Origen científico del mundo

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ORIGEN

PINE, Tillies S & LEVINE, Joseph. Los científicos y sus descubrimientos (Ilustrado por Joel Schick). Círculo de lectores, Barcelona, 1981

UNIVERSO → SISTEMA SOLAR → TIERRA → PANGEA → CONTINENTES

LAS DIMENSIONES DEL UNIVERSO
Todos los astros que forman el Universo están constituidos por los mismos componentes y son el resultado de la acción de las mismas fuerzas físicas. No obstante, el Universo, nuestra galaxia (la Vía Láctea), el Sistema Solar y el planeta Tierra no han existido indefinidamente ni siempre han sido iguales. Son cuatro las principales ciencias que se encargan de su estudio. 
1)    La astrofísica es la ciencia que estudia el origen, la evolución y el destino de los cuerpos celestes o astros basándose en las leyes de la física que los rigen.
2)    La astronomía estudia dichos componentes (galaxias, estrellas, planetas, asteroides, cometas…) y la estructura que tiene el Universo.
3)    La cosmología estudia de forma global el Universo, o Cosmos, incluyendo las teorías sobre su origen, su evolución, la estructura que presenta a gran escala y su futuro. Según la hipótesis más aceptada por los cosmólogos, el Universo se originó hace unos 15.000 millones de años, como consecuencia de una gran explosión, conocida como Big Bang.
4)    La cosmogonía se encarga del estudio más concreto del Sistema Solar.  
Para los antiguos egipcios, los cielos estaban tan cerca que casi se podían tocar, eran una benigna bóveda de luz y oscuridad sostenida por los picos de las montañas. Pero la ciencia moderna ha hecho añicos ese antiguo y pacífico espejismo, y lo ha reemplazado por un cosmos de violencia, cambios y procesos que a menudo desafían la comprensión humana. Los científicos han ampliado el alcance de las pruebas experimentales y reclaman el universo entero como un titánico laboratorio. Penetrando en misterios que anteriormente estaban confinados a los reinos de la filosofía, la metafísica y la fe religiosa, estos audaces buscadores encuentran respuestas a cuestiones fundamentales sobre los orígenes, la escala y el destino observable, la naturaleza de su contenido, la posibilidad de que existan otros mundos comparables a la Tierra y el potencial de conciencias afines a la nuestra en algunos de ellos.

Hasta principios del siglo XX, la conjetura de los cosmólogos era que la Vía Láctea era todo el Universo. A principios del siglo XXI sabemos ya que la nuestra es una más entre al menos cien mil millones de galaxias, que la Vía Láctea es una galaxia espiral y que nuestro sistema solar se localiza en lo que se llama el brazo de la espiral en Orión, a unos 25.000 años luz del centro. El Sol orbita el centro galáctico cada 225 millones de años, aproximadamente, y ha completado el circuito unas veinte veces. En los brazos de la espiral se forman nuevas estrellas a medida que se condensan nubes de gas y polvo.
PINE, Tillies S & LEVINE, Joseph. Los científicos y sus descubrimientos (Ilustrado por Joel Schick). Círculo de lectores, Barcelona, 1981.
Hasta donde podemos ver con nuestros telescopios, cada vez más perfeccionados, se distinguen al menos cien mil millones de galaxias repartidas por el universo. Cada una de ellas, como la Vía Láctea, es un «universo-isla» que contiene miles de millones de estrellas. La existencia de un universo que los hombres luchan por entender más allá de las justificaciones cosmogónicas proporcionadas en su día por los pensamientos religiosos les empuja a buscar una explicación racional, basada en las deducciones de las observaciones que se formulan. Los primeros modelos explicativos los crearon geógrafos, matemáticos y filósofos griegos en un momento en el que la ebullición de los pensamientos del hombre le descubren quién es y cómo es el mundo que le rodea. Sin embargo, hay que esperar a Nicolás Copérnico (1473-1543) para que se ponga en funcionamiento el primer diseño moderno de nuestro universo. El conocimiento de sus componentes principales allana el camino para que se cuestione su origen.

Esta tarea caerá en las manos de dos científicos: el físico y matemático ruso Alexandre Friedmann (1888-1925) y el canónigo belga Georges Lemaître (1894-1966), astrónomo y físico, ambos originarios de lo que su compañero británico Fred Hoyle (1915-2001) denomina con ironía la teoría del Big Bang en una emisión de radio de la BBC, The Nature of Things («La naturaleza de las cosas»). El Big Bang fue un éxito importante antes de ser cuestionado, desde principios de los años noventa, por la teoría de cuerdas, que se proponía poner fin a la incompatibilidad entre los dos sistemas principales de la física, el de la relatividad de Albert Einstein (1879-1955) y el de la física cuántica. El primero, la física clásica, no logró describir lo infinitamente pequeño, y la teoría de cuerdas quiso reconciliar la relatividad general, la gravitación relativista y la mecánica cuántica de la física relativista. Este proyecto aportaría una nueva explicación del nacimiento del universo.
¿DE QUÉ ESTÁ HECHO EL UNIVERSO?
Un 5% aproximadamente de materia ordinaria (o bariónica), protones y neutrones; del griego barys, «pesado», los bariones son en general más pesados que los demás tipos de partículas. Forman los átomos y las moléculas, todo lo que puede observarse en el universo (estrellas y galaxias). Lo compone, también, efondo difuso cosmológico, radiación electromagnética fósil que data del Big Bang, época de intenso calor, y que se enfría después. La longitud de onda de esta radiación es la de las microondas. El fondo cosmológico de neutrinos, partículas elementales, es el fondo que recoge el conjunto de neutrinos producidos durante el Big Bang. Su existencia es cierta, pero continúan siendo indetectables debido a la ausencia de un instrumento capaz de medir su energía individual, ínfima. Un 25% de materia oscura, materia aparentemente indetectable, no bariónica. Un 70% de energía oscura, cuya naturaleza todavía hoy se desconoce en los laboratorios, pero que está dotada de una presión negativa que hace que actúe como fuerza gravitacional repulsiva. A veces es representada como un conjunto de partículas desconocidas, aunque más frecuentemente se asocia a la energía del vacío cuántico. Una energía oscura, uniforme, constante en todo el universo, invariable en función del tiempo, compatible con la hipótesis de Albert Einstein de una constante cosmológica.
El Universo tiene, pues, unas dimensiones difícilmente imaginables por el ser humano, el cual utiliza unidades de longitud demasiado pequeñas para ser usadas a la hora de medir distancias en él. Las unidades que utilizan los astrónomos son las siguientes:
Año luz o espacio que recorre la luz en un año.-  Pársec o distancia a que se encuentra un astro cuya paralaje anual es de un segundo (1”) de arco.Unidad astronómica o distancia media de la Tierra al Sol, unos 149.600.000 kilómetros. Se utiliza únicamente para medir distancias en el Sistema Solar debido a que es demasiado pequeña para medir distancias entre las estrellas. Equivale a ocho minutos luz (8’)
Probablemente, la Tierra se formó hace 4.500 millones de años, del agua, de los minerales y de los gases contenidos en la atmósfera primitiva. La Tierra se encuentra desde sus orígenes en constante evolución. Muchos han sido los cambios que han modificado su aspecto y composición a lo largo de millones de años. Pocos, sin embargo, resultan tan sugestivos como el desplazamiento de las masas terrestres, la llamada deriva continental. En el siglo XVII el inglés Francis Bacon destacó ya las notables similitudes existentes entre la costa oriental de Sudamérica y la occidental del continente africano. No obstante, el primero en formular y desarrollar la teoría de la deriva continental fue el geólogo alemán Alfred Wegener, para quien los seísmos y la composición de la superficie terrestre tenían un origen concreto: Pangea, un único continente que se habría dividido en dos grandes conjuntos hace unos doscientos millones de años (Laurasia, al norte, y Gondwana, al sur). A partir de ese momento y de forma progresiva, estas masas terrestres se habrían continuado separando hasta crear los continentes, tal y como hoy los conocemos. Las teorías de Wegener fueron rechazadas por sus contemporáneos pero los posteriores avances científicos acabarían por darles la razón. Una de las principales contribuciones para la corroboración de la teoría de la deriva continental llegó de la mano del paleomagnetismo. Las rocas adquieren en el instante de su formación una carga magnética cuya orientación coincide con la que tenía el campo magnético terrestre en ese momento. Alrededor de 1960 se consiguió, por primera vez, medir este antiguo magnetismo de las rocas y establecer el lugar donde se encontraban los continentes en el momento de la formación de éstas. Los resultados de estos estudios determinaron la unión de las distintas masas terrestres. Una conclusión a la que llegarían también otros científicos al analizar, por ejemplo, las especies botánicas y animales o las formaciones rocosas de los distintos continentes. La teoría de la tectónica de placas, totalmente consolidada en la segunda mitad del siglo XX, vino a dar la respuesta sobre la forma en que estos continentes se desplazaban sobre el fondo oceánico. Hace, pues, 225 millones de años existía una enorme masa de tierra, el supercontinente Pangea, y un antecesor del océano Pacífico, el Pantalasa. El mar de Tetis, que separaba Eurasia de África, constituía un antepasado del Mediterráneo. Hace 200 millones de años Pangea se dividió en dos conjuntos continentales: Laurasia, al norte, y Gondwana, al sur. La India se separó y el bloque sudamericano-africano se alejó de Australia-Antártida. Un nuevo fondo oceánico apareció entre los continentes. Hace 135 millones de años, la placa india continuó su deriva hacia el norte y Eurasia giró para comenzar a cerrar el extremo oriental del mar de Tetis. Se abrieron el Atlántico Norte y el Índico, al tiempo que se iniciaba la formación del Atlántico Sur. Hace 65 millones de años, Madagascar se desgajó de África y el mar de Tetis se cerró y dio paso al Mediterráneo actual. El Atlántico Sur se amplió considerablemente, Australia seguía unida a la Antártida y la India estaba a punto de chocar con Asia. Ya en tiempos actuales, la India completó su migración hacia el norte y chocó con Asia. Por su parte, Australia se alejó de la Antártida y Norteamérica se desgajó de Eurasia, dejando a Groenlandia entre ambas. Durante los pasados 65 millones de años (un corto espacio de tiempo geológico) se formó casi la mitad del actual fondo oceánico. Según los expertos, dentro de 50 millones de años, Australia continuará su deriva hacia el norte, parte de África oriental se separará del resto del continente para aproximarse a Asia, y California, al oeste de la falla de San Andrés, se apartará de Norteamérica y se dirigirá hacia el norte. El Pacífico se hará más pequeño y se compensará por el aumento de los océanos Atlántico e Índico.
Así, a través de procesos naturales se fue formando una enorme cantidad de sustancias químicas en nuestro planeta. Una de esas sustancias era una molécula de ADN, poseedora de las características esenciales de la vida. Dicha molécula fue capaz de reproducirse a sí misma, y de cambiar. La vida, bajo todas sus formas, es organización celular y materia. La vida nació de sucesivas mutaciones (cada vez más complejas) de la materia. Lentamente el planeta se fue poblando de plantas y animales, entre los cuales estaban nuestros antepasados, los homínidos, que vivían en regiones arbóreas organizados en hordas. En algún momento, bajaron de sus copas y comenzaron a caminar sobre la tierra erguidos. Comenzaron, también, a actuar sobre la naturaleza para transformarla de acuerdo a sus necesidades. La primera gran transformación de nuestra especia fue la invención de la herramienta (golpeando una piedra con otra). Con la creación de la herramienta el homínido se convierte en el humano moderno: partiendo de lo existente (hojas, piedras, huesos...), imagina, piensa, lo que aún no existe (cuerdas, cuchillos, punzones...), y se lanza a realizarlo, producirlo. Y pensar, en una primera etapa, supone la capacidad que adquirió el hombre de reproducir en el interior de su cerebro cosas abstractas (figuras, símbolos, palabras...) capaces de corresponderse con cosas concretas. En una segunda etapa, repensar, o reflexionar, le dotó de la capacidad de relacionar entre sí esas cosas abstractas (figuras, símbolos, palabras...), de manera cada vez más compleja, originando un flujo constante de nuevos pensamientos. El mundo exterior se percibe en nuestro cerebro a través de los sentidos. El cerebro transforma esos conocimientos sensibles en conocimientos racionales; es decir, en conceptos, en ideas. Este es el primer gran paso del pensamiento humano: la transformación de los hechos (externos) en ideas (internas). El segundo gran paso es el movimiento inverso (y complementario), la transformación de las ideas en hechos.
Este geólogo alemán (1880-1930), considerado por muchos como el padre de la geología moderna, desarrolló la teoría de la deriva continental en su obra El origen de los continentes y de los océanos (1915). Desde muy joven, Wegener se interesó por las ciencias naturales. Estudió en las universidades de Innsbruck, Berlín y Heidelberg licenciándose en el año 1904 en física y obteniendo el doctorado en astronomía. A parte de geofísico fue también explorador. Participó como meteorólogo en diversas expediciones científicas a Groenlandia en los años 1906, 1913 y 1929. En 1918 fue nombrado profesor de meteorología y geofísica en la Universidad de Graz, en Austria. Murió en 1930 durante una expedición a Groenlandia, posiblemente a causa de un ataque cardíaco. Las duras condiciones climatológicas impedirían recuperar su cuerpo hasta la primavera de 1931.
La existencia de un universo que los hombres luchan por entender más allá de las justificaciones cosmogónicas proporcionadas por los pensamientos religiosos le empuja a buscar una explicación racional, basada en las deducciones de las observaciones que se formulan. Los primeros modelos explicativos los crearon geógrafos, matemáticos y filósofos griegos en un momento en el que la ebullición de los pensamientos del hombre le descubren quién es y cómo es el mundo que le rodea. Sin embargo, hay que esperar a Nicolás Copérnico (1473-1543) para que se ponga en funcionamiento el primer diseño moderno de nuestro universo. El conocimiento de sus componentes principales allana el camino para que se cuestione su origen. Esta tarea caerá en las manos de dos científicos: el físico y matemático ruso Alexandre Friedmann (1888-1925) y el canónigo belga Georges Lemaître (1894-1966), astrónomo y físico, ambos originarios de lo que su compañero británico Fred Hoyle (1915-2001) denomina con ironía la teoría del Big Bang en una emisión de radio de la BBC, The Nature of Things («La naturaleza de las cosas»). El Big Bang fue un éxito importante antes de ser cuestionado, desde principios de los años noventa, por la teoría de cuerdas, que se proponía poner fin a la incompatibilidad entre los dos sistemas principales de la física, el de la relatividad de Albert Einstein (1879-1955) y el de la física cuántica. El primero, la física clásica, no logró describir lo infinitamente pequeño, y la teoría de cuerdas quiso reconciliar la relatividad general, la gravitación relativista y la mecánica cuántica de la física relativista. Este proyecto aportaría una nueva explicación del nacimiento del universo.
LOS GRIEGOS Y LAS PRIMERAS EXPLICACIONES RACIONALES 
Es Tales de Mileto (h. 625-h. 547 a. C.) quien, en primer lugar, se basa en sus observaciones para dar una explicación religiosa a la formación del universo. Filósofo y matemático, famoso por el teorema que lleva su nombre, considera el agua como el principio primero del universo. La Tierra es similar a un disco de madera flotando en el agua, una masa líquida que forma la materia primaria. El universo es originalmente el agua, que se mantiene en sus transformaciones: la Tierra es agua condensada; el aire es agua enrarecida. Por encima de la Tierra que flota sobre el agua, un cielo cóncavo en forma de hemisferio constituye el aire. Aunque Tales no dejó una obra, sí lo hizo su sucesor como maestro de la escuela de Mileto, Anaximandro (h. 610-h. 546 a. C.), autor de Sobre la naturaleza, El perímetro de la Tierra, Sobre los cuerpos fijos y La esfera. Donde Tales concibe el agua como el origen del universo, Anaximandro lo sustituye por el apeirón, el infinito, lo ilimitado, lo que nunca se engendró. Se trata de un principio, no de un material, y es a la vez una fuente eterna de vida, principio de su regeneración, causa de cualquier destrucción. Por tanto, cualquier material nace del apeirón, se desarrolla gracias a él y regresa a él al final del ciclo. El material primordial se organiza por la separación de los contrarios, lo caliente de lo frío, lo seco de lo húmedo. En el centro del universo flota la Tierra, en forma de cilindro, inmóvil en el infinito, en el apeirón. Al principio, calor y frío se separan. Este fenómeno provoca la formación de una bola de fuego que rodea la Tierra. Cuando se destruye, esta bola da origen al universo, en forma de bolas huecas concéntricas y llenas de fuego. Cada rueda está atravesada por un agujero. Se define así: en el centro del universo, la Tierra inmóvil; después la rueda de estrellas, la de la Luna, la del Sol, cada una girando sobre sí misma. Cuanto más alejada está la rueda de la Tierra, más crece su circunferencia y más intenso es el fuego interno que la consume. Como los componentes nacidos del apeirón acaban volviendo, Anaximandro plantea que los mundos tienen un nacimiento, una vida y un propósito. Su existencia y sus distintas fases de actividad los llevan a tener éxito; algunos nacen cuando otros mueren, y viceversa. La modernidad de sus hipótesis se refleja en el origen de la vida, según Anaximandro, hombres cubiertos con escamas y nacidos del mar que desaparecieron como consecuencia del cambio climático. Parménides de Elea (finales del siglo VI - mediados del V a. C.) concibió la Tierra como una esfera colocada en el centro de un universo cuyos componentes básicos son la tierra y el fuego. Será un filósofo, Aristóteles (384-322 d. C.), quien proporcionará el modelo de organización del universo físico, modelo tomado por sus sucesores hasta el cuestionamiento de Copérnico. La Tierra, inmóvil, está en el centro. Alrededor de ella giran todas las otras estrellas. Sin embargo, el universo presenta una naturaleza doble, la de un mundo sensible que reagrupa todos los objetos entre la Tierra y la Luna, hechos a partir de los cuatro elementos: tierra, agua, aire, fuego. Y el mundo celestial está más allá de la Luna, donde los cuerpos son inmutables, bañados continuamente en el etéreo, un fluido sutil que llena el espacio. Sin embargo, no es hasta el principio de nuestra era cuando aparece la obra que dominará la astronomía hasta la revolución copernicana: el Almagesto, de Claudio Ptolomeo (h. 90-h. 168), más conocido como Ptolomeo. El Almagesto, que significa el «grande» o el «libro grande», es el primer libro completo sobre astronomía y matemáticas que ha llegado a nuestros días.
Sin embargo, el sistema que presenta Ptolomeo plantea un doble problema: por un lado, atribuye a Dios el origen del universo como acto de creación demiúrgico, lo cual supone un retroceso en la búsqueda de explicaciones racionales. Y por otro, al contar con el total apoyo de la Iglesia católica, este pensamiento será hegemónico hasta el Renacimiento. Al cuestionar la estructura del universo según Ptolomeo se volvió a poner en duda la pagina sacra, la Sagrada Escritura.
DEJANDO ATRÁS A PTOLOMEO:
DE COPÉRNICO A EINSTEIN
Es la riqueza intelectual del Renacimiento la que, a pesar de las renuencias de la Iglesia y de los poderes conservadores, autoriza la revolución copernicana: el geocentrismo da paso al heliocentrismo. La Tierra ya no está en el centro del universo y gira alrededor del Sol, helios en griego, impulsado al lugar de figura central.
NICOLÁS COPÉRNICO (1473-1543) es un canónigo polaco. Digno hijo del Renacimiento, acumula conocimientos de diferentes áreas: combina la medicina, la física, la mecánica, las matemáticas y la astronomía. Después de estudiar derecho canónico —la ley de la Iglesia— en las universidades italianas, Copérnico regresó a Polonia. Su tío, obispo, le había concedido un beneficio canónico en Frombork, un pueblo en el norte de Polonia. Entre 1510 y 1514 se dedica a escribir un Comentario sobre el Almagesto de Ptolomeo, donde formula la hipótesis del heliocentrismo. Desde este punto de partida, Copérnico trabaja dieciséis años acumulando observaciones, notas y materiales para la reflexión. El conjunto constituye, en 1530, el contenido de De revolutionibus orbium coelestium [Las revoluciones de las esferas celestes]. El libro fue publicado póstumamente, en 1543, en Núremberg, como resultado de los esfuerzos de Georg Joachim von Lauchen, conocido como Rheticus (1514-1574), un joven matemático austríaco entusiasmado por el trabajo de Copérnico, quien parece que no tenía intención de publicarlo. Copérnico propuso una hipótesis radical, que hacía añicos la tesis de Aristóteles y de Ptolomeo sobre una Tierra inmóvil colocada en el centro del universo, hipótesis de la que proviene el nombre posterior de «revolución copernicana». La Tierra gira sobre sí misma en un día y esta rotación es acompañada por una revolución, que se completa en un año, en el cual la Tierra gira alrededor del Sol. No solo la Tierra se mueve sobre sí misma y alrededor del Sol, sino que, en este último caso, todos los demás planetas hacen lo mismo. Pero una Tierra móvil y un universo heliocéntrico son un insulto a la divina creación enseñada por la Iglesia. Si Copérnico, que murió poco antes de la publicación de su libro, se libró de los ataques de la Iglesia, no sucedió lo mismo en el caso de su admirador y seguidor, Galileo Galilei, conocido como Galileo (1564-1642), físico italiano y astrónomo.
GALILEO, en su Diálogo sobre los dos grandes sistemas del mundo (1632), utiliza uno de los tres personajes puestos en escena para defender contundentemente el sistema copernicano, frente a un abogado mucho peor que el de Aristóteles y de Ptolomeo, que tenía el nombre predestinado de Simplicio, el Simple, léase el Simplón. Sin embargo, desde 1616, la Iglesia católica condena oficialmente la tesis de Copérnico. Varios meses ante el temible tribunal del Santo Oficio en Roma llevaron a Galileo a retractarse de la herejía que consiste en colocar al Sol en el centro del universo. El Diálogo se prohibió y su autor fue condenado a cadena perpetua, sentencia conmutada a arresto domiciliario en Florencia. En 1757, el Diálogo es retirado de la lista de obras prohibidas del Índice. Bajo el pontificado de Juan Pablo II (papa de 1978 a 2005) se rinde un homenaje a Galileo, hecho que, pese a todo, no supuso una rehabilitación formal, que todavía no ha tenido lugar hasta la fecha pese a que en febrero de 2009 el arzobispo Gianfranco Ravasi (nacido en 1942), presidente del Consejo Pontificio por la Cultura, celebrase una misa en su honor.
TYGE OTTESEN BRAHE, o TYCHO BRAHE (1546-1601), astrónomo danés, se benefició durante una gran parte de su existencia de condiciones excepcionales para realizar sus observaciones. Nacido en una familia noble y adinerada, después de estudiar derecho y filosofía en la Universidad de Copenhague, su destino era seguir la carrera diplomática. Pero el joven descubrió su pasión por la astronomía. Después de la muerte de su padre, pudo hacer uso de su herencia y actuar sin impedimentos. En noviembre de 1572, observa el paso de una estrella en la constelación de Casiopea, en realidad una supernova, una estrella que desaparece en una fantástica intensidad luminosa. El hecho de que se mueva contradice la teoría de las estrellas fijas. Tycho Brahe publica su observación con De Stella Nova (Estrella nueva) en 1573. Al año siguiente, el rey Federico II de Dinamarca (1534-1588) le regala la isla de Ven, cerca de Copenhague, para instalar allí un observatorio astronómico que él bautizó como Uraniborg, o «Palacio de Urania», la musa de los astrónomos. Desarrolla un modelo de universo geoheliocéntrico que concilia el geocentrismo de Ptolomeo y el heliocentrismo de Copérnico. Si la Tierra permanece inmóvil y es el centro del universo, el Sol y la Luna giran en torno a ella; sin embargo, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno giran alrededor del Sol. Las estrellas se sitúan en la periferia del conjunto. Este sistema, que modifica la organización del universo, no cuestiona su origen divino, sino que es el fruto de la voluntad de un demiurgo.
JOHANNES KEPLER. En la historia de la búsqueda de una explicación de la estructura del universo, el sucesor de Tycho Brahe es el alemán Johannes Kepler (1571-1630), que alguna vez fue su ayudante en el final de su vida. Ambos mantuvieron una colaboración tormentosa, porque sus puntos de vista eran muy diferentes. Kepler, que era protestante y pensaba que su destino era convertirse en pastor, estudia astronomía al mismo tiempo que teología en la Universidad de Tübingen, donde descubre el sistema heliocéntrico de Copérnico. Esta doble formación le permite entrar en un proyecto que presenta mediante la publicación de Mysterium Cosmographicum [El Misterio cósmico] (1596). Con él pretende revelar que el universo ha sido diseñado por Dios, y se basa en informes cuantitativos que atestiguan la perfección de su creación. Cada uno de los cinco planetas conocidos en la época, además de la Tierra, encajan dentro de una esfera, incluida en un poliedro regular a su vez incluido en otra esfera, que también se incluye en otro poliedro regular, y así sucesivamente hasta la completa utilización de los cinco poliedros regulares conocidos por Platón, denominados «sólidos de Platón». El lector puede imaginarse un sistema similar al de las muñecas rusas, una babouchka cada vez más grande sustituida alternativamente por una esfera y un poliedro. Júpiter se asocia con el tetraedro regular (pirámide), Saturno con el hexaedro regular (cubo), Mercurio con el octaedro (figura de ocho caras regulares), Marte con el dodecaedro (figura de doce caras regulares), Venus con el icosaedro (figura de veinte caras regulares). Estas observaciones conducen a Kepler a revisar uno de los aspectos de la teoría copernicana: el movimiento de los planetas alrededor del Sol describe una elipse y no un círculo. Las propiedades del movimiento de los planetas alrededor del Sol son definidas por «las leyes de Kepler», enunciadas en su Astronomia Nova [Nueva astronomía] (1609):
La ley de las órbitas: los planetas describen trayectorias elípticas alrededor del Sol.
La ley de las áreas: cuanto más cerca está un planeta del Sol mayor es la velocidad de movimiento. Por tanto, el Sol ejerce una atracción en los planetas que disminuye en proporción a su lejanía;
La ley de los períodos, o ley armónica de Kepler: el movimiento de los planetas está unificado en una ley universal: la fuerza ejercida por la atracción es proporcional a la masa de cada planeta. De esta tercera ley parte el matemático y físico Isaac Newton (1643-1727) para desarrollar su teoría de la gravitación universal. Sin embargo, como otros científicos de su época, Kepler no distingue entre astronomía y astrología, y considera ciencias a las dos. Adquiere una gran fama tanto por sus trabajos basados en las matemáticas como por el cálculo de los horóscopos. Como los pitagóricos, los defensores de la «armonía de las esferas», un universo en donde los planetas se reparten según proporciones musicales distribuidas —el espacio que los separa corresponde a intervalos musicales—, Kepler atribuye a cada planeta un tema musical, y su mayor o menor velocidad se expresa por notas musicales diferentes. Es el objeto de su libro Harmonices Mundi, o Armonía del mundo, publicado en 1619.
ISAAC NEWTON (1643-1727) impulsa un cambio decisivo en la astronomía. Matemático, físico, astrónomo, pero también filósofo y alquimista, define los principios de la gravitación universal en 1687 en su Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, o Principios matemáticos de la filosofía natural. Para definir el movimiento de un cuerpo afectado por la atracción, Newton emplea el término latino de gravitas, el peso, que luego pasa a ser la gravedad. Una leyenda cuenta que la idea se le ocurrió cuando una manzana cayó sobre su cabeza mientras descansaba bajo un manzano. No se descarta que la caída de las manzanas maduras pudiera inspirar la reflexión del científico. La gravitación es el fruto de una interacción; en este caso, la atracción de los cuerpos entre sí debido a su masa. De este modo, dos cuerpos puntuales, una manzana y la Tierra, ejercen una fuerza gravitacional una sobre otra. La diferencia de masa hace que la manzana no pueda resistir la fuerza de atracción terrestre y caiga. La gravedad revela la atracción terrestre, que evita que volemos, pero también el movimiento de las mareas, las fases de la Luna, la órbita de los planetas alrededor del Sol, todos determinados por la fuerza gravitacional. Al afirmar esto, Isaac Newton abre una brecha en la teoría de un universo donde los espacios entre planetas están ocupados por un fluido. No puede haber un vacío, pues un espacio sin nada supondría que la creación de Dios es imperfecta. Es tal la incomodidad de Newton que reintroduce el éter, pero con la forma de un «espíritu muy sutil», un éter mecánico, mediador de la fuerza gravitacional sin someterse a esta. Como simple hipótesis, nunca expresada en sus cálculos, este éter puede formar parte, sin verse afectado por él, de un espacio presentado como sensorium Dei, «el sensorio de Dios». Por otra parte, Newton explica el movimiento de los planetas, todavía considerados por la Iglesia inmóviles desde su creación. Newton, profundamente creyente, concilia las exigencias de su ciencia y las de su fe diciendo que, si bien la gravedad explica el movimiento de los planetas, esta no puede explicar qué es lo que activa su movimiento, devolviendo así a Dios su omnipotencia.
Habrá que esperar a principios del siglo XX para que se demuestre la inexistencia del éter, etapa indispensable para abrir paso a la teoría de la relatividad especial, formulada en 1905 por Albert Einstein (1879-1955). En un artículo titulado «Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento», Einstein desarrolla tres puntos fundamentales: el éter es una noción puramente arbitraria; la velocidad del desplazamiento de la luz con respecto al observador no depende de la velocidad de este, pues siempre es de 299 792 kilómetros por segundo; las leyes de la física respetan el principio de relatividad. Según este último, las leyes de la física no dependen del observador; las medidas efectuadas confirman las mismas ecuaciones, las leyes idénticas dan como resultado medidas idénticas, aunque el referencial sea distinto, para todos los observadores en movimiento a una velocidad constante. La relatividad especial solo concierne a los objetos en movimiento y parte de la constancia de la velocidad de la luz, sea cual sea la del observador. Si la velocidad de la luz es constante, el tiempo es el que varía; pasa más lentamente en un lugar que en otro, se contrae o se dilata. Todos los objetos del universo se desplazan a la misma velocidad en el espacio-tiempo: a la velocidad de la luz. El movimiento provoca una ralentización del tiempo: un reloj atómico que viaje en un avión va más lento que uno igual que se quede en tierra. Esta diferencia se debe a la velocidad del avión. El espacio y el tiempo son, por tanto, relativos: un primer observador, situado en el andén de una estación, ve pasar un tren y es consciente de su velocidad de desplazamiento. Un segundo observador, situado en un tren que avanza en paralelo al primer tren en línea recta, a la misma velocidad, tendrá la impresión de que no avanza, de que está inmóvil. Einstein concluye que la masa es energía dotada de una forma particular. Si se pone en movimiento, la masa aumenta tanto como su velocidad. Así, la energía es el resultado de la multiplicación de una masa por su velocidad al cuadrado, es decir, la célebre fórmula E = mc2. Los descubrimientos de Einstein revolucionan la física, pero también la astronomía, pues ahora ya es posible dar una explicación científica al nacimiento del universo.
EL BIG BANG
Paradójicamente, para satisfacer las exigencias de su teoría de la relatividad general, enunciada en 1916, Einstein no adopta el modelo del universo en expansión que había imaginado, sino el del universo estacionario. En enero de 1933, mientras participa en una serie de seminarios en California con Georges Lemaître, Albert Einstein tiene la oportunidad de escucharle presentar su teoría del Big Bang. Entusiasmado, Einstein se levanta al final de la presentación para aplaudir mientras dice: «Es la más bella y satisfactoria explicación de la creación que he escuchado nunca». El astrofísico británico Fred Hoyle (1915-2001), el físico austríaco Thomas Gold (1920-2004) y el austro-británico Hermann Bondi (1919-2005) defienden este modelo cosmológico. En él, el universo se presenta como inmutable, infinito y eterno. Es idéntico a sí mismo en cualquier punto del espacio en un momento dado y puede sufrir modificaciones debidas a un fenómeno de creación continua de materia, producida por el campo C (de «creación»), pero únicamente para compensar su actual expansión, que disminuye su densidad de materia. Tal inmutabilidad excluye la posibilidad de un calentamiento, de una densidad creciente y de la explosión del Big Bang. Esta teoría, dominante hasta los años cincuenta, es hoy en día severamente criticada por la observación. El universo no es estacionario; nace de una gigantesca explosión hace 13 700 millones de años aproximadamente. No es eterno, no crea materia continuamente y desaparecerá dentro de 100 000 millones de años, según la teoría del Big Crunch. Fred Hoyle cuestiona el desplazamiento espectral de las galaxias hacia el rojo, lo que indica que se alejan cada vez más. Ese es el elemento fundamental de cualquier teoría de un universo en expansión. En 1929, el astrofísico estadounidense Edwin Powell Hubble (1889-1953), tras una serie de observaciones realizadas con ayuda de un telescopio gigante, constata el enrojecimiento del espectro de las galaxias. A medida que se acerca el espectro se vuelve más violeta; el enrojecimiento, en cambio, demuestra un alejamiento continuo. Formula entonces la ley que lleva su nombre, según la cual las galaxias se alejan unas de otras a una velocidad proporcional a su distancia. Dado que las galaxias se alejan, el universo no puede ser estacionario, por lo que debe de estar en expansión continua y no conoce límites. El canónigo belga Georges Lemaître (1894-1966), profesor de física y astrónomo en la Universidad Católica de Lovaina, es quien elabora el primer modelo de universo en expansión a partir de lo que él denomina «la hipótesis del átomo primigenio». Al contrario que Einstein, que piensa que una «constante cosmológica» mantiene al universo estable, Lemaître, a partir de sus cálculos y, antes que Hubble y su observación del enrojecimiento del espectro de las estrellas, afirma que las galaxias se alejan de nosotros y que el universo se encuentra en expansión. Su trabajo aparece en un artículo de los Annales de la Société scientifique de Bruxelles, en 1927, pero pasa desapercibido. Einstein estima que sus cálculos son correctos, pero que su concepción de la física es abominable. Todo cambia cuando Hubble confirma el contenido del artículo en su ley de 1929. La Real Sociedad Astronómica publica por su parte una traducción en sus Monthly Notices en marzo de 1931. Según Lemaître, el universo nace de un solo átomo, «el día sin ayer», que, al explotar hace 13 700 millones de años, libera una temperatura de varios miles de millones de grados. La expresión «el día sin ayer» revela que, antes del Big Bang, la explosión creadora, el tiempo no existe y las cuatro fuerzas fundamentales (gravitacional, electromagnética, nuclear débil y nuclear fuerte) están todavía indefinidas; es el «tiempo de Planck», por el nombre del físico alemán Max Planck (1858-1947), autor de esta teoría sobre lo anterior al Big Bang. La teoría del Big Bang permite datar la aparición de un tiempo en función de sus fases. En efecto, el propio Big Bang se produce a 10-43 s., y le siguen varias etapas: a 10-35 s. aparece la materia; a 10-33 s. baja la temperatura; a 10-4 s. se forman los protones y los neutrones. Después, el tiempo se acelera, a más de 3 minutos, un cuarto de los protones y de los neutrones se combinan en un núcleo de helio; a más de 2000 millones de años se forman las galaxias. La expresión «Big Bang» proviene de un ferviente adversario, Fred Hoyle. El columnista científico de la BBC se burla, en un informe de 1950 titulado «The Nature of Things» («La naturaleza de las cosas»), de la teoría de Lemaître, atribuyéndole la expresión «Big Bang» (el «gran bang»), una onomatopeya para reflejar el poco crédito que merece. Sin embargo, este apodo irónico no tarda en popularizarse y pasa a designar de manera familiar la tesis del universo en expansión. Desde principios del siglo XXI, dicha tesis facilita el acuerdo de la comunidad científica en torno a un modelo estándar de la cosmología. Inspirado en el modelo estándar de la física de las partículas, permite describir detalladamente el universo, aunque sin poder dar respuesta al enigma de sus componentes principales.
En 1988, el profesor británico Stephen Hawking (nacido en 1942) publica en Estados Unidos su Breve historia del tiempo: del Big Bang a los agujeros negros, donde explica el Big Bang a la luz de sus aportaciones personales como investigador, y lo prolonga mediante el análisis de la teoría de las cuerdas. Matemático, físico y profesor en la Universidad de Cambridge, Stephen Hawking afina el campo de estudio de la cosmología. Presenta un universo surgido del Big Bang que da lugar al espacio y al tiempo, destinado a acabar en agujeros negros. Los agujeros negros son objetos masivos cuyo campo gravitacional es tan intenso que ningún tipo de materia puede escapar a él. Hawking demuestra, contrariamente a la doctrina común, que emiten una radiación, bautizada como «radiación de Hawking», que termina con su desintegración en un destello de energía pura. Hawking enuncia la hipótesis de que el Big Bang habría venido acompañado de la dispersión por el universo de agujeros negros cuyo tamaño variaría desde un protón hasta varios millones de veces el tamaño del Sol. El universo, sin fronteras, nace en un «tiempo imaginario», proposición que reconcilia la relatividad general y la física cuántica, pues el universo no tiene ni principio ni fin, ni límites. Esta audaz hipótesis del tiempo imaginario abre paso a nuevas investigaciones acerca del fin del universo. Tradicionalmente, existen dos visiones opuestas. La primera es la de un universo cerrado, limitado, que alcanzará su expansión máxima dentro de unos 50 000 millones de años, tras lo cual sus propios límites darán lugar a la inversión del movimiento. El universo se contraerá, las galaxias se aproximarán pasando del rojo al azul. El desprendimiento de calor producido será tan extremo que la masa entera del universo se fusionará, se hundirá sobre sí misma. Es la teoría del Big Crunch. Si bien esta teoría está basada en la contracción del espacio, otra hipótesis inversa prevé un estiramiento del universo tan grande que creará una brecha provocada por el aumento de densidad de la materia, una dilatación del espacio que desgarraría la materia, un derrumbamiento sobre sí misma, la absorción del universo: el Big Rip. En ambos casos, nada impide el nacimiento de otro universo, aunque se desconoce también su forma. Según la segunda hipótesis, el universo está abierto y se compone de galaxias formadas por estrellas y gas; dentro de un billón de años este gas habrá sido totalmente consumido por las estrellas y estas desaparecerán con los planetas, absorbidos por un gigantesco agujero negro que, a su vez, explotará.
LA TEORÍA DE CUERDAS
La teoría de las cuerdas plantea el problema de la cantidad de dimensiones que hay en el universo. En 1919, el matemático polaco Theodor Kaluza (1885-1954) intenta conciliar los dos grandes descubrimientos sobre la interacción de los cuerpos en física —el electromagnetismo de James Clerk Maxwell (1831-1879) y la relatividad de Albert Einstein (1879-1955)— imaginando una quinta dimensión. El físico sueco Oskar Klein (1894-1977) explica por qué esta dimensión escapa a nuestra percepción en 1926: está enrollada sobre sí misma como una hoja de papel con forma cilíndrica, pero el radio del cilindro es demasiado pequeño para que podamos medir su diámetro. Como un hilo en tensión, del que solo podemos ver su longitud. En la década de 1930, Erwin Shrödinger (1887-1961), físico austríaco ganador del premio Nobel de 1933, y Werner Heisenberg (1901-1976), físico alemán ganador del premio Nobel en 1932, fundan la mecánica cuántica. Esta teoría arroja luz sobre la existencia, a escala infinitamente pequeña, de una interacción entre partículas de materia mediante un intercambio de pequeños paquetes de energía llamados «quanta». Más tarde, en 1968, el físico italiano Gabriele Veneziano (nacido en 1942) desarrolla la teoría de las cuerdas: el universo no es un conjunto de partículas similares a puntos, sino que está formado por cuerdas, hilos infinitamente pequeños de tan solo una dimensión. Esta hipótesis reconcilia la relatividad general de Einstein y sus cuatro fuerzas fundamentales (gravitación, electromagnetismo, interacción débil e interacción fuerte) con lo infinitamente pequeño de la mecánica cuántica. No obstante, la teoría de las cuerdas, a pesar del trabajo científico de varios países, es dejada de lado hasta las publicaciones del matemático y físico estadounidense Edward Witten (nacido en 1951), que versan sobre las «supercuerdas», unas cuerdas minúsculas y simétricas cuyas únicas partículas y fuerzas fundamentales son las vibraciones. El fruto de sus investigaciones, llamado Teoría M, reúne todas las teorías anteriores sobre las supercuerdas. Según Witten, el universo comprende once dimensiones, o diez dimensiones más el tiempo. A la dimensión temporal (antes/después) se suman tres dimensiones espaciales (vertical, horizontal y profundidad); las siete restantes no podemos percibirlas, pues están enrolladas sobre sí mismas en una distancia tan pequeña que resultan imposibles de observar.
HISTORIA DE LA TIERRA
FORMACIÓN Y EVOLUCIÓN
La formación de la Tierra se remonta a hace unos 4500 millones de años. Al principio, una nube de moléculas de gas y de partículas de polvo cósmico en rotación crea el Sol y, en forma de remolinos, los planetas y la Luna. El movimiento provoca un incesante aumento de temperatura, y durante miles de millones de años la Tierra arranca nuevos materiales a la nube original. Además de los meteoritos que caen en esta bola en ignición que es la Tierra, su masa crece. Más tarde, cuando alcanza el punto culminante de su calentamiento, los elementos que componen la Tierra ocupan su lugar en la masa líquida en fusión: los más pesados en el centro, los menos pesados en la superficie; los más ligeros —el vapor de agua y el óxido de carbono— flotan sobre esta última formando una envoltura gaseosa, la atmósfera. Durante los miles de millones de años que siguen, la Tierra se enfría y la materia de la corteza terrestre da lugar a los continentes. La temperatura baja de los 100º C, punto de ebullición del agua, que ahora ya puede condensarse y formar una envoltura de agua, la hidrosfera. Sin embargo, el paso del estado gaseoso al estado condensado, si viene acompañado de lluvia, aún no permite la creación de los océanos. Para ello es necesario que la temperatura del suelo baje más; de lo contrario, la lluvia se evapora, se condensa, vuelve a caer y así sucesivamente durante miles de millones de años. Unos 3000 millones de años antes de nuestra era, la superficie consigue estar lo bastante fría para que se formen mares, luego lagos y, por último, océanos.
La estructura de la Tierra está compuesta por una serie de capas concéntricas: la corteza continental, la corteza oceánica, el manto y el núcleo. Estas capas, a su vez, se subdividen en:
• La corteza continental, la parte más «antigua» de la corteza terrestre, también llamada litosfera. Su grosor varía entre los 50 y 100 kilómetros, su temperatura es inferior a 500° C y su densidad es de 2,8. Es de consistencia sólida y representa el 2% del volumen terrestre.
• La corteza oceánica, la parte más «joven» de la corteza terrestre, también llamada astenosfera. Está compuesta por rocas más densas en las que   predominan el silicio y el magnesio. Tiene una densidad de 3,3, su temperatura varía entre 500 y más de 1000° C y su grosor es de 200 kilómetros.
• El manto, capa intermedia entre la astenosfera y el núcleo, se divide en manto superior y manto inferior debido a sus diferentes propiedades físicas. El primero tiene un grosor de 700 kilómetros, consistencia pastosa, una densidad de 4,3 y una temperatura de 1400° C. El segundo tiene un grosor de 2200 kilómetros, consistencia sólida, una densidad de 5,5 y una temperatura de 1700° C.
• El núcleo, que también se divide en núcleo externo y núcleo interno. El primero es de consistencia líquida, cuenta con una densidad de 10, un grosor de 2250 kilómetros y una temperatura de 5000° C. El segundo, de consistencia sólida, tiene una densidad de 13,6, un grosor de 1300 kilómetros y una temperatura de 5100° C.
La atmósfera terrestre envuelve a la Tierra en aproximadamente 1000 kilómetros de grosor. Cuanto mayor es la altitud, menos gas contiene la atmósfera. Al nivel de la Tierra, está compuesta en un 78% de nitrógeno, en un 21% de oxígeno y en un 1% de gases minoritarios. La atmósfera se creó hace aproximadamente 3000 millones de años, después de que cayeran lluvias torrenciales sobre la Tierra. Con el paso del tiempo, se enriqueció con oxígeno y desarrolló, a 25 kilómetros de altitud, una capa de ozono (gas azul tóxico con un fuerte olor), una auténtica pantalla que filtra los rayos ultravioleta emitidos por el Sol dejando pasar los necesarios para la vida. Diariamente nos hacen falta entre 12 y 15 metros cúbicos de aire para respirar. La atmósfera se divide en:
• La troposfera. Es la parte de la atmósfera situada a una media de 15 kilómetros de altitud (7 kilómetros sobre los polos y 18 kilómetros sobre el ecuador). En ella se forman las nubes, pues contiene un 90% de la masa de aire y vapor de agua. Su temperatura es de -56° C en la zona que la separa de la estratosfera, y disminuye con la altura unos 10° C aproximadamente cada 100 metros. Los fenómenos meteorológicos se producen y se desarrollan en ella: truenos, relámpagos, rayos, anticiclones, borrascas, tormentas, tornados, tifones, huracanes, lluvia y nieve.
• La estratosfera se sitúa entre los 15 y los 50 kilómetros de altitud aproximadamente. Su temperatura es más elevada, hasta llegar a los 0° C a 50 kilómetros, mientras que en el límite con la troposfera alcanza los –80° C. En esta última zona se encuentra la capa de ozono, que absorbe la dañina radiación solar ultravioleta. Posee una gran estabilidad en sus capas, mantenida a su vez por el aumento regular de la temperatura interna. Dado su escaso movimiento, las distintas capas parecen capas de tierra amontonadas, o estratos, de ahí su nombre.
• La mesosfera, literalmente «esfera intermedia», se sitúa entre los 50 y 80 kilómetros de altitud aproximadamente. Es la tercera capa más elevada de la atmósfera y representa la verdadera separación entre el dominio terrestre y el del espacio intersideral. La temperatura vuelve a descender hasta alcanzar los –80º C a 85 kilómetros. Al atravesarla, los meteoros y partículas de polvo se inflaman dando lugar a las estrellas fugaces.
• La termosfera, «que calienta la esfera», es la capa externa de la atmósfera y se encuentra a partir de los 85 kilómetros de altitud. Su temperatura aumenta en función de la altitud, hasta alcanzar 500° C hacia los 250 kilómetros y 1600° C hacia los 500 kilómetros. Su densidad es muy débil y no contiene aire, por lo que no quema los objetos que la atraviesan. Más allá de los 10 000 kilómetros, la termosfera pasa a ser exosfera, o atmósfera externa. Esta es una zona compleja, pues tiende a mezclarse con el espacio y resulta difícil distinguirla claramente.
EL PRECÁMBRICO
El Precámbrico es el período que comprende los tres primeros «eones», larga etapa de duración arbitraria, que son el Hádico, el Arcaico y el Proterozoico —«anterior al animal» en griego—, es decir, desde alrededor de 4500 millones de años hasta 542 millones de años antes de nuestra era. A partir de 542 millones de años, la época recibe el nombre de Fanerozoico —«animal visible» en griego— y se corresponde con la aparición de pequeños animales con concha. Así pues, la mayor parte de la historia de la Tierra, alrededor del 87%, pertenece al Precámbrico. El nombre viene dado por el término «Cámbrico», que designa el período posterior, desde 542 millones de años hasta 488 millones de años antes de nuestra era, por los tipos de terrenos que emergieron en el país de Gales, cuyo nombre latino es Cambria.
El HÁDICO es el período más antiguo del Precámbrico, entre 4500 y 3800 millones de años antes de nuestra era. Comienza con la aparición de vida sobre la Tierra, probablemente en forma de seres unicelulares sin núcleo, bacterias simples, algas azules o verdes, termófilos. En un principio viven de bióxido de carbono, se reproducen mediante división celular y su tamaño es inferior a 0,001 milímetros de diámetro. Estos primeros seres vivos se agrupan bajo el nombre de Arqueas.
El Proterozoico es la última etapa del Precámbrico, la más reciente, y se extiende entre, aproximadamente, 2500 millones de años y 542 millones de años antes de nuestra era. En él se experimenta una gran cantidad de cambios importantes, que pueden subdividirse en tres períodos: el Paleoproterozoico (entre 2500 y 1600 millones de años antes de nuestra era), el Mesoproterozoico (entre 1600 y 1000 millones de años antes de nuestra era) y el Neoproterozoico (entre 1000 y 542 millones de años antes de nuestra era).
El PALEOPROTEROZOICO, o Proterozoico inferior, se caracteriza por la proliferación de las cianobacterias o algas azules, que son capaces de realizar la fotosíntesis oxigénica: fijan el dióxido de carbono (CO2) y liberan dioxígeno (O2), transformando la energía luminosa en energía química. Su acción aumenta la cantidad de oxígeno producido en la Tierra, permitiendo así la aparición de nuevas formas de vida. En los océanos, reagrupados en colonias fijas, contribuyen a su desacidificación. Sin embargo, esta mutación trae como consecuencia la destrucción de un gran número de especies primitivas, aquellas que no resisten los efectos oxidantes del oxígeno; de ahí el nombre de «Gran Oxidación» o «catástrofe del oxígeno» atribuido a este fenómeno ocurrido unos 2400 millones de años antes de nuestra era.
El MESOPROTEROZOICO, o Proterozoico medio, está marcado por la potencia de los pliegues de la corteza terrestre, que se rompe bajo el efecto de la gigantesca presión interna provocando la aparición de cadenas montañosas colosales y fosas oceánicas, todo ello mediante terremotos generalizados y erupciones volcánicas. El primer «supercontinente» que reúne a todos los continentes actuales, es la Rodinia, del ruso «Tierra Madre», formado hace aproximadamente 1100 millones de años, antes de fragmentarse, hace unos 750 millones de años, en ocho continentes que, a la deriva, acaban formando el segundo supercontinente: Pangea. Aparecen las primeras plantas y los primeros animales de reproducción sexuada. En los océanos, algunos acritarcos («de origen incierto» en griego), unos microfósiles que forman parte del fitoplancton o plancton vegetal, llegan a ser algas verdes. Nacen también en esta época los primeros eucariotas («buen núcleo» en griego), característicos por tener células con núcleo. Estos organismos son el origen de los animales, de los hongos, de las plantas y de los protistas, un grupo de organismos unicelulares que no son ni animales ni vegetales, como los protozoos.
El NEOPROTEROZOICO, o Proterozoico Superior, es la tercera y última era del Proterozoico y marca la aparición de los minerales de cobre, hierro, níquel y oro. Los seres multicelulares se desarrollan y se vuelven más complejos, con un aparato digestivo y el principio de un sistema nervioso. Aunque los fósiles encontrados son extremadamente difíciles de identificar y datar —pues la mayor parte de los seres vivos, de cuerpo blando, no dejan rastro—, es posible que se asemejaran a lo que después serían las medusas. La fauna del último período geológico del Neoproterozoico se denomina fauna de Edicara, por el nombre de las colinas de Edicara, al norte de Adelaida (Australia), yacimiento donde se descubrieron los primeros fósiles de organismos marinos complejos. El más antiguo de todos es el fósil de una forma animal parecida a un gusano llamado Cloudina. Con una longitud de entre 0,8 y 15 centímetros y un diámetro de entre 0,3 y 6,5 milímetros, Cloudina nos dejó su exoesqueleto (o esqueleto externo) hecho de calcita (carbonato de calcio) y con forma de «caparazón» o concha de varios segmentos cónicos encajados.
EL FANEROZOICO
El Fanerozoico, era del «animal visible» en griego, corresponde al período que comienza hace alrededor de 542 millones de años. Sus inicios resultan difíciles de distinguir del final del eón anterior, ya que comparten uno de los criterios de datación de las épocas: la aparición de animales pequeños de concha. El Fanerozoico se divide a su vez en tres eras: el Paleozoico, era de la «vida animal antigua» en griego, entre los 542 y los 250 millones de años antes de nuestra era; el Mesozoico, era de la «vida animal intermedia» en griego, entre los 250 y 65,5 millones de años antes de nuestra era; y el Cenozoico, nuestra era actual, desde hace 65,5 millones de años, la de la «vida animal reciente» en griego.
El PALEOZOICO comienza cuando el supercontinente Rodinia se fragmenta en ocho trozos. Suele dividirse en seis períodos: Cámbrico (542-488 Ma), Ordovícico (488-435 Ma), Silúrico (435-408 Ma), Devónico (408-355 Ma), Carbonífero (355-295 Ma), Pérmico (295-250 Ma).
El CÁMBRICO (542-488 Ma) debe su nombre al país de Gales en latín: Cambria. Al igual que los otros cinco períodos, se llama así por una capa geológica con destacables formaciones en el país de Gales. Su clima, al principio subtropical, se torna poco a poco cálido y seco. Los mares se desbordan, Europa occidental se halla sumergida bajo un mar poco profundo; abundan las especies marinas, entre ellas nuevos grupos provistos de patas duras; estamos ante la «explosión cámbrica». Encontramos los trilobites, unos artrópodos («con pie articulado» en griego) con miembros divididos en falanges que facilitan su desplazamiento; los braquiópodos («cuyo brazo es el pie» en griego), crustáceos pedunculados; los equinodermos («de piel espinosa» en griego), como los erizos de mar; múltiples especies de gusanos articulados y medusas. La noción de explosión cámbrica cobra sentido al descubrir el centenar de phyla (plural de phylum) o líneas genéticas complejas de especies vivas que aparecen en el Cámbrico.
El ORDOVÍCICO (488-435 Ma) también debe su nombre a una capa geológica descubierta en el país de Gales, donde se instalaron los ordovícicos, un pueblo celta britónico. Su clima es subtropical, la temperatura aumenta poco a poco al principio del período y después, alrededor de los 460 Ma, interviene un enfriamiento de los mares que parece favorecer la biodiversidad. Los trilobites y braquiópodos de la época anterior abren paso a nuevas especies, los cefalópodos («cuyo pie sobrepasa la cabeza» en griego), como los pulpos, los calamares, las sepias, los crinoideos, equinodermos que se asemejan a una planta con flor que brota del fondo marino (de ahí su nombre, «con forma de lis», en griego). Los euriptéridos, artrópodos parecidos a la langosta y al escorpión, alcanzan hasta dos metros de largo y tienen pinzas gigantes. Cuentan con dos pares de branquias, uno para respirar bajo el agua y otro para la superficie, lo que les permite trepar fuera del mar. Son los primeros conquistadores de la tierra firme. Aparecen también los moluscos y los corales.
El SILÚRICO (435-408 Ma) corresponde a las capas geológicas descubiertas en el sur de Gales y debe su nombre a una tribu céltica, los siluros. Durante el Silúrico dos supercontinentes dominan la Tierra: Gondwana, al sur, que reúne el futuro territorio de África, de América del Sur, Arabia, India, Madagascar, Australia y Nueva Zelanda; y Laurasia, al norte, compuesta por las futuras América de Norte, Europa y Asia. Al mismo tiempo tiene lugar la formación de los océanos. El más antiguo, el Lapetus, separa los continentes del hemisferio norte y se cierra con su acreción durante la formación de Pangea. Cuando esta última se escinde entre Gondwana y Laurasia nace un nuevo océano, el Tetis. Se cierra hace unos 80 Ma para ser sustituido por los actuales océanos Atlántico Sur e Índico. Más tarde se forman el Pacífico y el Atlántico Norte. Los graptolites («escrito en piedra» en griego) son los animales más propagados; viven en colonias formadas a partir de un individuo y se multiplican en forma de ramas o dendritas. A finales del Silúrico unas plantas multicelulares llegan a la tierra firme; son plantas vasculares por cuyo interior circulan agua y nutrientes diluidos, como los licófitos.
El DEVÓNICO (408-355 Ma) debe su nombre al condado inglés de Devonshire, donde se descubrió este sistema geológico. El nivel del mar, el océano Panthalassa que rodea Laurasia y Gondwana, es alto, pero los continentes están invadidos por las plantas terrestres. Sin que sea posible determinar con exactitud las causas —un meteorito que choca contra la Tierra, un período de calentamiento seguido de un brusco enfriamiento…—, más del 70% de las especies, principalmente marinas, desaparecen entre los 380 y los 360 Ma aproximadamente; este acontecimiento es conocido como la «extinción del Devónico». Ceden su lugar a una nueva fauna: artrópodos, escorpiones, miriápodos, arácnidos; surgen los primeros peces óseos, cuya vejiga natatoria evoluciona hacia los futuros pulmones, en principio un simple saco pulmonar. Algunos de ellos cuentan con un esqueleto interno articulado que les permite reptar fuera del agua con las aletas; son anfibios como los tetrápodos o como su pariente cercano, el Tiktaalik roseae (tiktaalik: «pez grande de baja agua» en lengua inuit), un pez óseo con cabeza de caimán. Aparecen asimismo los primeros tiburones. Al final de este período, en el Devónico Superior, nacen los anfibios como los batracios. Sus larvas respiran utilizando branquias mientras que el adulto respira a través de pulmones. Pero lo que más crece en el Devónico es la flora: brotan auténticos bosques de helechos gigantes que pueden sobrepasar los 15 metros de altura. Surge también la reproducción sexual, originando la división entre plantas macho y hembra, así como la producción de semillas. Esta etapa fundamental explica el desarrollo simultáneo de los insectos, que evolucionan en interdependencia con las plantas. Además de los helechos, también surgen las progimnospermas, «que dispersa sus semillas por el viento», los hongos y las esfenofitas, como la planta denominada cola de caballo.
El CARBONÍFERO (355-295 Ma) debe su nombre a la petrificación de los vegetales del Devónico en los pantanos, produciendo las capas de carbón más antiguas. Tras un período de descenso del nivel del mar al final del Devónico, este vuelve a subir; el clima es cálido y húmedo, excepto al sur del hemisferio austral, la parte más baja de Gondwana, que se encuentra helada. Pangea, que reagrupa Gondwana y Laurasia, se está construyendo para reunir todas las tierras emergidas en un único supercontinente, lo que explica su nombre griego: «todas las tierras». Aparte de los pantanos, los espacios vegetales del Devónico alcanzan tamaños cada vez más gigantescos, algunos incluso sobrepasando los 35 metros. Aparecen las gramíneas forrajeras y los primeros árboles con corteza leñosa, que contienen lignina que se descompone mal, lo que ayuda a la acumulación de capas de carbón, sobre todo de lignito, una roca sedimentaria entre la turba y la hulla. La tasa de oxígeno en el aire es elevada y podría ser la responsable del gigantismo de los primeros insectos —libélulas de 75 centímetros de envergadura, por ejemplo—. Los batracios se multiplican, crecen también en tamaño y algunos grupos de ellos conocen los inicios de una evolución que dará lugar a los reptiles.
El PÉRMICO (295-250 Ma) es la última etapa del Paleozoico. Su nombre viene de la ciudad rusa de Perm, donde se encuentran rastros de esta formación geológica. El nivel medio de los mares es bastante bajo durante todo el período. Pangea está completamente formada y la rodea un océano gigante, el Panthalassa, «todos los mares» en griego. Mientras desparecen los trilobites y los braquiópodos, aparecen los primeros peces con coraza; algunos reptiles se ven dotados de membranas que les permiten planear, aunque no el vuelo batido, como las aves que pueden batir sus alas; los anfibios y reptiles grandes preparan el terreno para los dinosaurios. La flora, dominada por los gimnospermas, se diversifica con los primeros coníferos y árboles Gingko. Hacia los 250 Ma se produce probablemente una serie de acontecimientos nefastos: una anoxia, o asfixia de los océanos debida a la disminución de la plataforma continental por la creación de la solitaria Pangea, un fuerte volcanismo y el impacto de uno o varios meteoritos. El resultado es la erradicación del 95% de las especies marinas y del 70% de las especies terrestres durante la extinción masiva del Pérmico.
El Mesozoico (250-65,5 Ma)
Al Paleozoico le sigue el Mesozoico (250-65,5 Ma), subdividido en tres períodos, de nuevo identificados a partir de un sistema geológico preciso: El Triásico (250-199 Ma), el Jurásico (199-145 Ma) y el Cretácico (145-65,5 Ma).
El TRIÁSICO (250-199 Ma) se llama así por las tres capas estratigráficas que lo componen: el Buntsandstein, o areniscas conglomeradas, el Muschelkalk, o caliza de conchas, y el Keuper o margas irisadas. El clima general es cálido, con variaciones locales en el continente causadas por la inmensidad de Pangea. Tras la extinción del Pérmico, las especies supervivientes se recuperan lentamente, mientras algunas aparecen por un tiempo breve y otras se preparan para dominar el Mesozoico. Las tortugas ya están cerca de su actual estado de desarrollo y los reptiles con dientes —saurios— hacen su aparición junto con los cocodrilos y los dinosaurios, o pterosaurios, los reptiles voladores. El grupo de los cinodontes o «reptiles mamiferoides», ancestros de los mamíferos, aún ponen huevos, pero la hembra posee mamas para amamantar a sus crías tras la eclosión. En el mar comienzan a abundar los grandes reptiles marinos, los ictiosaurios, cuyo aspecto recuerda al de los delfines. El Triásico empezó con una extinción masiva y terminará con otra: la extinción del Triásico-Jurásico, que arrastrará consigo la mitad de la diversidad biológica. La causa podría ser la fractura de Pangea, que se divide entre Laurasia y Gondwana. La flora está marcada por el desarrollo continuo de los coníferos en el hemisferio norte y el dominio del Gingko y de las cicadáceas, parecidas a palmeras en abanico.
El JURÁSICO (199-145 Ma) se abre paso durante la fragmentación de Pangea. Debe su nombre a la caliza del Jura. Laurasia, al norte, reúne América del Norte y Eurasia antes de que se separen al final del período y en el Cretácico. Gondwana, al sur, hace lo mismo con África, América del Sur, la Antártida, Arabia, India, Madagascar, Nueva Zelanda y Australia. El océano Tetis se cierra. El clima se diversifica en las diferentes zonas del globo, aunque en general se mantiene cálido, como en el Triásico. La fauna terrestre refleja el apogeo de los dinosaurios, con gigantes como el apatosaurio (antaño llamado brontosaurio), de 22 metros de largo, 8 metros de alto y cerca de 30 toneladas de peso, que se desplaza en manada para pastar en la cima de los árboles. Los otros géneros de dinosaurios del Jurásico son los diplodocus, parecidos a los camarasaurios y también herbívoros. El caminar sobre cuatro patas los hace lentos, mientras que los reptiles saurios carniceros o dinosaurios carnívoros del orden de los saurisquios, bípedos, se desplazan más rápido. Son feroces depredadores, como el más conocido de ellos, el tiranosauriorex. Los saurios también conquistan el cielo, como los pterodáctilos —«dedo volador», término acuñado por Georges Cuvier (1769-1832)—, donde hacen la competencia a las primeras aves, del género arqueópterix, que surgen a finales del Jurásico hace unos 150 Ma Aparte de por el plancton que va apareciendo, los mares están dominados por las amonitas, unos moluscos univalvos de concha enroscada y por especies evolucionadas de peces y reptiles, los plesiosaurios, una especie de cocodrilos marinos.
EL CRETÁCEO (145-65,5 Ma) obtiene su nombre de los depósitos de yeso (del latín creta, «yeso» o «tiza»), muy presentes durante este período, encontrados en Europa, Inglaterra y Francia principalmente. Acaba con otra extinción masiva, la de los dinosaurios y reptiles de gran tamaño, en un contexto de volcanismo activo agravado por la caída de un meteorito. Pangea termina de fraccionarse y se divide en los continentes actuales. Nace el océano Índico y el Atlántico Sur, y la subida del agua sumerge aproximadamente el 30% de la superficie. Tras un período de tendencia al enfriamiento a principios de la era, el clima del Cretáceo se vuelve cálido en su conjunto. Los mamíferos existentes son pequeños y pasan desapercibidos en un mundo en el que reinan los reptiles, algunos de ellos evolucionados hasta convertirse en las actuales aves con alas, un fuerte esternón y una cola recortada. En el medio marino son comunes las rayas, los tiburones y los peces óseos. Las primeras plantas con flores se desarrollan a la vez que los insectos (abejas, termitas, hormigas y mariposas). Los coníferos y las palmeras siguen diseminándose por el territorio, junto con los helechos, las colas de caballo, los árboles de hojas como las magnolias, o las higueras. El Cretáceo llega a su fin con la «extinción del Cretáceo» o «extinción K-T» (del alemán Kreide-Tertiär-Grenze), conocida principalmente por la desaparición de los dinosaurios, a excepción de las aves que descienden de ellos. Atribuida a un meteorito que golpea el Yucatán provocando con su impacto una suspensión de partículas que bloquean los rayos solares, la extinción afecta a múltiples especies, tanto terrestres —que desaparecen por la falta de alimento, primero los herbívoros y después los carnívoros—, como marinos, por la ausencia de fitoplancton, o plancton vegetal. Sobreviven solo los mejor adaptados, los omnívoros y carroñeros de la tierra y del mar, y las especies de las profundidades marinas que se alimentan de desechos.
EL CENOZOICO
La era geológica posterior al Cretáceo es el Cenozoico, que empieza hace unos 65,5 Ma y se extiende hasta el presente. El Cenozoico (o período de la «vida animal reciente» en griego) se subdivide en dos partes: el Paleógeno, la más antigua, y el Neógeno, la más reciente.
El Paleógeno
Es el período geológico comprendido entre los 65,5 y los 23,5 Ma aproximadamente. Generalmente se divide a su vez en Paleoceno (65,5-56 Ma), Eoceno (56-34 Ma) y Oligoceno (34-23,5 Ma).
El PALEOCENO (65,5-56 Ma) empieza con la gigantesca extinción del Cretáceo, fatal para las especies de gran tamaño. Las demás sobreviven, sobre todo los reptiles, aunque en menor cantidad, y continúan su evolución. Los mamíferos son los grandes beneficiados de la desaparición de los gigantes del Cretáceo. Son pequeños mamíferos ungulados, carnívoros, con un espectacular índice de multiplicación, por diez en el caso de los condilartros, como el phenacodus. Las aves alcanzan tamaños enormes, como el gastornis, una especie de avestruz con grandes patas y un pico terrible capaz de romper huesos; es un carnívoro de casi dos metros de altura y un quintal de peso. La flora evoluciona con las angiospermas —o plantas con flores— del final del Cretáceo y los árboles con hojas caducas se extienden. El clima del Paleoceno está marcado por un claro calentamiento que lo convierte en subtropical, favoreciendo así los bosques densos.
El EOCENO (56-34 Ma), cuyo nombre significa en griego «alba nueva», refiriéndose a la llegada de los mamíferos modernos, viene de la mano del mayor aumento medio de temperatura, de unos 11º C. Algunas especies no sobreviven, pero las condiciones son favorables para los animales pequeños, como los roedores, los primates o los murciélagos. Los ungulados evolucionan con el eohippus («caballo del amanecer» en griego), un pequeño antepasado del caballo con el tamaño de un perro. En los mares cálidos aparecen las primeras ballenas.
El OLIGOCENO (34-23,5 Ma) da comienzo con el impacto de uno o dos meteoritos en la bahía de Chesapeake, en la costa este de Estados Unidos, y en Rusia, que provocan de nuevo una extinción masiva. El clima general se ha enfriado desde el final del Eoceno, enfriamiento que se alarga durante todo el período. Aparecen pocos mamíferos modernos nuevos en comparación con su multiplicación a lo largo del Eoceno, pero existe ya una quinta parte aproximadamente de las especies actuales. Si bien desaparecen los mamíferos primitivos, estos son reemplazados por roedores como los castores, las ratas o los ratones, y por nuevos ungulados, como las cebras, los caballos, los asnos, los rinocerontes o los hipopótamos. Aparecen también los cerdos, los camellos, los antílopes y los primeros simios.
EL NEÓGENO
Al Paleógeno le sigue el Neógeno, dividido en Mioceno (23,5-5,5 Ma) y Plioceno (5,5-1,8 Ma).
El MIOCENO (23,5-5,5 Ma), cuyo nombre en griego significa «menos nuevo», está marcado por un enfriamiento continuo. Los bosques tropicales se reducen para dejar espacio a las sabanas y a las estepas, más propicias para la expansión de los ungulados que pastan en ellas, como los caballos, que tienen tamaño de ponis. Algunos depredadores como los lobos o los gatos salvajes viven ya en esta época. En los mares, a los cachalotes y las ballenas se les unen los delfines, las marsopas, los tiburones modernos y el superpredador marino, el megalodón, «diente grande», diente que puede llegar a medir hasta 20 centímetros en los especímenes más grandes, de una longitud de hasta 20 metros. Es en el transcurso del Mioceno cuando los homínidos se multiplican. Esta familia de primates agrupa a los grandes simios, como el bonobo, el chimpancé, el orangután, el gorila y el hombre. No obstante, el linaje humano y el de los grandes simios se separan: Toumaï, presentado como el posible fósil más antiguo del linaje humano, vivía en el territorio del actual Chad hace aproximadamente 7 millones de años.
El PLIOCENO (5,5-1,8 Ma), en griego «más reciente», en referencia a los mamíferos modernos, es la época que conduce a las grandes glaciaciones. Durante este período los continentes adoptan su posición actual. Los ungulados decaen, mientras que los mastodontes, «dientes con forma de mamas», se expanden por América del Norte. Se asemejan en tamaño y forma a los mamuts. Los roedores prosperan en África y los marsupiales, en Australia. El enfriamiento del clima modifica la flora, y los bosques tropicales se reducen al ecuador, sustituidos por bosques templados con árboles de hoja caduca. Más al norte, crecen las estepas y tundras.
LAS GRANDES GLACIACIONES
Las grandes glaciaciones se producen en el transcurso del Pleistoceno (1,8 Ma-11 500 a. C.). Tienen lugar por ciclos y llegan a cubrir hasta el 30% de las tierras emergidas. Es posible identificar cuatro glaciaciones (Günz, Mindel, Riss, Würm) con tres períodos interglaciares (Günz-Mindel, Midel-Riss, Riss-Würm).
—Günz (1,2-0,7 Ma) debe su nombre a un afluente del Danubio.
—Mindel (650 000-350 000 a. C.) recibe el suyo de un río de Algovia, en Baviera.
—Riss (300 000-120 000 a. C.) es un epónimo del Riss, un afluente del Danubio.
—Würm (115 000-10 000 a. C.) toma su nombre de un río bávaro.
En el transcurso de las glaciaciones, los glaciares se juntan, formando así masas gigantes, como el inlandsis, que se extiende desde Escandinavia hasta Inglaterra. El grosor de los glaciares continentales puede alcanzar los 3000 metros. El permafrost, subsuelo permanentemente helado, se extiende varios cientos de kilómetros por delante de los glaciares. Durante los períodos interglaciares, el relativo calentamiento provoca la subida del agua y se forman lagos inmensos que llegan a cubrir varios cientos de miles de kilómetros cuadrados. Se produce una nueva extinción: la de los mamuts, los mastodontes y los tigres con dientes de sable. Los representantes del género Homo, los humanos y sus especies próximas, se diversifican y acaban desapareciendo, excepto el Homosapiens («hombre sabio»), nuestro antepasado directo.
¿Por qué tuvieron lugar las glaciaciones?
Han existido diversas hipótesis desde el siglo XIX, pero la más aceptada es la que defiende que la causa es la posición de los continentes en el globo terrestre, la llamada «teoría de Milankovitch». Durante las fases frías, los glaciares cubren casi la totalidad del norte de Europa, así como los Alpes, el Macizo Central y los Pirineos; el nivel del mar varía en función de la cantidad de hielo sobre los continentes, que es de unos 120 metros de grosor en el último período glaciar. Los dos últimos inlandsis (capa de hielo muy extensa conocida también como casquete polar) son hoy en día el inlandsis de Groenlandia y la Antártida. La presencia de morrenas glaciares y huellas de erosión glaciar permiten deducir el paisaje que dejaron todos estos fenómenos. La temperatura media era entre 8 y 12° C más baja que la actual. Tuvieron lugar abundantes lluvias en el norte, este y sur de África; los grandes desiertos, como el del Sahara o el de Kalahari, son habitables. Cuando el nivel del mar desciende, el puente terrestre entre Asia y América vuelve a encontrarse seco, como el istmo de Panamá, lo que restablece el acceso entre estos tres continentes.
El Holoceno es el período geológico más reciente, ya que comienza unos 10 000 años antes de nuestra era. Se trata de un período interglaciar marcado por la subida de los océanos a causa del deshielo de los glaciares. La temperatura aumenta, la selva tropical se extiende hacia el norte y las sabanas sustituyen a los desiertos. La megafauna, animales de gran tamaño, desaparecen de América del Norte, mientras que otras especies acaban desapareciendo víctimas del hombre. Este último ya utiliza el fuego, talla la piedra, traza estrategias de caza con arco o con propulsor de azagayas.
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Astronomía / Geografía Física / Geología / Biología

Astronomía (Estudio de los componentes y estructura del Universo.)
Geografía Física (Estudio del planeta Tierra que tiene por objeto situar dicho planeta en el espacio, explicar cómo su dinámica afecta a una serie de hechos geográficos, fundamentalmente relacionados con aspectos climáticos —procesos básicos que definen las situaciones climáticas elementales, incluyendo el estudio de los océanos— y conocer el interior de la Tierra (geomorfología), como base para comprender la dinámica y las fuerzas que provienen de ella y los materiales que la constituyen. Y conocida la composición estructural terrestre, se acomete el estudio de los procesos externos, erosivos fundamentalmente, que remodelan la superficie exterior terrestre, finalizando con un estudio de la incidencia del clima sobre el relieve.)
Geología (Estudio que intenta establecer las condiciones ambientales existentes en la Tierra primitiva en la que se desarrollaron los procesos químicos que dieron lugar a los primeros organismos.)
Biología General (Estudio del origen de la vida a través de los fósiles más antiguos conocidos —que son escasos y de difícil interpretación— y de los organismos y microorganismos actuales.)

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Bibliografía utilizada:

Atlas, diccionarios y enciclopedias

Diccionario VOX Griego-Español, Edición a cargo de José M.ª Pabón, Bibliograf, Barcelona, 1973.
- Diccionario VOX Latín-Español / Español-Latín (19ª ed.), Bibliograf, Barcelona, 1988
- Enciclopedia del estudiante (20 vols.), Santillana, Madrid, 2005.
Enciclopedia Historia Universal (24 vols.), Salvat Editores, S.A., Barcelona, 2004.
- Gran Enciclopedia (28 vols.), Salvat Editores, S.A., Barcelona, 2006.
Gran Enciclopedia Histórica Ilustrada (6 vols.), Ediciones S.M., Madrid, 1986.
Tratados, monografías, manuales, estudios, ensayos

HAWKING, Stephen W. El universo en una cáscara de nuez. Crítica, Barcelona, 2002.
-          Historia del tiempo. Del Big Bang a los agujeros negros. Crítica, Barcelona, 1988.
KIPPENHAHN, R. Luz del confín del universo. El universo y sus inicios. Salvat Editores, S.A., Barcelona, 1995.
RONAN, Colin A. Los amantes de la astronomía. Trad.: M.ª asunción catalá.Blume, Barcelona, 1982.
SAGAN, Carl. Cosmos. Planeta, Barcelona, 1982.
WEGENER, A. El origen de los continentes y océanos. Crítica, Barcelona, 2018.

Revistas científicas

HEERRERA, A. «¿Tierra firme? (Alfred Wegener y la deriva de los continentes)», en Historia y vida, n.º 537 (ene., 2013), 74-77 [Fotografías: cortesía de Alfred Wegener Institut, Bremerhaven (Alemania): pp. 74, 77 / Cortesía de Alfred Wegener Institut (Mario Hoppmann): p. 75/ Infografía y cartografía: Enric Sorribas (Geotec, pp. 75, 76)]
SAWYER, K. «Desvelando el universo», en National Geographic [España], vol. 5, n.º 4 (oct., 1999), 8-41 [Fotografías de Joe McNally]
VICTORIA, M. «Atapuerca. España hace 320.000 años», en Geo [España], n.º 49 (feb., 1991), 106-121 [Fotografías de José Manuel Navia]

Páginas web

The Alfred Wegener Institute for Polar and Marine Research (en alemán e ingles): www.awi.de

Fuente de las imágenes

HEERRERA, A. «¿Tierra firme? (Alfred Wegener y la deriva de los continentes)», en Historia y vida, n.º 537 (ene., 2013), 74-77 [Fotografía de Alfred Wegener con su inseparable pipa, c. 1912-1913: Alfred Wegener Institut, Bremerhaven (Alemania): p. 77/ Infografía y cartografía: Enric Sorribas (Geotec, pp. 75, 76)]