéada, un grupo de nueve divinidades, y de la tríada, formado por un padre, una madre y un hijo divinos. Sin embargo, la más importante enéada fue la de Ra y sus hijos y nietos. En Menfis el dios principal se llamaba Ptah; en Tebas, Amón; en Heliópolis, Ra; en Abydos, Osiris; en Denderah, el personaje principal era la diosa Hathor. Llegó un tiempo en que los egipcios dejaron de creer que el alma permanece en la tumba donde se ha colocado el cuerpo. Pensaron que todas las almas iban a reunirse bajo tierra, en el sitio donde se pone el sol. En aquel país subterráneo, el reino del Oeste, reinaba el dios Osiris, y en él no admitía las almas hasta después de haberlas juzgado. Al dejar el cuerpo, el alma se internaba en las galerías oscuras, para luego ser transportada en una barca por un río subterráneo. 
ROUX, George. Mesopotamia: Historia política, económica y cultural. Ed. Akal. Madrid. 1990. Una obra general e imprescindible, tanto para los especialistas en Antiguo Oriente como para el público interesado en conocer los orígenes históricos y culturales de la civilización occidental. Nos hallamos ante la traducción del libro aparecido en lengua francesa en el año 1985, publicado por Editions du Seuil, París. El interés del autor por el tema radica en que a pesar de que la civilización mesopotámica se enmarca en el grupo de las cuatro o cinco culturas más importantes de época precristiana, siendo a la vez la más antigua y duradera, y de que es, sin duda, la más significativa no sólo por la influencia que ejercería sobre el conjunto de países del Próximo Oriente y sobre el mundo griego sino también por su contribución al desarrollo material y espiritual de la humarúdad, continúa siendo la gran desconocida para una gran parte de la población culta del Occidente europeo y de ahí la necesidad de hacerla más palpable y asequible. Este abandono obedece a varios factores: en primer lugar porque, al margen de los especialistas, un número reducidísimo de universitarios (y más aún en el caso de España y Portugal) se interesan vivamente por estas primeras fases de la historia mesopotámica, por lo que a duras penas figura telegráficamente en nuestros manuales universitarios o escolares. 
VÁZQUEZ HOYS, Ana María. Historia Antigua Universal I. Próximo Oriente y Egipto Creta y Micenas. Editorial Sanz y Torres. Madrid, 2009. 804 pp. Con este libro el alumnado y el lector interesado va a disponer de una herramienta de estudio ágil, didáctica, claramente enfocada a conocer lo más sobresaliente de las civilizaciones que precedieron al devenir de nuestra civilización grecorromana. La claridad expositiva, la síntesis, los cuadros esquemáticos, las listas dinásticas y la más actualizada bibliografía son los puntuales básicos de la obra. Pero no menos son las magníficas ilustraciones comentadas y los numerosos mapas específicos. Para conocer el pasado del Próximo Oriente, Egipto y la Hélade anterior al I milenio, que aquí se estudia, es preciso analizar, comprender y estudiar las noticias de las culturas de estos ámbitos que han llegado hasta hoy día a través de las fuentes históricas: literarias, arqueológicas y epigráficas, testimonios directos o indirectos de estas antiguas civilizaciones.  Las primeras noticias directas, arqueológicas y literarias que se estudian proceden de tablillas de barro mesopotámicas, redactadas primero en escritura cuneiforme y lengua sumeria, luego en acadio, eblateo u otras lenguas como hitita o persa, descifradas hace poco tiempo.Por ello sólo se las ha conocido indirectamente, a través del Antiguo Testamento o por los relatos de los historiadores griegos y latinos, cuyas noticias a veces son inexactas, ambiguas o claramente contradictorias entre sí. O las obras del legendario poeta griego Homero (siglo VIII a.C.), que la moderna crítica literaria y las fuentes arqueológicas se han encargado de matizar y a veces desmentir categóricamente su misma existencia.  
BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS (B.A.C) La Sagrada Biblia, Editorial Católica, edición de 1966. Todas las citas bíblicas han sido tomadas de esta edición de la Biblioteca de Autores Cristianos (B.A.C.). 
SHONG MEADOR, Betty. Inanna, Lady of Largest Heart: poems of the Sumerian High Priestess Enheduanna. University of Texas Press, United States, 2002. 
WOLKSTEIN, Diane & KRAMER, S. N. Inanna, Queen of Heaven and Earth (Co-authored by Samuel Noah Kramer and illustrated with artwork from Sumer, with notes by Elizabeth Forte). Harper&Collins, New York, 1983. 
WOLKSTEIN, Diane y KRAMER, S. N. Inanna, Reina del Cielo y de la Tierra, Cien del Mundo, Mexico, 2010, (Traducción: Elsa Cross)


ENLACES RELACIONADOS
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