PEC 4 HªCMMC


HISTORIA DE LA CULTURA MATERIAL DEL MUNDO CLÁSICO

PRUEBA DE EVALUACIÓN CONTINUA
BLOQUES IV Y V
La Historia de la Cultura Material del Mundo Clásico analiza las culturas clásicas mediterráneas con una perspectiva puramente arqueológica, a partir de la caracterización e interpretación de los diferentes ítems que conforman las realizaciones materiales de estas sociedades, susceptibles de ser conocidas y analizadas mediante la aplicación del método arqueológico. Su marco metodológico y conceptual parte del concepto de Cultura Material, entendiendo que en él se integran no sólo los elementos con valores “estéticos” o “monumentales”, sino todo el conjunto de objetos y elementos producidos por estas sociedades, así como las prácticas ideadas por éstas para producirlos, distribuirlos, usarlos, desecharlos o reutilizarlos. Estudia, contextualiza y secuencia la historia de las sociedades clásicas del ámbito mediterráneo desde la óptica de su cultura material.
I 
1. Antes de comenzar el ejercicio debe leer detenidamente el artículo de J. A. MARTÍN RUIZ: “Los fenicios y el Estrecho de Gibraltar”, Aljaranda 76 (2010). pp. 4-13“La fundación por parte de los colonizadores fenicios de una red de asentamientos a ambos lados del estrecho de Gibraltar propició que, con el paso de los siglos, éstos configuraran un área con personalidad propia diferenciada de otras zonas donde también estuvo presente esta colonización, sobre todo las situadas en el Mediterráneo central y en especial de Cartago, su colonia más próspera y afamada”.
1.1. Exponer las divergencias entre la cronología propuesta por las fuentes escritas y la que otorgan los materiales arqueológicos en relación a la llegada de los fenicios al sur de la península Ibérica. “El tema de la cronología aún sigue siendo objeto de un encendido debate entre los investigadores, pues las fuentes escritas recogen una narración de Posidonio del año 100 a. C., según la cual la llegada de navegantes fenicios venidos desde el otro extremo del Mediterráneo estuvo motivada por una orden dada por un oráculo en la ciudad de Tiro, de tal forma que emprendieron un primer viaje que les llevó hasta Sexi, la actual Almuñécar, si bien como los augurios realizados no fueron favorables no tuvieron otra alternativa que regresar. A éste le siguió un nuevo viaje que, esta vez, les hizo atravesar las Columnas de Hércules, las célebres Calpe y Abila (Gibraltar y Ceuta, respectivamente), hasta alcanzar la antigua Onuba, moderna Huelva, pero como los sacrificios que hicieron no obtuvieron tampoco el resultado deseado se vieron impelidos a retornar una vez más. Finalmente fue en la tercera y última de las travesías que hicieron cuando recalaron en Gadir, fundando un templo dedicado a Hércules (Melqart, el dios protector de la ciudad de Tiro y de su casa real).”

Esta temprana presencia del templo, institución de gran trascendencia en el seno de la sociedad fenicia tendrá su reflejo en la vertiente meridional del estrecho como vemos en el templo erigido en Lixus, ciudad fundada junto con Cádiz según sostiene la tradición hacia el 1100 a. C. Así, hasta mediados de siglo XX las cronologías disponibles para los yacimientos fenicios existentes en Occidente no iban más allá del siglo VI a. C., tras la realización de un buen número de excavaciones arqueológicas a partir de la década de 1960, pudo comprobarse cómo sus secuencias estratigráficas no se remontaban en ningún caso más lejos del siglo VIII a. C. Sin embargo, recientes dataciones obtenidas a partir de la realización de análisis de Carbono 14 han ampliado esta cronología, como ponen de manifiesto las fechas proporcionadas por enclaves de raigambre semita (Toscanos o morro de Mezquitilla), y aquellos otros de carácter indígena, como Acinipo y cerro de la Mora. Del mismo modo, el reciente descubrimiento en Huelva de una serie de materiales autóctonos, fenicios, chipriotas, sardos y griegos que han sido datados usando este método entre los siglos X-IX a. C. ha reabierto el debate acerca de cuál es la fecha exacta en la que habrían llegado los fenicios a estas costas, si bien, y a pesar de lo sugerente que este hallazgo resulta, todavía parece necesaria una mayor base para poder dilucidar una cuestión que se nos antoja vital tanto de cara a un mayor conocimiento de estas comunidades como de las indígenas con que se relacionaron.
1.2. Indicar qué restos arqueológicos caracterizan la presencia fenicia en el Círculo del Estrecho. Debido a la labor llevada prácticamente en solitario por el profesor Miguel Tarradell en lo que entonces era el Protectorado Español en Marruecos, se ha descubierto que algunas fuentes literarias de la Antigüedad estaban equivocadas respecto a los asentamientos fenicios. Éstas decían que la ciudad de Dido había impuesto una hegemonía total, incluso de naturaleza imperialista, sobre el norte de África, siendo ellos también los responsables de la fundación de Ibiza. Hoy sabemos que esto no es correcto. Pero Tarradell pudo comprobar la existencia de una serie de diferencias entre la cultura material existente en las colonias fundadas en el Mediterráneo occidental y la de las establecidas en su área central. En su opinión objetos como las navajas de afeitar o las máscaras de arcilla que aparecían en Cartago faltaban por completo en lo que él denominó como Círculo del Estrecho, al mismo tiempo que la típica cerámica decorada con engobe rojo, tan característica del horizonte material colonial, mostraba una mayor vitalidad en este Círculo, apreciando también que sus poblados ocupan una menor extensión. Argüía así que el rito incinerador caracterizaba a las comunidades de fenicios occidentales frente a los que vivían en Sicilia, Cerdeña o Cartago, cuestión que se ha mostrado completamente errónea al ser un rito que está presente es sus necrópolis. Sin embargo, posteriores estudios matizaron algunas de las afirmaciones realizadas por Tarradell, al evidenciar que sí es posible encontrar máscaras de arcilla en Occidente, aunque no navajas de afeitar, excepción hecha de Ibiza, a la par que se constataba cómo determinados grupos anfóricos podían ponerse en relación con alfares propios del área andaluza y norteafricana próxima y no con Cartago, tal y como sucede con las conocidas como ánforas R-1, Máñá-Pascual A-4, Mañá C2b o las tipo Campamentos de Numancia, todas ellas vinculadas con el almacenamiento y transporte de salazones de pescado, actividad económica que también caracteriza a los enclaves del Círculo del Estrecho. Los estudios emprendidos sobre el tema han permitido establecer una serie de zonas o grupos de talleres que comprenden desde el siglo VIII a. C. hasta el cambio de Era, y que han sido denominados como grupos “bahía de Cádiz”, “Málaga”, “Villaricos” y “Crevillente”, y a los que debemos sumar los talleres de Kouass y Banasa emplazados en la orilla situada enfrente.
“Del mismo modo, ha podido comprobarse esta uniformidad en el ámbito numismático, puesto que las monedas de bronce acuñadas en las cecas del Círculo del Estrecho suelen ofrecer un módulo muy similar y un peso que oscila alrededor de los 4,5 gr., así como la difusión que tuvieron unas cerámicas, imitación de las producciones áticas de barniz negro. Nos referimos a la denominada cerámica tipo Kouass que abarca desde el siglo IV hasta el II a. C., y que en un primer momento se consideró que era una producción casi exclusiva de los talleres norteafricanos que le dieron nombre, si bien en la actualidad ha quedado fuera de duda que nos hallamos ante unos recipientes que fueron fabricados en otros puntos, entre los que podemos citar con seguridad la bahía de Cádiz, en un intento de suplir la falta de unas cerámicas griegas que desde mediados del siglo IV a. C. ya no llegaban.”

1.3. Definir el patrón de asentamiento de los enclaves fenicios y el urbanismo de los mismos.
“Los fenicios solían situar sus emplazamientos de acuerdo con un patrón muy definido, optando por islas cercanas a la costa o penínsulas próximas a un cauce fluvial. Hoy sabemos que cuando éstos hicieron acto de presencia la línea de costa que pudieron contemplar difería sensiblemente de la actual, como han puesto de manifiesto una serie de sondeos de geo-arqueología realizados en las desembocaduras de un buen número de ríos del mediodía peninsular. En el caso norteafricano, nuestros datos se reducen al área de Lixus. Así, estos ríos solían presentar profundas bahías, muchas veces deltaicas, que en ocasiones penetraban hasta varios kilómetros al interior, las cuales fueron colmatadas cuando, tras finalizar la Edad Media, se procedió a repoblar los territorios recién conquistados con personas venidas del norte de la península cuyos sistemas de cultivo resultarían enormemente perjudiciales. Por regla general los poblados solían instalarse en la orilla contraria a la que se encontraban las zonas de enterramientos, pero no es extraño encontrar casos, como Málaga y Villaricos, donde ambos puntos se ubican en la misma vertiente, de manera que es posible hallar variaciones a esta norma de acuerdo con la topografía concreta de cada lugar, según sucede, por ejemplo, en Tarifa, donde el hábitat se localiza en el promontorio donde se alza la fortaleza de Guzmán el Bueno y la necrópolis en la isla de las Palomas. En algunos casos, como en morro de Mezquitilla o cerro del Villar, los fenicios levantaron sus viviendas en un espacio desocupado, y otras veces, como en Casa de Montilla o Almuñécar, ya existía una población indígena con la que coexistieron. Estos asentamientos no muestran la extensión que ofrecen los existentes en el Mediterráneo central, donde Mozia, por ejemplo, alcanza en el siglo VI a. C. una extensión aproximada de 40 has. y una población estimada de unos 15.000 habitantes. Por el contrario, Toscanos no sobrepasa las 16 has., Lixus una docena y el cerro del Villar la decena, suponiéndose que estarían habitados por unas 4.000 personas.”
“Los dos principales establecimientos fenicios en esta zona son Gadir y Lixus, si bien es el primero de ellos el que se viene considerando como el centro rector de un área que hoy sabemos se extendió hasta la fachada atlántica, pues se han hallado vestigios de estos contactos en la Galicia y Portugal, así como en el levante peninsular e Ibiza, si bien a partir del siglo VI a. C. esta isla pasó a engrosar la esfera de influencia cartaginesa, discutiéndose todavía si pudieron llegar hasta el archipiélago canario. El mayor número de yacimientos se localiza en la vertiente septentrional del estrecho, dotándose de sistemas defensivos amurallados conocidos como “casamatas”, con torres de planta cuadrada o circular, en virtud del cual se procedía a construir dos muros paralelos que eran cortados a intervalos por otros perpendiculares a aquellos pero de menor entidad, conformando espacios internos que, en tiempos de paz podían ser usados como talleres, almacenes, etc., pero que en caso de necesidad podían ser rellenados hasta conformar un todo macizo, como vemos en los recintos del Castillo de Doña Blanca o en Málaga. El urbanismo fenicio muestra un carácter abigarrado no siendo inusual que una calle fuese el eje a partir del cual se articulaba su distribución, la cual suele adaptarse a las irregularidades del terreno con viviendas escalonadas en terrazas como acontece en Chorreras. En cuanto a sus casas, cabe indicar que se articulaban en torno a un patio central alrededor del cual se disponían las diversas estancias con muros de tapial sobre zócalos de piedra que podían contar, a veces, incluso con zanjas de cimentación, y cuyas paredes estaban elucidas, siendo sus suelos de tierra batida o lajas de piedra. En todos los casos sus techumbres eran planas, pudiendo ser utilizadas a modo de azotea.”
1.4. Exponer los rituales funerarios y los ajuares. Ilustrar con imágenes los principales objetos aparecidos en los enterramientos. El mundo funerario posee más información para el lado hispano en relación con el marroquí y argelino, donde apenas se conocen algunas tumbas que, como con las cámaras funerarias de Ras Achakar y Mogogha, apenas han facilitado algún objeto de los ajuares que debieron albergar antes de su saqueo, de manera que las mejor conocidas se remontan hasta los siglos II-I a. C., según comprobamos en el melillense cerro de San Lorenzo (imagen 1) y en Lixus, excepción hecha del islote del faro de Rachgoun que se remonta al siglo VII a. C. Por el contrario, en la vertiente norte se documenta una amplia variedad de sepulturas ya desde el siglo VIII a. C. en puntos como Gadir, Málaga, Almuñécar o Villaricos, donde vemos el uso de los ritos incinerador e inhumador, consistentes en fosas, cistas, cerámicas, etc. Algunos asentamientos, entre los que podemos citar Málaga o Almuñécar, muestran más de una zona de enterramientos que suelen ser de reducidas dimensiones hasta que desde el siglo VI a. C. incrementan notablemente sus dimensiones llegando a albergar miles de individuos, buena parte de ellos indígenas como acontece en Villaricos. Sus ajuares están integrados por ricos vasos de alabastro, cáscaras de huevo de avestruz, amuletos y joyas de oro (imagen 2), así como un servicio ritual formado por un jarro de boca trilobulada, otro de boca de seta y una lucerna, todos ellos decorados con engobe rojo, servicio ritual que cesará en el siglo VI a. C. siendo más normal encontrar desde entonces diversos vasos cerámicos entre los que proliferan, ya cerca del cambio de Era, los ungüentarios helenísticos. Estos ajuares nos hablan de notorias desigualdades sociales si bien, a partir de esta última fecha, verán reducir su riqueza de forma gradual, no por la inexistencia de estas diferencias entre grupos sociales, sino porque se tenderá a igualar tan sólo el mundo funerario limitando su magnificencia. Los escasos estudios paleopatológicos establecen con cierto grado de precisión la edad media a la que fallecían estas personas, que ronda los cuarenta años, lo cual está en sintonía con lo que sabemos de las restantes poblaciones que se asentaban en las riberas del Mediterráneo. Además, nos consta que padecieron una serie de enfermedades entre las que podemos mencionar fracturas, tumores, procesos degenerativos como la artrosis, así como anemias resultado de una deficiente alimentación en la infancia y abundantes infecciones dentales cuya incidencia se agudiza sobre todo en los años cercanos al cambio de Era. Un hecho de singular interés es el poder comprobar cómo los sectores dirigentes fenicios tenían una mayor calidad de vida que se manifiesta en la carencia de anemias y en una esperanza de vida de hasta una década más que el resto de la población. Hemos de indicar, igualmente, la detección de sobrecargas musculares en algunos individuos provocadas por actividades laborales como pueden ser el pastoreo.” 
1.5. Exponer las características de los lugares de culto. “Además del templo de Melqart, deidad que aparece acuñada en monedas de Gadir o Almuñécar, en general la información que se posee sobre los templos y santuarios semitas es más bien limitada pues procede sobre todo de referencias escritas, siendo pocos los hallazgos que podemos vincular con este ámbito religioso. Junto a edificaciones construidas por el ser humano, como los templos de Gadir y Lixus, o los restos hallados en Málaga y Melilla, la antigua Rusadir, fueron consagrados como espacios sagrados algunas cavidades como la cueva de Gorham en Gibraltar, la cual estuvo al parecer vinculada ya desde el siglo VIII a. C. con la siempre difícil travesía por las aguas del estrecho de Gibraltar y a la que consta que acudían no sólo fenicios, sino también indígenas de los alrededores, algo que nos remite a la existencia de sincretismos entre divinidades pertenecientes a diferentes sociedades y que tan habitual resultó durante toda la Antigüedad en las religiones politeístas. Pero la proliferación de templos dedicados a diversas deidades como Baal o Astarté, y sobre todo a Melqart, no sólo alude a la conquista simbólica de un espacio geográfico hasta entonces poco conocido o ignoto y del que los fenicios se apropiarían en un plano ideológico, sino que refuerza el protagonismo que en la empresa colonizadora tuvo el estado tirio por cuanto el templo y el palacio eran dos instituciones íntimamente asociadas para los semitas hasta el extremo de que a menudo el rey era, al mismo tiempo, quien ostentaba el cargo de sumo sacerdote. Tenían mucha importancia estos templos como centros neutrales donde se aseguraban las transacciones comerciales, sin olvidar las grandes riquezas que almacenarían, como refleja el saqueo a que fue sometido el gaditano templo de Melqart por los cartagineses antes de abandonar definitivamente la ciudad a causa de los reveses sufridos en las postrimerías de la II Guerra Púnica.”
1.6. Explicar qué es un tofet y el culto que allí se llevaba a cabo. “Un aspecto que distingue radicalmente la franja occidental de la central en el Mediterráneo, es la existencia en estos últimos enclaves de los recintos sagrados conocidos como tofets, en los que se llevaba a cabo el sacrificio molk, según el cual en determinadas ocasiones debían ser sacrificados los hijos primogénitos de las familias más poderosas, lo que no significa que no se hayan documentado sustituciones por animales, y que conocemos bien gracias a los hallazgos efectuados en Cartago, Tharros o Mozia. Aunque en nuestro caso se ha sugerido que algunos enterramientos infantiles datados en el siglo I a. C. descubiertos en Cádiz podían reflejar la realización de estos ritos, dicha sugerencia no ha sido aceptada entre los investigadores, aún cuando Cicerón (XIX) nos hable de la existencia de sacrificios humanos en la antigua Cádiz semita, por lo que es necesario reconocer que sigue siendo un asunto al que no se ha encontrado una explicación que pueda resultar convincente a pesar de los múltiples intentos efectuados en este sentido.”
1.7. Definir las principales actividades económicas y los restos materiales a ellas asociados. Las actividades económicas que llevaban a cabo en su vida cotidiana eran las de salazones de pescado que tanta fama tuvieron sobre todo a partir del siglo V a. C., como señalan algunos autores griegos de esa fecha, siendo ésta una actividad que tendrá una fuerte continuidad en época romana. Así, desde Cádiz a Almería conocemos una tupida red de pequeñas factorías, que eran explotadas por el estado o por particulares. Del mismo modo, y en íntima relación con esta industria, se ha excavado una amplia serie de talleres alfareros localizados en puntos como Cádiz, cerro del Villar, La Pancha en relación con morro de Mezquitilla, Kouass o Banasa, con una cronología que se remonta al siglo VI a. C. y de los que no solamente conocemos sus hornos, sino también otras instalaciones donde se fabricaban y almacenaban los recipientes o las áreas destinadas a la decantación de la arcilla. Igualmente, es posible comentar también la presencia de mercados como el documentado en cerro del Villar, el cual consistía en una calle por la que, según los análisis realizados, pasaron animales, y a cuyos lados se abrían pequeñas tiendas, sin que se descarte que en centros como Málaga y Toscanos pudieran haber existido áreas similares, dada la existencia de un juego de pesas en el primer lugar y, sobre todo, del denominado almacén C en el segundo, edificio de tres plantas rectangulares y muy posiblemente dos pisos, emplazado cerca de donde debió estar el puerto y que recuerda vivamente a otros centros administrativos propios del Próximo Oriente antiguo. Otro aspecto importante fue la existencia de una serie de contactos comerciales con distintas partes del Mediterráneo y del Atlántico, como ponen de manifiesto las cerámicas griegas exhumadas en estos enclaves, y que muestra una gran sintonía en ambas orillas si bien en la meridional no se alcanzan unas cronologías tan altas como en la septentrional. Así, hasta el siglo VI a. C. llegan a estas tierras vasos griegos, a veces de gran calidad como evidencia el fragmento de Clitias hallado en Huelva, elaborados sobre todo en la Grecia del Este, algo que cambia a partir de dicha centuria cuando proliferen los productos áticos, por regla general de menor calidad, a la par que se reduce sustancialmente el repertorio de formas que encontramos. Además, es posible hablar de una diferencia de gustos respecto a las poblaciones indígenas de los siglos V y IV a. C., ya que, por un lado, los vasos griegos aparecen muy poco en las necrópolis fenicias, al contrario de lo que acontece en las indígenas, en particular las iberas, aunque en otro se aprecia una mayor aceptación de los recipientes decorados con barniz negro frente a los de figuras rojas, proporción que en los contextos autóctonos tiende a equipararse. Habría que preguntarse quién fue el responsable de comercializar estas cerámicas y el aceite y el vino que contenían sus ánforas, algo que podemos hacer extensivo a los materiales de origen etrusco, hasta ahora no descubiertos en la orilla africana del Círculo del Estrecho. Aunque en un primer momento se planteó que serían los mismos griegos quienes los comercializarían, en la actualidad se tiende a considerar que, sin descartar por completo la venida de navegantes helenos, su control estaría en manos fenicias dado el escaso porcentaje que estos hallazgos representan por muy espectaculares que a veces puedan parecer. Ello queda rotundamente claro en lo concerniente a Mogador, el enclave fenicio más alejado situado en una isla carente de recursos frente a la costa africana que ha sido relacionado con la antigua Kerné, y donde los fenicios se instalaban en tiendas para comercializar con las poblaciones instaladas en la costa, en un comercio que estuvo activo durante los siglos VII-VI a. C. para reanudarse de nuevo a partir del IV a. C. Pues bien, según se recoge expresamente en el texto del Pseudo Escílax de esa última fecha, eran los fenicios quienes vendían las cerámicas griegas en estas latitudes.
1.8. Definir el concepto de “Orientalizante”. “La fructífera relación entre los fenicios y las distintas comunidades indígenas instaladas en ambas orillas del Estrecho dio lugar al fenómeno conocido como “Orientalizante”, de manera que la aparición de elementos materiales de cada uno de estos ámbitos culturales en el otro resulta algo constante, como podemos comprobar sobre todo en el trabajo de los metales y la cerámica, así como en otros ámbitos de más compleja apreciación como sería el ideológico en su más amplia acepción, sin que por ello creamos que puede hablarse de aculturación como a veces se ha propuesto. En realidad es preciso confesar que este término viene a representar no pocas dificultades a la hora de valorar correctamente la pertenencia de algunos yacimientos, como santuarios o enterramientos, a uno u otro horizonte, habida cuenta que se acompañan de objetos muy similares, según vemos tanto en las tumbas localizadas en Andalucía, ejemplificadas por los túmulos descubiertos en Los Alcores sevillanos, como en las cistas que proliferan en la región de Tánger, o en los enclaves que se postulan que mostrarían una presencia directa de componentes poblacionales semitas en el interior, como puede ser el caso de El Carambolo, lo que significaría que la utilización de la cultura material como elemento discriminante resultaría infructuosa al ser algo compartido y sólo la realización de análisis de ADN podría arrojar algo de luz en lo concerniente a las sepulturas.”
Para el romano lo más importante fue siempre morir con dignidad, tener acceso al ritual necesario y a una tumba en la que reposar sus restos, porque si un difunto no era enterrado conforme mandaban los cánones, garantizando su regreso a la tierra, su alma se veía condenada a vagar por los siglos de los siglos, robándole el descanso merecido. Esto explica que toda familia, por respeto, piedad, o miedo, entendiera como un deber dotar a sus difuntos del ceremonial, la sepultura y el ajuar más decorosos posibles; y si no se tenía dinero con que comprar el terreno suficiente para la inhumación, o un nicho en el que depositar la urna con los restos cremados, muchos no tenían reparos en usurpar la tumba de otra persona, a pesar de que ésta hubiera fijado por escrito sus disposiciones testamentarias. En cambio, otros, más respetuosos y pragmáticos, prefirieron pagar anualmente una cuota y velar por que los funerales de sus socios reunieran los requisitos mínimos, caso de Corduba, capital de la Bética, donde hubo un collegium que aglutinó a los gladiadores.
I
1. Leer con detenimiento el siguiente artículo y responder a las preguntas sobre el mismo que se hacen a continuación. 
D. VAQUERIZO GIL: “De la agonía al luto. Muerte y funus en la Hispania romana”, en PACHECO JIMÉNEZ, C. (Coord.), La Muerte en el tiempo. Arqueología e Historia del hecho funerario en la provincia de Toledo, Talavera de la Reina, 2011.
1.1. Realiza un resumen sobre el concepto de la muerte entre los romanos. Los romanos no temían a la muerte ni creían a pies juntillas en la inmortalidad. Por el contrario, como muchas de las culturas antiguas, enfrentaron su finitud con cierta naturalidad, pensando que los fallecidos seguían viviendo en la tierra, mientras sus almas escapaban al cielo —alcanzando la luna, el sol, las estrellas—, o incluso el infierno, según la corriente filosófica que se siguiera. De ahí su afán por reproducir en sus sepulcros y sus contenedores funerarios la forma de la casa, el interés por decorar el interior de las tumbas monumentales como si fuera el hábitat disfrutado en vida, o la tendencia a enterrar a sus muertos en el suelo de las propias viviendas, conforme a una costumbre ancestral que siguió practicándose de forma ocasional durante siglos (sobre todo, cuando los muertos eran niños). Aunque al final del Imperio, apenas la ciudad romana entra en crisis, los enterramientos vuelvan a intramuros, enseñoreándose de las áreas urbanas. El pomerium se convirtió en el espacio de separación entre los vivos y los muertos, poblado de tumbas, quemaderos y fosas comunes, y frecuentado por gentes de mal vivir. Delincuentes y mendigos eran arrojados sin demasiados miramientos a una fosa superficial, o abandonados a su suerte. De hecho, uno de los mayores castigos que se podían infligir a criminales o proscritos era la negación de la sepultura. Las empresas de pompas fúnebres tenían obligación de instalarse fuera del recinto urbano, y sus operarios eran vistos por el resto de la sociedad como gente funesta y sórdida, también los gladiadores —en contacto permanente con la muerte— y la soldadesca. Debían realizarse las cremaciones y concentrarse todas las actividades nocivas fuera del recinto urbano, buscando con ello preservar a la ciudad de la contaminación subsiguiente. Aun cuando las creencias, como la topografía funeraria, el rito, los tipos de monumentos y tumbas, o las ceremonias conmemorativas, evolucionaron —como la sociedad, la política o la ideología— a lo largo del tiempo, conociendo diversas etapas, los romanos pensaron de forma mayoritaria que sus muertos seguían viviendo en la tumba, donde el alma, en forma de sombra, se mantenía en relación directa con el cuerpo, habitando para siempre su eterna morada. De ahí la importancia de la sepultura, del ajuar funerario y de las ofrendas periódicas. Si el ritual, el conjunto de ceremonias que tenían lugar desde que se producía el fallecimiento hasta el traslado del cadáver a la necrópolis, no se desarrollaba en su integridad, las almas de los muertos podían convertirse en entes amenazantes para quienes aún habitaban la tierra; por eso, era necesario aplacarlas mediante celebraciones diversas: visitas a la tumba, comidas de diverso tipo, ofrendas, etc., “compartidas” siempre por el difunto. Estas ceremonias y banquetes, tenían lugar en fechas relacionadas directamente con el homenajeado —cumpleaños, o el aniversario de su muerte—, o bien en los días que el calendario romano reservaba explícitamente para el culto a los muertos, distribuidos entre febrero y junio, que buscaban renovar el luto y los lazos familiares, además de asegurar la existencia al deudo desaparecido, recordándolo y nutriéndolo a un tiempo. Bien atendidos, los espíritus de los familiares fallecidos (Manes), convenientemente deificados, se erigían en importantes aliados, protectores de la familia y de su papel en el mundo, incluso intermediarios con el Más Allá. En caso contrario, pasaban a ser espíritus nocivos, deseosos de cobrar venganza o provocar determinados males. Se utilizaban para ello muñecos de vudú, o tablillas de plomo en las que magos, brujas y nigromantes contratados al efecto escribían al revés maldiciones, juramentos o fórmulas imprecatorias.
La obsesión por la memoria.
Relieve con retratos funerarios conservado en
el Museo Nazionale Romano (Roma)
1.2. Describe los rituales que se realizaban en el domicilio desde el momento de la muerte hasta el traslado del cadáver a la necrópolis. Según la tradición, el último hálito del difunto (efflare animam) era recogido por un familiar con un beso, evitando así que el alma, que abandonaba el cuerpo en el momento en que éste exhalaba el suspiro, pudiera caer en manos de espíritus malignos o víctima de maldiciones y conjuros. Desde el momento del fallecimiento, y tras cerrar los ojos al cadáver (oculos premere), se activaban toda una serie de protocolos que comenzaban con la conclamatio, reproducida periódicamente hasta el momento mismo de la sepultura. Tal costumbre era expresión de la condición de funesta que afectaba a la familia desde el momento mismo del óbito, y arma eficaz contra las fuerzas del mal, disuadidas por los gritos. Quizá por ello en muchos velatorios se hacía sonar una caña rajada. Seguían las lamentaciones, la depositio del cuerpo sobre la tierra, como forma simbólica de devolverlo a la misma, y el lavado, amortajamiento y perfumado (unctura) del mismo, expuesto después en el atrio de la vivienda, o en una de las habitaciones exteriores. El cadáver era dispuesto con los pies mirando a la puerta, adornada por ramos de laurel o ciprés (entre otros), para que todos supieran que allí se había producido un óbito; la proyección pública del ceremonial de la muerte fue determinante en la sociedad romana y para marcar públicamente el carácter impuro de la familia, que permanecería hasta la suffitio posterior al enterramiento y los sacrificios (de víctimas animales, vino, incienso, flores, etc.) ante los Lares familiares. A continuación comenzaba el velatorio. Cuando la familia podía permitírselo el cadáver, vestido con sus mejores galas, era dispuesto (collocatio) sobre un lecho funerario (lectus funebris) que velaban los deudos más cercanos, mientras plañideras profesionales (praeficae) lloraban al desaparecido y le dedicaban cánticos adaptados a sus méritos y virtudes (neniae), y se mesaban los cabellos, batiéndose el pecho o desgarrándose en gritos. Alrededor, guirnaldas y coronas de flores, antorchas, velones y lucernas, quema-perfumes, conjurando el aspecto más desagradable de la muerte, y algún flautista poniendo un toque musical a la lúgubre escenografía, por la que estaban llamados a desfilar los amigos y todos aquellos que quisieran ofrecer un último homenaje al fallecido o a su gens. Mientras tanto, se preparaba todo en la necrópolis para proceder a la cremación o la inhumación del cadáver. Antes del traslado (pompa funebris) un pregonero (praeco) anunciaba públicamente la ceremonia (funus indicere), y a partir de este momento se organizaba la procesión, que en ocasiones podía detenerse en el foro para que un familiar realizara la laudatio funebris del homenajeado, con él de cuerpo presente.
Cuando se trataba de una familia pudiente, la preparación del cuerpo para su exposición y los preparativos para el funeral eran generalmente confiados a empresas profesionales de pompas fúnebres (libitinarii) y a sus dependientes (pollinctores), que como oficios de carácter sórdido por su contacto permanente con la muerte y los cadáveres no eran dignos de hombres libres.
El feretrum solía ser portado por los hijos, los familiares más próximos, los amigos o los libertos, mientras los pobres de necesidad eran conducidos hasta su última morada por los vespilliones sobre un ataúd de bajo coste (sandapila). La cremación era efectuada por los ustores, y la excavación de la fosa correspondía a los fossores. Finalmente, los dessignatores eran maestros de ceremonias para las exequias de los ricos, hombres o mujeres. A ellos correspondería la última conclamatio, el acto ritual de abrir los ojos del cadáver, pues se consideraba nefasto “no mostrarlos al cielo”, y el encendido de la pira, con todos los presentes vueltos de espaldas, para no interferir en el misterio del instante mismo en que el alma abandonaba para siempre su soporte mortal. En cambio, la recogida de los restos cremados (ossilegium) —que eran regados con vino antes de ser introducidos en la urna— y su posterior sepultura correspondía a la propia familia, encargada también de inhumar el os resectum (generalmente un dedo, sobre el que se echaban tres puñados de tierra) cuando dicho rito fuese practicado. La muerte era tenida por algo funesto, y al término del ritual se hacía necesaria una purificación en profundidad, con agua y fuego (suffitio), de todo aquello que se había visto afectado por la misma (la familia y quienes habían tenido algún contacto con el cadáver).
Finalmente, los romanos encontraron en el funus publicum y la laudatio funebris una fórmula eficaz de honrar a sus ciudadanos más relevantes, dejando al tiempo constancia explícita de su agradecimiento y de la nobilitas de los homenajeados, mientras convertían su sepelio en una verdadera manifestación pública de duelo y de afirmación como grupo, posteriormente reforzada mediante la erección de estatuas que garantizaban al finado y a su familia el más preciado de los fines: la memoria. 
Se constatan en ciudades de primer rango, como Corduba, caput provinciae, este tipo de honores, de los que en Baetica se conocen ya una cincuentena de casos (frente los 9 de la Tarraconense y los 4 de la Lusitania, lo que da idea de la diferente idiosincrasia de las tres provincias).
[1] Monedas romanas, [2] Lucernas, [3] Ajuar funerario encontrado en la necrópolis romana (Museo de Arqueología de Cataluña) 
[4] Vasijas de cerámica y vidrio, siglo I (Sevilla).
1.3. Enumera los objetos que formaban parte del ajuar funerario, acompañando la descripción con fotografías de los mismos. Al romano le interesó siempre perdurar en el tiempo, rodearse en su tránsito al Más Allá de todas las garantías posibles y por eso, además del ritual y una tumba lo más sólida posible, se hizo acompañar con frecuencia de una o varias monedas para el pago del barquero Caronte; de recipientes con comida, agua, vino, leche, miel, o sangre; de lucernas con las que alumbrarse en el camino desconocido al otro lado; de amuletos y símbolos de todo tipo: de infancia, de género, de profesión, de estatus jurídico…; de adornos personales y elementos de prestigio; de ungüentos y perfumes; de instrumental o útiles de trabajo; de muebles, enseres, o animales que conformaron el universo particular de cada uno, al que tan complicado se hace renunciar para siempre…; y, también, de una profusa iconografía, en líneas generales muy tipificada, que iría evolucionando a lo largo del tiempo (hasta terminar en la mucho más conocida para nosotros de filiación cristiana), sin dejar de servir para ofrecerle compañía, protección, amparo, asideros o recursos a la hora de ganar la vida eterna.
1.4. Explica el significado de los siguientes términos en latín encontrados dentro del texto:

– Pomerium: Espacio de separación entre los vivos y los muertos, poblado de tumbas, quemaderos y fosas comunes, y frecuentado por gentes de mal vivir; a veces, por animales semisalvajes, que más de una vez se alimentaban de cadáveres mal enterrados: delincuentes, mendigos o desconocidos, arrojados sin demasiados miramientos a una fosa superficial, o abandonados a su suerte.
– Tabellae defixionum: Eran tablillas de plomo en las que magos, brujas y nigromantes contratados al efecto escribían al revés maldiciones, juramentos o fórmulas imprecatorias que hacían su efecto más devastador cuando eran incorporadas a tumbas de niños.
– Conclamatio: Clamor de la multitud. Protocolo funerario que se reproducía periódicamente hasta el momento mismo de la sepultura. Tal costumbre era expresión de la condición de funesta que afectaba a la familia desde el momento mismo del óbito, y arma eficaz contra las fuerzas del mal, disuadidas por los gritos.
– Fossores: A ellos correspondía la excavación de la fosa en la Roma antigua.
– Puticuli: Eran pozos o pequeñas cavernas, para quienes no podían costearse una tumba individual. Eran enterrados en estos depósitos funerarios, a la manera de fosas comunes.
– Libitinarii: Eran empresas profesionales de pompas fúnebres en la Roma antigua. Encargadas de amortajar y enterrar a los muertos.
LA MUERTE EN ROMA
PRIMERA / SEGUNDA PARTE
Seminario de Arqueología de Málaga 
II

2. Describir las tres construcciones que se observan en la reconstrucción, analizando las características constructivas, su utilidad y la ideología que subyace en su edificación.

Reconstrucción del complejo formado por el Mausoleo, el reloj solar y el Ara Pacis en el Campo de Marte (de Edmund Buchner, 1976). El Campo de Marte se utilizó para erigir templos y edificios públicos, de los cuales estas figuras son la mención literaria o bien un conjunto de ruinas.
Fig. 1. - La figura 1 corresponde a una estructura funeraria cuya monumentalidad remite claramente a la época imperial romana. Se trata del Mausoleo de Augusto (o de los Julios). Estrabón lo describió como una colina cubierta de árboles hasta la cima, con la estatua en bronce de César Augusto. Este carácter monumental debe encuadrarse dentro de un contexto cultural en el que el Imperio Romano se caracteriza por una forma de gobierno autocrática y la expansión de Roma en torno al Mar Mediterráneo. Bajo la etapa imperial los dominios de Roma siguieron aumentando, llegando a su máxima extensión durante el reinado de Trajano, abarcando desde el Océano Atlántico al oeste hasta las orillas del Mar Negro, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico al este, y desde el desierto del Sahara al sur hasta las tierras boscosas a orillas de los ríos Rin y Danubio y la frontera con Caledonia al norte. La república desaparece cuando, tras el asesinato de Cesar, Augusto vence a Marco Antonio y Cleopatra y es proclamado emperador, pasándose de la República al Imperio. Con Augusto se da el cenit militar y cultural del Imperio Romano. El mausoleo de Augusto es un imponente monumento funerario del siglo I a. C., de planta circular, ubicado en Roma.
El mausoleo comenzó a ser construido por Augusto en el año 29 a. C. a su vuelta de Alejandría, tras haber conquistado Egipto después de vencer a Marco Antonio en la Batalla de Actium del año 31 a.C. En su estancia en Alejandría había visto la tumba helenística de Alejandro Magno, probablemente de planta circular, en la cual se inspiró para la construcción de su propia tumba. El primer personaje enterrado fue Marco Claudio Marcelo, sobrino de Augusto, muerto en el año 23 a.C. Le siguieron Marco Agripa, Druso el mayor, Lucio César y Gayo César. Augusto fue enterrado en el año 14 d.C., seguido por Druso el menor, Livia y Tiberio. El último personaje en recibir sepultura fue Nerva, en el año 98 d.C. Su sucesor, Trajano fue incinerado y sus cenizas se depositaron en una urna de oro a los pies de la Columna Trajana. El que en otros tiempos fuera el lugar de enterramiento más importante de Roma, es ahora un terreno lleno de maleza y cipreses. Ha sufrido todo tipo de avatares a lo largo de los tiempos, siendo utilizado como viñedo, jardín, e incluso fortaleza medieval y plaza de toros en el XVIII. El monumento, concebido como una estructura circular, medía 87 metros de diámetro, tenía dos obeliscos en su entrada y estaba recubierto de mármol. El interior estaba repleto de pasillos concéntricos unidos entre sí y construidos en tierra y ladrillo, que albergaban las urnas con las cenizas de los miembros de la familia imperial. Sobre la sala central se elevaban dos tambores circulares superpuestos, que estaban cubiertos con tierra para formar una especie de colina con hermosos cipreses, como en las tumbas etruscas. Tapado finalmente por un techo cónico en cuya cima se alzaba la estatua del emperador. Había obeliscos de granito rosado en la entrada. Toda la estructura media unos 90 metros de diámetro y 42 metros de alto. Por un corredor se va de la puerta de entrada al interior de la tumba donde está la cámara con tres nichos que guardan las urnas doradas con las cenizas de la familia imperial. Durante el saqueo de Roma en el año 410 los visigodos asaltaron la tumba y robaron las urnas esparciendo las cenizas. Durante la Edad Media se fortificó el túmulo, al estilo del Mausoleo de Adriano-Castillo San Angelo y lo ocupó la familia Colonna. Cuando cayó en desagracia el fuerte fue desmantelado, el montículo revelado y entonces empezó la decadencia. En la década de 1930 fue abierto como sitio arqueológico.

Fig. 2. - El Reloj solar de Augusto (Horologium Augusti). Ya Plinio el Viejo (ca. 100 – 59 a.C. NatHist Lib. XXXVI, Cap. XIV) relata la historia del reloj solar en forma de obelisco que el emperador Augusto hizo construir en el Campo de Marte. Se hallaba en Roma y fue ordenado erigir en el 13 a.C. El Reloj solar de Augusto ocupaba una gran área que abarcaba la Piazza di S.Lorenzo en Lucina y la Piazza del Parlamento, localizándose concretamente en el Campo de Marte a escasos metros del Ara Pacis. El reloj solar consistía en una gran plaza circular realizada en travertino en cuya mitad superior se hallaba el cuadrante, realizado mediante incrustaciones de bronce. En el centro del círculo se situaba un obelisco, rematado por un globo de bronce, de forma que según la posición del sol, la sombra del obelisco se reflejaba en un lado u otro del cuadrante, mostrando el día del mes mediante la longitud exacta de la sombra proyectada a mediodía.
El propio Plinio en el año 70 d.C. refleja como el citado calendario llevaba varios años sin funcionar correctamente. El obelisco fue traído por Augusto de Heliópolis tras la incorporación de Egipto al Imperio romano. El obelisco se mantuvo en su lugar original hasta que se partió en algún momento entre el siglo VIII y XII, quedando enterrado en gran parte. No fue hasta 1748 cuando se recuperaron los restos del obelisco siendo restaurado y reconstruido a finales del siglo XVIII en la Piazza di Montecitorio. De la gran plaza circular de travertino con inscripciones en bronce, solo se conoce una pequeña sección de la línea del meridiano, descubierta por un equipo de arqueólogos alemanes encabezados por el investigador Edmund Buchner, dicha sección todavía es visible. Ya a fines del siglo I a. C., reinando en Roma el emperador Augusto, un ingeniero militar llamado Marco Vitruvio Polión escribió un tratado sobre arquitectura de la Antigüedad, dividido en diez libros que se titula De Architectura. Los primeros siete libros tratan de arquitectura, el octavo de construcciones hidráulicas, el noveno trata de la gnomónica y el décimo de la maquinaria. En el Libro IX, Capítulos VIII-IX describe un método geométrico para diseñar relojes de sol denominado analema.

Fig. 3. - El Ara Pacis Augustae (13 – 9 a.C.) Campo de Marte, Roma. Con las siguientes palabras Augusto transmitió en las Res Gestae, su testamento espiritual, la voluntad del senado de construir un altar a la paz, después de las gestas realizadas en el norte de los Alpes entre los años 16 y 13 a.C. “Cuando regresé a Roma de la Galia y de Hispania, bajo el consulado de Tiberio Nerón y Publio Quintilio, felizmente concluidas las empresas en aquellas provincias, el senado decretó que había que consagrar un ara a la paz augustea en el Campo Marcio y ordenó que en ella los magistrados, los sacerdotes y las vírgenes vestales celebraran cada año un sacrificio”. Se conmemoraba así la sumisión de los retios y los vindélicos, el control definitivo de los pasos alpinos, la visita a una Hispania finalmente pacificada, la fundación de nuevas colonias y la imposición de nuevos impuestos. La dedicatio del Ara Pacis, es decir, su inauguración, se celebró el 30 de enero de 9 a.C. Se escogió para ello el Campo Marcio septentrional, recientemente urbanizado.
El altar dedicado a la paz se encontraba justo en el centro de la vasta meseta en la que tradicionalmente se practicaban maniobras del ejército, de la caballería y, en tiempos más recientes, demostraciones gimnásticas de jóvenes romanos. La escultura romana del siglo I a.C. se mueve entre la admiración por el legado clásico del arte griego y el interés por hacer de la escultura un elemento de representación realista que pueda tener un aprovechamiento práctico. El comentario que nos ocupa se refiere al campo del relieve escultórico, realizado sobre un edificio singular, un altar que se levanta en Roma para conmemorar las campañas de Augusto que habían logrado establecer, después de tanto tiempo, una paz en el entorno romano, la Pax Augusta. En efecto, al regreso de Augusto de sus campañas en Hispania, contra los vascones, y en la Galia, el Senado decidió consagrar en el Campo de Marte el Ara de la Paz, donde sacerdotes, magistrados y vírgenes vestales debían realizar un sacrificio anual. Su localización coincidía con el posterior Mausoleo de Augusto y con el famoso Horologium Augusti o reloj de sol que utilizaba como aguja un obelisco. Se trataba por tanto de un altar a modo de pequeño templo, de forma rectangular, con el ara en el centro sobre un pedestal escalonado y un recinto murado rodeándolo con dos entradas, originalmente al Este y al Oeste (en la reconstrucción de 1938 en el norte y sur): el principal, con escalinata para los oficiantes, y el posterior para las víctimas. El Ara Pacis es el monumento en el que se plasma el programa ideológico augusteo mediante representaciones históricas, como la procesión sagrada, otras de carácter simbólico-mitológico, como el mito de los orígenes de Roma y otras puramente alegóricas como la representación de la Pax Augusta. El Ara Pacis ocupaba parte de un recinto, que englobaba también el Mausoleo y un gran reloj solar, en el que el ara ocupaba el lado oriental del cuadrante. Está rodeada por un recinto cuadrado, descubierto, con dos puertas abiertas sobre los lados menores, que apoya sobre un bajo podio accesible mediante una escalera de nueve peldaños.
III 
3. Analiza e interpreta las escenas de los relieves, integrándolas en el edificio al que pertenecen.

Las artes plásticas en la antigua Roma tuvieron, fundamentalmente, un carácter funerario y político. El relieve romano se caracteriza por su acusado sentido narrativo, pues describe acontecimientos concretos, por lo general, grandes hazañas históricas, sobre frisos arquitectónicos, arcos de triunfo y columnas; por otra parte posee un gran nivel técnico que permite expresar con detallismo variadas escenas y múltiples tipos humanos, así como la ficción del espacio en profundidad, y se rige por esquemas compositivos de gran dinamismo, variando los gestos y actitudes de los personajes.

El retrato y el relieve tienen como fundamento el realismo heredado de la escultura funeraria etrusca. El retrato inmortalizará la imagen de los emperadores en época imperial, y de otros personajes no menos influyentes como lugartenientes, herederos, amantes que igualmente han llegado hasta nosotros. El relieve por su parte, graba en la piedra para siempre hechos de armas, conquistas y campañas que fueron ampliando las fronteras del Imperio. En ambos géneros alcanzaron los artistas romanos un nivel de calidad técnica difícilmente igualable. En el caso del retrato destaca la perfección de los rasgos y de la fisonomía de los personajes, y algo más difícil de conseguir, su profundidad psicológica. En este sentido la tradición de las mascarillas con las que se obtenía la imagen precisa del difunto del que iba a realizarse su retrato funerario ya desde época etrusca, contribuyó mucho a perfeccionar las técnicas realistas del retrato romano. Las esculturas que decoran el Ara Pacis se concentran principalmente en el muro exterior y también en el ara de los sacrificios. El Ara Pacis es un altar que representa un cortejo con el emperador, miembros del Senado y vestales que ofrecen un sacrificio a los dioses con una decoración de motivos vegetales. En su exterior, el cercado se encuentra sobre una gran base marmórea, casi enteramente restaurada, dividida en dos registros decorativos: el inferior vegetal, el superior figurado, con representación de escenas míticas a los lados de las dos entradas y con un desfile de personajes sobre los otros lados. Entre ellos un haz de separación con un tema ampliamente reconstruido. Podrían distinguirse cuatro grupos escultóricos: los dos frisos externos con el desfile procesional; los cuatro relieves alegóricos que flanqueaban las dos puertas; el zócalo corrido externo, con roleos y acantos; y el friso interno, con bucráneos y guirnaldas. En la parte inferior se representan formas vegetales y frutales: guirnaldas con espigas de trigo, manzanas, peras, granadas, higos, bayas, nueces, uvas, frutos silvestres, etc. También roleos (motivos vegetales enrollados) clásicos, con sus caulículos (o tallos), florones, tallos, palmetas, hojas y flores, sin que faltaran los bucráneos (cráneos de buey), importantes en este contexto pues el sacrificio dedicado a la Pax en este Ara eran dos bueyes. Aparecen también cisnes alusivos al dios Apolo, así como las figuras de Eneas y Rómulo flanqueando las puertas, en alusión a la renovación de Roma conseguida por Augusto. Todo en una cierta maraña compositiva que nos hace pensar en el horror vacuii.
Fig. 1. - Imagen de Roma y de Tellus (lado oriental del Ara Pacis. Alberga una alegoría). Roma y Tellus (tierra fecunda) coronada de espigas, con dos niños en el regazo, rodeada de frutos y ganado y flanqueada por la personificación de la brisa terrestre y marina. Representación de la Tellus, la Tierra Madre, es decir, según una distinta interpretación, Venus, madre divina de Eneas y progenitora de la Gens Iulia, a la cual pertenece el mismo Augusto. Una ulterior lectura interpreta esta figura central como la Pax Augusta, la Paz, que da el nombre al Altar. La diosa se sienta sobre las rocas, vestida con un ligero quitón. En la cabeza velada, una corona de flores y de fruta. A sus pies, un buey y un carnero. La diosa sostiene a sus lados dos niños, uno de los cuales atrae su mirada brindándole una manzana. En su vientre, un racimo de uva y de granados, completan el retrato de la divinidad progenitora, gracias a la cual prosperan hombres, animales y vegetación. A los lados del panel dos jóvenes mujeres, las Aurae verificantes, la una sentada sobre un dragón marino, la otra sobre un cisne, símbolo respectivamente de los vientos benéficos del mar y de la tierra.
Fig. 2. - Rómulo y Remo (lado occidental del Ara Pacis. Alberga una alegoría). Parte de una escena de Rómulo y Remo y del sacrificio ofrecido por Eneas a los dioses Penates al llegar al Latium. A la derecha de la frente del cercado se ve el relieve que representa a Eneas, ya allá con los años, que sacrifica a los Penados y por lo tanto se retrae como sacerdote con la cabeza cubierta, en el acto de hacer una ofrenda sobre el altar rústico. La parte final del bloque derecho se ha perdido, pero seguramente sustentaba una pátera, una copa ritual, como se deduce por la presencia de un joven asistente del ritual (camillus) que lleva una bandeja con fruta y panes y una jarra en la mano derecha. Un segundo asistente al ritual empuja una cerda hacia el sacrificio, probablemente en el lugar mismo en el cual se fundará la ciudad de Lavinium si se interpreta la escena a la luz del VIII libro de las Eneidas. Recientemente, en cambio, se ha hipotetizado que el personaje que sacrifica sea Numa Pompilio, el segundo de los siete reyes, que en el propio Campo Marcio celebró un sacrificio para la concordia entre Sabinos y Romanos, en ocasión de la cual se sacrificó una cerda.
Fig. 3. - Diosa Roma (lado oriental del Ara Pacis. Alberga una alegoría). Sobre el panel de la derecha se conserva un fragmento del relieve de la diosa de Roma. La imagen representada ha sido completada con la argamasa. Está sentada sobre un trofeo de armas, y esto nos indica que podría ser la diosa de Roma, cuya presencia tiene que leerse en estrecha relación a la de Venus- Tellus, ya que la prosperidad y la paz están garantizadas por Roma victoriosa. La diosa está representada como una amazona: la cabeza con el yelmo, el seno derecho desnudo, el cinturón de cuero que cruza el busto sustenta una corta espada y un asta en la mano derecha. Muy probablemente formaban parte de la escena las personificaciones de Honos y Virtus, colocados a los lados de la diosa, con las semblanzas de dos jóvenes divinidades masculinas.
Fig. 4. - En el registro superior (lado oeste) observamos que sobre el lado izquierdo de la fachada del recinto, se conserva un panel con la representación del mito de la fundación de Roma: Rómulo y Remo vienen amamantados por la loba a la presencia de Fáustulo, el pastor que adoptará y crecerá los gemelos, y de Marte, el dios que los había engendrado juntándose con la vestal Rea Silvia. Al centro de la composición se representa el higo ruminal, debajo del cual vinieron amamantados los gemelos. Sobre el árbol se pueden distinguir las garras de un pájaro, que en el año 1938 fue completado como un águila, pero tal vez se trate de un pájaro carpintero que, como la loba, es sagrado para Marte. El dios está representado en su rol de guerrero, con lanza, yelmo crestado decorado con un grifo y coraza sobre la cual se distingue la cabeza de una Gorgón.
Describe los siguientes frisos, intentando identificar a los personajes reales de la familia imperial y explicando su relación con Augusto. Identifica también a los sacerdotes y funcionarios que acompañan a la familia imperial y explica cuáles eran sus funciones. Deben ser ubicados en el edificio y explicarse su significado.

Friso n.º 1. Representación de la procesión de los Quirites (friso norte) Ara Pacis Augustae. Los frisos superiores del Ara Pacis representan, al modo de las procesiones de las Panatheneas, a Augusto encabezando un cortejo donde le acompañan su familia al completo, mecenas, amigos, colaboradores, los miembros del Senado, los sacerdotes, los magistrados, las vírgenes vestales, etc., de camino al sacrificio que honrara la paz y a sus dioses Jano y Pax. Al primero se le ofrece un carnero, al segundo dos bueyes. Su solución plástica trata en primer lugar de rellenar obsesivamente todo el espacio, pero con una técnica narrativa, clara, de técnica precisa y nítido realismo, donde el nivel del relieve marca la perspectiva. Así las figuras del primer plano se representan el alto relieve mientras que las de segundo y tercer plano se realizan en medio y bajo relieve. Las actitudes de los personajes varían entre sí, lo que otorga ritmo compositivo y movilidad a la composición, a pesar del número de personajes. Se pierde así el sentido procesional griego, pero se gana en ritmo y plasticidad. En cualquier caso, la representación es sumamente elegante. No sólo se respeta minuciosamente el protocolo familiar y político de la procesión, sino que toda ella discurre pausada y ordenadamente. Con sus togas majestuosas y sus poses sosegadas. Aunque está clara su influencia fidiaca de las Panatheneas, lo cierto es que aquí es diferente la composición, la técnica, el ritmo del relieve y la individualidad de los personajes. El relieve, sorprende por su detallismo y precisión en el modelado; su ritmo compositivo, producto de una enorme variedad de soluciones plásticas en posturas, disposiciones, composiciones, etc., en la obra; y su capacidad perspectiva mediante la técnica, el schiacciato: una técnica que a través del diferente volumen con el que sobresale el bulto de cada parte del relieve, propicia la ilusión óptica de diferenciar varios planos de profundidad o de perspectiva. Con todo ello se alcanza además un nivel técnico en la expresión narrativa caracterizado por su amenidad, pero también por su claridad y precisión.
En el lado Este (lados norte y sur, respectivamente) se representan multitud de personajes, que se mueven de izquierda a derecha; entre ellos aparecen sacerdotes, asistentes al culto, magistrados, hombres, mujeres y niños, cuya identidad histórica se reconstruye solamente por vía hipotética. La acción cumplida en el desfile no es del todo cierta: según algunos expertos, la escena representa el reditus Augusto, es decir la ceremonia de acogida en honor del princeps de regreso de su larga estadía en Galia e Hispania; según otros, representa la inauguratio de la misma Ara Pacis, es decir la ceremonia a lo largo de la cual, el año 13 a.C., se procedió a delimitar y consagrar el espacio sobre el cual habría surgido el altar.
El cortejo, en ambos lados del cercado, se abre con los litores, seguidos por los miembros de los máximos colegios sacerdotales y por los cónsules. Después empiezan a desfilar los miembros de la familia de Augusto. En el lado Sur, se ha reconocido con certeza al propio Augusto, coronado con el laurel, y los cuatro flamines mayores, sacerdotes con el característico sombrero con punta metálica, Agripa, representado con la cabeza cubierta por la extremidad de la toga y con un rollo de pergamino en la mano derecha y finalmente el pequeño Gaio César, su hijo, que se agarra al traje paterno. Agripa es el hombre fuerte del Imperio, amigo y gens de Augusto, el cual se ha casado, en segundas bodas, con la hija del emperador, Giulia. Es además padre de Gaio y Lucio César, adoptado por el abuelo y destinados a sucederle en el mando. Gaio parece dirigirse hacia la imagen femenina que lo sigue, en la cual normalmente se reconoce a Livia, la esposa del Princeps, representada con la cabeza velada y la corona de laurel que hacen de ella una figura de alta clase.

Según una interpretación más reciente, esta figura debería identificarse con Giulia, que en esta ocasión aparecería siguiendo el marido y su primogénito Gaio. En la imagen masculina que sigue se reconoce generalmente a Tiberio, aunque esta identificación se pone en duda considerando el hecho que el personaje viste calzados plebeyos, particular que no se le da a Tiberio, descendiente de una de las familias romanas de la más antigua nobleza. A Tiberio le sigue un grupo familiar, probablemente formado por Antonia Minore, nieta-sobrina de Augusto, por su marido Druso y por su hijo Germánico. Druso es el único retrato con trajes militares, la característica paludamentum: de hecho en el año 13 a.C. él se encontraba empeñado en luchar con las tribus germánicas al este del reino. Sigue un segundo grupo familiar, verosímilmente formado por Antonia Majior, sobrina de Augusto, por su esposo Lucio Domizio Enonarbo, cónsul en el 16 d.C., y por sus hijos Domicia y Gneo Domizio Enobarbo, futuro padre de Nerón.
En el lado Norte (iniciando la lectura a partir del lado izquierdo, entre los personajes que desfilan) ha sido reconocido Lucio César, segundogénito de Agripa y Giulia, él también adoptado por Augusto. Aquí está representado como el más pequeño de los niños, conducido de la mano. La figura femenina velada que sigue podría ser la madre de Giulia, hacia la cual se dirigen las miradas de los que la rodean. Muchos, en cambio, creen que Giulia tendría que ser reconocida en el otro lado del cortejo, en el lugar de Livia que la sustituiría sobre este lado.
La figura femenina colocada detrás de Giulia/Livia, se reconoce generalmente como Octavia Minore, hermana de Augusto. Entre las dos mujeres se evidencia en primer plano la imagen de un joven, reconocido como tercer hijo de Agripa y de la primera esposa Marcella Majior. A la espalda de Octavia es bien visible la pequeña Giulia Minore que como nieta de Augusto, goza del derecho de aparecer por primera entre las niñas presentes a la ceremonia. Queda en cambio muy dudosa la identidad de las imágenes a espaldas de la pequeña Giulia. En el interior del lado izquierdo se distinguen las vestales, seis en total, representadas con la cabeza cubierta: son las vírgenes nombradas por el Pontifex maximus, el más alto cargo sacerdotal, seleccionadas entre las jóvenes aristocráticas de entre los seis y diez años de edad, las cuales se responsabilizaban de guardar el fuego sagrado durante 30 años. Aquí las vemos en el curso de la ceremonia acompañadas por los ayudantes. Del friso delante de las vestales, nos queda un fragmento con dos figuras, la primera de las cuales representa a un sacerdote, un flamen, mientras que en el personaje que sigue se ha querido reconocer al mismo Augusto, a lo mejor representado en el rol de Pontifex maximus, cargo que asumió en el año 12 a.C., mientras el Ara Pacis se estaba construyendo.

Friso n.º 2. Ara Pacis Augustae, Roma, 13-9 a.C. Cortejo de senadores

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MARTÍN RUIZ, J. A., “Los fenicios y el Estrecho de Gibraltar”, Aljaranda 76 (2010). pp. 4-13. La fundación por parte de los colonizadores fenicios de una tupida red de asentamientos a ambos lados del estrecho de Gibraltar propició que, con el paso de los siglos, éstos configuraran un área con personalidad propia diferenciada de otras zonas donde también estuvo presente esta colonización, sobre todo las situadas en el Mediterráneo central y en especial de Cartago, su colonia más próspera y afamada. Según cuenta el geógrafo griego Estrabón (III, 5, 5,)  recogiendo una narración de Posidonio de hacia el 100 a. C., la llegada de navegantes fenicios venidos desde el otro extremo del Mediterráneo estuvo motivada por una orden dada por un oráculo en la ciudad de Tiro, de tal forma que emprendieron un primer viaje que les llevó hasta Sexi, la actual Almuñécar, si bien como los augurios realizados no fueron favorables, su alternativa fue regresar. 
VAQUERIZO GIL: “De la agonía al luto. Muerte y funus en la Hispania romana”, en PACHECO JIMÉNEZ, C. (Coord.), La Muerte en el tiempo. Arqueología e Historia del hecho funerario en la provincia de Toledo, Talavera de la Reina, 2011. Para el romano de cualquier época lo más importante fue siempre morir con dignidad, tener acceso al ritual necesario y a una tumba en la que reposar sus restos (que precisamente por ello pasaba a ser locus religiosus; Digesto) , porque si un difunto no era enterrado conforme mandaban los cánones, garantizando su regreso a la tierra, su alma se veía condenada a vagar por los siglos de los siglos, robándole el descanso merecido . Estas razones explican que toda familia, por respeto o por piedad (también por miedo), entendiera como un deber incuestionable dotar a sus difuntos del ceremonial, la sepultura y el ajuar más decorosos posibles; y si no se tenía dinero con que comprar el terreno suficiente para la inhumación, o un nicho en el que depositar la urna con los restos cremados, muchos no tenían reparos en usurpar la tumba de otra persona, a pesar de que ésta hubiera tomado la precaución de fijar por escrito y de manera explícita sus dimensiones (indicatio pedaturae), en fachada (in fronte) y en profundidad (in agro), o sus disposiciones testamentarias. 
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ZARZALEJOS PRIETO, M.; GUIRAL PELEGRÍN, C.; SAN NICOLÁS PEDRAZ, M. P.: Historia de la cultura material del mundo clásico. Col. Unidad Didáctica, Uned. Madrid, 2010. 516 pp. A lo largo de sus páginas se analizan las culturas clásicas mediterráneas con una perspectiva puramente arqueológica, esto es, a partir de la caracterización e interpretación de los diferentes ítems que conforman las realizaciones materiales de estas sociedades que son susceptibles de ser conocidas y analizadas mediante la aplicación del método arqueológico. El marco metodológico y conceptual de este trabajo parte del concepto de Cultura Material, entendiendo que en él se integran no sólo los elementos con valores “estéticos” o “monumentales”, sino todo el conjunto de objetos y elementos producidos por estas sociedades, así como las prácticas ideadas por éstas para producirlos, distribuirlos, usarlos, desecharlos o reutilizarlos. 
GUIRAL PELEGRIN, C.; ZARZALEJOS PRIETO, M.: Historia de la Cultura Material del Mundo Clásico (Addenda) UNED. UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACION A DISTANCIA, 2010. 217 pp. Este libro se ha diseñado como herramienta complementaria de aprendizaje para la preparación de la asignatura Historia de la Cultura Material del mundo clásico. Sus contenidos pretenden ofrecer al estudiante un marco de referencia que le ayude a contextualizar algunos aspectos puntuales de la materia que compone el programa oficial de la asignatura. Este marco de referencia está integrado por diversos tipos de material didáctico. El primero de ellos adopta la forma de comentarios sobre una serie de asuntos seleccionados por el Equipo Docente. El segundo está integrado por una selección de imágenes comentadas sobre cada una de las lecciones incluidas en el temario. El tercer grupo de materiales está conformado por documentos de carácter práctico como son los test de autoevaluación. 
ROBERTSON, M. El arte griego. Alianza, Madrid, 1985. La publicación en 1975 de la monumental History of Greek Art marcó un hito en los estudios sobre el arte clásico, la síntesis de ese libro, realizada por el propio Martin Robertson con la finalidad de ampliar el círculo de sus posibles lectores, conserva la profundidad del análisis y el inteligente uso de la erudición que caracterizan a la versión original. Orientada según criterios básicamente pedagógicos, esta edición abreviada reduce el número de las obras estudiadas pero respeta la primitiva distribución de capítulos. Así, El arte griego permite seguir, en un orden básicamente cronológico, la apasionante andadura de la tradición artística griega, desde su nacimiento en los oscuros tiempos prehelénicos (los períodos geométrico y orientalizante) hasta su «barroquización» en el período helenístico, pasando por el arte arcaico maduro, el momento clásico y su evolución a lo largo del siglo IV. 
FATÁS, G. y BORRÁS, G. M., Diccionario de términos de arte y elementos de arqueología, heráldica y numismática. Col. El Libro de Bolsillo, Alianza Editorial, Madrid, 1990. Esta obra recoge además del vocabulario utilizado en los ámbitos de la escultura, la pintura, la arquitectura y las artes decorativas; los términos propios de una gama de ciencias auxiliares como son la numismática y la heráldica. El objetivo de esta obra es que el estudiante que accede a la Universidad adquiera los conocimientos básicos sobre la evolución del arte a lo largo de la historia, desde la Prehistoria hasta el siglo XX, a través de la terminología y los elementos propios del arte de cada período. Asimismo el estudiante aprenderá el contexto histórico, las características principales de cada periodo artístico y sus obras más representativas, en arquitectura, escultura o pintura. En algunos temas, sin embargo, se encontrarán otro tipo de manifestaciones artísticas (vidrio, cerámica, orfebrería, instalaciones, etc…) que por su importancia en ese momento no pueden ser obviadas. Con estos conocimientos, el estudiantes deberá ser capaz de desarrollar cualquiera de los temas que estudiará en las asignaturas con brevedad, orden y coherencia.
BIBLIOTECA DE LA UNED. Guía de uso de los servicios bibliotecarios para estudiantes [en línea]. [Consulta: 13 de abril de 2013]. Disponible en la web: http://www.uned.es/biblioteca/tutorial_uso_etico/citar.htm
GALERÍA ANTIQVARIA. Términos artísticos [en línea]. [Consulta: 13 de abril de 2013]. Disponible en web: http://www.antiqvaria.com/Comunes/Diccionario.asp?SrcCat=DIC&Tipo=0&Categoria=c
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Arqueología Historia de la Cultura Material del Mundo Clásico analiza las culturas clásicas mediterráneas con una perspectiva puramente arqueológica, a partir de la caracterización e interpretación de los diferentes items que conforman las realizaciones materiales de estas sociedades, susceptibles de ser conocidas y analizadas mediante la aplicación del método arqueológico. Su marco metodológico y conceptual parte del concepto de Cultura Material, entendiendo que en él se integran no sólo los elementos con valores “estéticos” o “monumentales”, sino todo el conjunto de objetos y elementos producidos por estas sociedades, así como las prácticas ideadas por éstas para producirlos, distribuirlos, usarlos, desecharlos o reutilizarlos. Estudia, contextualiza y secuencia la historia de las sociedades clásicas del ámbito mediterráneo desde la óptica de su cultura material.