El rey de los Alisos, de Michel Tournier

TOURNIER, Michel. El rey de los Alisos. Premio Goncourt de Novela. Vol. VIII. PLAZA & JANÉS Editores, S.A. Barcelona. 1980. (3.ª ed.) Trad. J. Ferrer Aleu. Impresión, a cargo de GRÁFICAS GUADA, S. R. C., Virgen de Guadalupe, 33, Esplugues de Llobregat, Barcelona.
EL REY DE LOS ALISOS
El rey de los Alisos (Der Erlkönig, en alemán) —comúnmente llamado El rey de los elfos— es un poema compuesto originalmente por Goethe como parte de la balada operística Die Fischerin (La pescadora, 1782). Numerosos compositores clásicos han utilizado el poema como texto para lieder. De estos, el más famoso es indudablemente el de Franz Schubert, en su op. 1 (D. 328). Ha habido varias adaptaciones (al menos 22), como las de Johann Friedrich Reichardt, Carl Friedrich Zelter, Robert Schumann, Hugo Wolf, Ludwig Spohr y Johann Carl Gottfried Löwe. El propio Beethoven intentó musicalizar el poema pero finalmente desistió.
LOS PREMIOS GONCOURT 
El rey de los Alisos (Le Roi des Aulnes, en francés) es también una conocida novela con la que Michel Tournier obtuvo el Premio Goncourt en 1970. Libro de difícil lectura, no tanto por su extensión (unas 400 páginas) como por los datos y hechos históricos que presenta el texto: acontecimientos de la Primera Guerra Mundial que obligan al lector a desplazarse geográficamente hacia el noroeste de Europa, llegando a saturar al lector con personajes y citas geográficas acerca de numerosos nombres de lagos, ríos, montañas, poblaciones…, citas histórico-culturales que pertenecen al pasado, a la antigua Prusia y a los estados bálticos de la extinta Unión Soviética (Estonia, Letonia y Lituania), que fueron conquistados y defendidos por órdenes militares religiosas (católicas) como la de los Caballeros Teutones y Los Antiguos Caballeros de las Espadas. Pese a ello, la lectura resulta satisfactoria. No obstante, el libro lo leí por vez primera hace años, cuando aún no entendía el gran significado que poseían las Guerras Mundiales o las referencias a obras y a personajes tan importantes de nuestra cultura. En esta novela el autor identifica a El rey de los Alisos (Der Erlkönig, en alemán) con su protagonista, Abel Tiffauges, y con la gente alemana durante la Segunda Guerra Mundial en el gusto deliberado de los nazis por escoger a jóvenes para enviarlos a morir en la batalla. El Ogro (1996), una película dirigida por Volker Schlöndorff y protagonizada por el actor John Malkovich, es una adaptación de esta historia. El poema de Goethe también fue adaptado (más bien reinventado) por la banda alemana Rammstein en su canción Dalai Lama.
EL POEMA Y LA LEYENDA
Der Erlkönig (Albert Sterner, 1910)
Por un lado existe el poema y, por otro, la leyenda. Más tarde, por supuesto, el libro. El poema comienza dando la impresión de que el niño simplemente está padeciendo una vaga y no especificada dolencia, y ve la muerte como producto de su imaginación. Al avanzar la lectura del mismo, éste toma un tono más oscuro para terminar con la muerte del pequeño. Según relata Eckermann, en su obra Conversaciones con Goethe; una noche de enero de 1780 en que éste se encontraba visitando a un amigo, una figura oscura cargando un bulto en sus brazos fue vista cabalgando hacia las puertas de la ciudad a gran velocidad. Al día siguiente Goethe y su amigo se informaron de ello y descubrieron que se trataba de un granjero que llevaba a su hijo enfermo al doctor. Este incidente, junto con la leyenda El rey de los elfos (de la que hablamos a continuación) servirían probablemente de inspiración a Goethe. La leyenda El rey de los elfos parece haberse originado en tiempos relativamente recientes en Dinamarca. Goethe basó su poema en Erlkönigs Tochter (La hija del rey de los elfos), una obra danesa traducida al alemán por Johann Gottfried Herder y, más tarde, al castellano por Fernando Pérez Cárceles para sus Lieder de Schubert. Su título Erlkönigs Tochter apareció por vez primera en la colección de canciones folclóricas de Herder, Stimmen der Völker in Liedern (publicada en 1778).
La naturaleza de “El rey de los elfos” está sujeta a debate y a diversos estudios. El nombre se traduce literalmente del alemán como El rey de los Alisos, a diferencia de la traducción El rey de los elfos (la cual sería en alemán Elfenkönig o Elbenkönig). Se ha dicho que “Erlkönig” es una mala traducción hecha del danés “ellerkonge” o “elverkonge” la cual sí quiere decir “rey de los elfos”. De acuerdo con el folclore alemán y danés El rey de los elfos aparece como presagio de la muerte, parecido a la Banshee en la mitología irlandesa, pero a diferencia de ésta, El rey de los elfos sólo se le aparece a la persona que va a morir. Su forma y expresión le dicen a la persona qué tipo de muerte tendrá: una expresión de dolor significará una muerte dolorosa mientras que una expresión pacifica una muerte tranquila. Otra interpretación sugiere que cualquiera que toque a El rey de los elfos debe morir. Algunos lectores, al visualizar al padre llevando a su hijo asumen que el niño necesita ayuda médica pero la caracterización del poema hace una suposición un tanto ambigua, en la que el pequeño quizá podría estar sano o no antes de presentarse El rey de los elfos
EL REY DE LOS ALISOS
EL POEMA DE GOETHE

¿Quién cabalga tan tarde en la noche y el viento?
Es un padre con su hijo.
Estrecha en sus brazos al pequeño.
Le da calor y le protege.

— ¿Por qué, hijo mío, escondes tu rostro asustado?
— Padre, ¿no ves al Rey de los Alisos,
el Rey de los Alisos con su corona y su manto?
— Hijo mío, es un jirón de bruma.

— Ven niño querido, ¡partamos juntos!
¡Qué hermosos juegos jugaré contigo!
¡Cuántas flores esmaltan la ribera!
Mi madre tiene bellos vestidos de oro.

— Padre, padre ¿es que no oyes
lo que el Rey de los Alisos me promete en voz baja?
—  Calma, tranquilízate, hijo mío;
es el ruido del viento en las hojas secas.

— Gentil muchachito, ¿quieres venir conmigo?
Mis hijas te cuidarán amablemente.
Son ellas quienes rigen la ronda nocturna;
ellas te mecerán con sus danzas y cantos.

— Padre, padre, ¿no ves allá abajo,
bailar en la sombra a las hijas del Rey de los Alisos?
— Hijo mío, hijo mío, bien que lo veo:
esas sombras grises son viejos sauces.

— Te quiero, tu hermoso cuerpo me tienta.
Si no consientes, ¡te forzaré!
— Padre, padre, ¡mira que me agarra!
¡El Rey de los Alisos me hace daño!

El padre se estremece, espolea al caballo,
aprieta contra su pecho al niño que gime.
Con grandes esfuerzos, llega a la granja.
En sus brazos el niño está muerto.

Traducción al español del original alemán por J. Ferrer Aleu

EL REY DE LOS ALISOS, DE MICHEL TOURNIER

I
Para no ser un monstruo, uno tiene que parecerse a sus semejantes, ser según su especie o, incluso, estar hecho a imagen de sus padres. O bien tener una descendencia que le convierta en el primer eslabón de una especie nueva. Pero yo parezco un monstruo y los monstruos no se reproducen (p. 118). 
Finales de los años 30 del siglo XX. Abel Tiffauges (Herr Tiefauge, “ojo lacrimoso, ojo profundo y de órbita hundida” p. 385) tiene una miopía que le obliga a llevar unas gafas de cristales grotescos, es alto y fornido hasta el miedo, tiene una depresión en mitad del pecho, denominada «embudo esternal», es un ogro que viene de la noche de los tiempos… El libro se divide en seis partes. En la primera de ellas, Escritos siniestros de Abel Tiffauges, el protagonista se presenta a sí mismo de la siguiente manera:
Creo que broté de la noche de los tiempos. Me llamo Abel Tiffauges, tengo un garaje en la plaza de la Porte-des-Ternes, y no estoy loco… (ibíd.)
No obstante, Abel Tiffauges no puede comprenderse si no se sabe quién es Nestor (un chico del internado de San Cristóbal en quien Tiffauges hallará el amparo y a quien el lector deberá conocer, por cuenta propia, a través de los “Escritos siniestros”, del Diario-Memoria que el protagonista escribe con la izquierda, durante casi toda la primera parte de la historia). Tiffauges arregla automóviles por la mañana y por las tardes… sigue a la pequeña Martine a quien incluso acompaña a casa en varias ocasiones (de esto nos enteramos ya hacia el final de esta primera parte). Para él, hombre educado exclusivamente entre muchachos, en «San Cristobal», las niñas son terra incognita que arde en deseos de explorar. Tiffauges graba el coro perfecto que surge de los patios de los colegios, odia Francia, esa patria heterogénea, diluida, odia todas las iglesias del mundo. Sólo cree firmemente en la parábola de San Cristóbal, el santo que porta la antorcha del Destino. Su realidad son signos, pistas, señales sublimes de la misión que debe llevar a cabo. Abel se identifica con el pastor (págs. 146-148), signo de los pueblos migratorios, judíos y gitanos principalmente. Mientras que Caín, el labrador, representa los pueblos que asentados en un territorio detentan el poder y lo ejercen de manera opresora. Las referencias bíblicas, tanto al Antiguo como al Testamento Nuevo, no son las únicas referencias literarias que aparecen en este libro. Encontramos en este relato, por ejemplo, referencias a La trampa de oro de James Oliver Cruwood (p. 151), La leyenda dorada de Jacobo de Vorágine (donde se explica la vida de San Cristóbal, centro del jeroglífico de signos y símbolos tras el que se velan los sentimientos de Abel Tiffauges, ambiguos y muy al límite de lo que sería una conducta normal, p. 155). La historia del barón de los Adrets (p. 163) quien descubrió la euforia cadente en una cacería observando como caía uno de sus soldados en su lucha con un oso tremendo, y que a partir de esa fecha asesinó a muchos de sus criados obligándoles a danzar con los ojos cerrados al borde de precipicios. De los Ensayos de Montaigne (p. 169) se recoge la anécdota referente al portugués del siglo XV Alfonso de Albuquerque quien hallándose en el mar y en grave peligro, cargó a hombros a un niño, con el único fin de que su inocencia le alcanzase el favor divino. Su aceptación en el ejército acelera su transformación, con la aparición de un rasgo más dentro de la asumida condición de monstruo que posee: su desaforada apetencia por la carne.
Me gusta comer carne porque amo a los animales. Creo que incluso sería capaz de degollar con mis manos y de comer con afectuoso apetito un animal criado por mí y que hubiese compartido mi vida. Incluso los comería con un apetito más consciente, más profundo, que el que me inspira una carne anónima, impersonal (p. 186).
También la biografía reflejada en el Diario de Tiffauges se aproxima al hecho histórico de la Primera Guerra Mundial. Por aquel entonces nuestro protagonista desarrollaba su vida de oscuro mecánico en una alternancia entre una existencia sin sentido y la oscilación depresión-desesperación. Un accidente fortuito en el garaje le lleva a reencontrarse con su vocación extraviada: la alegría de llevar en brazos a un niño (p. 194). Y busca en los mitos de la tradición grecolatina a sus iguales: Atlas (p. 197) que sujetaba el mundo, Heracles (p. 202) que portaba a su hijo Télefo sentado en su brazo izquierdo, Hermes de Praxíteles (p. 203) que sentaba al niño Baco en su brazo izquierdo, Cristóbal y Albuquerque (p. 205). Otra magnífica referencia la hallamos el 15 de noviembre de 1938, cuando Tiffauges asiste a la Ópera donde se representa el Don Juan de Mozart. Sus pecados resuenan en su interior a la par que Leporello exhibe la lista de desmanes que su señor, Don Juan, ha perpetrado impunemente y como éste sabe que le aguarda un castigo, una condena en las tinieblas. Cuentos como el Pinocchio de Collodi, o los de Perrault, Carrroll, Busch… no son para Abel Tiffauges sino historias abominables, verdaderos tormentos literarios y sus autores, no más que unos sádicos. Retoma Tiffauges su Diario el 2 de marzo de 1939, a raíz del proceso a Weidmann por el asesinato de varios hombres (aún nos hallamos en la primera parte). Tiffauges no sólo sigue el desarrollo del proceso sino que busca similitudes con el supuesto criminal. Se identifica con lo criminal porque en cierto modo, en su interior, se está desarrollando un proceso que le hace sentir culpable (al acudir a la salida de los colegios en su viejo «Hotchkiss» para grabar con su magnetófono y fotografiar con su cámara a las niñas). El objetivo de la cámara se convierte en un sexo enorme capaz de poseer la imagen, de atrapar y poseer. Se siente culpable de las interpretaciones de todo lo que ve. Cualquier escena de la vida humana es reinterpretada a través de su mente, distorsionada, por su obsesión sexual.
II
En la segunda parte del libro, Las palomas del Rin, Abel Tiffauges suelta ya sus garras de ogro. Nos encontramos a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, con un Tiffauges convertido en soldado del 18.º Regimiento de telegrafistas (tras ser sobreseído el caso por un delito del que se le acusaba).
Francia se ha movilizado. La guerra va a estallar de un momento a otro. He visto que estará usted entre los primero llamados a filas. Al fin y al cabo, no ha confesado nada…(p. 247)
Se halla, pues, el protagonista en un escenario tan peligroso para los locos como para los escritores fascinados. Es un 6 de septiembre de 1939. Su afición por el lenguaje y la interpretación de los signos continúan durante su vida en el ejército. Primero como radiotelegrafista, después como encargado de un palomar de palomas mensajeras. Se ayuda del Manual para uso de los aspirantes al título de colombófilo militar, del capitán Castagnet (p. 256). A partir de ese momento su instinto depredador se manifestará en la tarea de requisar las palomas más hermosas del entorno, sin tener en cuenta los sentimientos de los propietarios. Así se hizo con una paloma plateada y dos gemelas y completó su cuadrilla con un pichoncillo negro en el que puso toda su ternura. Perdida la batalla, el coronel le elige, junto con otros dos para formar un grupo de salvación y él se lleva consigo sus cuatro palomas. Le ordenan que salga en busca de comida y mientras tanto, cocinan sus palomas. A su regreso se encuentra con el asalto de los alemanes, coge las palomas cocinadas y envueltas en un plástico y huye con el pichón negro que es el único que le queda con vida. Cenó secretamente la carne de sus palomas. El día siguiente fue enviado hacia Alemania.
III
En la tercera parte (Hiperbóreo), un viaje hacia Europa del este, en pos de la noche inmemorial de El rey de los Alisos, le llevan a un campo de prisioneros donde les obligan a vivir hacinados en barracones y donde la única sensación de libertad, de autonomía, eran los momentos de soledad de la noche durante los cuales les permitían salir a defecar.
Les habían hacinado, a razón de sesenta hombres por vagón, en un tren asmático que se paraba y maniobraba a cada instante… (p. 277)
En una de esas salidas descubrió una especie de zanja cubierta de juncos que le condujo a una cabaña del bosque, utilizada por uno de los guardias forestales de la zona solo de tarde en tarde. Para él aquel reducto de intimidad y silencio constituye un mundo al que denomina “Canadá”. Allí comienza a pasar las noches, y sin apenas ser notada su ausencia retornaba de madrugada. Este lugar atrae también a un alce ciego (unhold) que de noche golpea la puerta de la cabaña a la espera de que Tiffauges abra y le obsequie con algo de comida. Una de esas noches acude el guarda forestal quien descubre a Tiffauges y tras hablar con él y ver sus atenciones con el alce, decide no denunciarle. Aquí hace su aparición el conocido poema de Goethe, El rey de los Alisos (p. 309), recitado por uno de los personajes de la historia, el profesor Keil, un antropólogo destinado a los pantanos de Walkenau por el hallazgo en las turberas de un cadáver que se remonta a nuestros antepasados.
IV
En la cuarta parte (El ogro de Rominten), poco a poco, el guarda comprende el gran conocimiento que Tiffauges posee sobre la naturaleza, animales y plantas y decide utilizarle como ayudante en las cacerías que se llevan a cabo en la zona y a las que acuden los nobles y personalidades de la zona. La misión del guarda forestal era acompañar a las ilustres personalidades por el inmenso bosque, aproximarles a aquellas piezas que por edad o enfermedad deberían ser erradicadas y alejarles de aquellas que debían ser protegidas en atención a su interés cinegético. Como premio recibió un caballo gigantesco, animal fórico por excelencia sobre el cual se sintió metamorfoseado en el mítico Centauro –el Ángel Anal, el Genio de la Defecación-. De regreso descubrió en la Alcaldía un bullicio de niñas desnudas, parte de la ofrenda que todas las primaveras, el 19 de abril, víspera del cumpleaños de Hitler, se ofrecía en Prusia; ofrenda de carne fresca al más poderoso de todos los ogros. Don exhaustivo de mil quinientos niños y mil quinientas niñas que eran entregados a las napolas, escuelas de instrucción militar.
V
En la quinta parte (El ogro de Kaltenborn) el guarda del bosque comunica a Tiffauges que debe reducir su personal y se ofrece a recomendarle para el puesto que él desee. Naturalmente, Tiffauges elige la napola más cercana. Allí consigue un empleo de ayudante de médico (un pediatra que examina a los niños cuando llegan a la napola). El médico instruye a Tiffauges en las diferentes características que distinguen a los diversos grupos raciales. Nuestro protagonista, seguía también realizando su vocación de carguero, pues acarreaba alimentos necesarios para la vida de la napola. Un día recibió incluso el encargo de acarrear niños, es decir, recorrer la comarca en busca de los hijos de los campesinos, cuyas madres los mantenían ocultos del ogro que buscaba su carne.
Este aviso va dirigido a todas las madres que habiten en las comarcas de Gehlenburg, Sensburg, Lötzen y Lyck.
¡CUIDADO CON EL OGRO DE KALTENBORN!
Codicia a vuestros hijos. Recorre nuestras comarcas y roba los niños. Si tenéis hijos, pensad siempre en el Ogro, ¡pues él piensa constantemente en ellos! No permitáis que se alejen solos. Enseñadles a huir y a ocultarse si ven un gigante montado en un caballo azul y acompañado de una jauría negra. Si se acerca a vosotros, resistid sus amenazas, no escuchéis sus promesas. Una sola certidumbre debe dicta vuestra conducta de madres: si el Ogro se lleva a vuestro hijo, ¡no volveréis a verle JAMÁS! (p. 421)
En sus Escritos Siniestros (E.S.) del invierno de 1943, Tiffauges comenta que con todos los cabellos de los niños que el peluquero de Ebenrode ha dejado en el sótano donde se realizaba la tonsura general, se ha hecho llenar un colchón, un edredón y una almohada (p. 455)
VI
En la sexta y última parte (El Astróforo), Tiffauges vive la guerra en medio de un paraíso de carne fresca, en la napola. A cada suceso bélico eran requeridos a filas los profesores e incluso a los niños más crecidos. Cada vez la napola era más suya y él podía organizarla. Así diseñó un baño colectivo para todos los niños y niñas y él mismo con el fin de ahorrar energía. El médico también fue llamado a filas y Tiffauges ocupó su lugar. El paraíso le pertenecía. Un día, cuando recorría la comarca en busca de nuevos niños para la napola encontró un niño claramente judío, medio muerto. Lo recogió, al igual que hizo con el pichón negro. Lo llevó a la napola y lo escondió y alimentó. Cuando el niño se recuperó jugaba con él llevándolo a hombros. En uno de esos juegos fue sorprendido por el ataque a la napola. Un soldado le vio y el intentó asesinarle pero Efraim, el niño judío le ordenó que no lo hiciera (pues el Rey de Israel les ayudaría). Huyeron como Cristóbal, como Albuquerque. Él llevaba al niño en sus hombros mientras recordaba las palabras de Goethe: ¿Quién cabalga tan tarde en la noche y el viento? Es el padre con su hijo… También recuerda la escena de Cristóbal cuando transportaba al niño aquel sobre su espalda y se hundía y se hundía y casi se ahogaba… Y el premio: su vara florecida. Pero su final será distinto…
Nota. Todos los números de páginas se refieren al tomo VIII de la colección Los Premios Goncourt de Novela, publicados por Plaza & Janés (vid. Bibliografía).
BIBLIOGRAFÍA
TOURNIER, Michel. El rey de los Alisos. Premio Goncourt de Novela. Vol. VIII. Plaza & Janés Editores, S.A. Barcelona. 1980. (3.ª ed.) Trad. J. Ferrer Aleu. Impresión, a cargo de Gráficas Guada, S. R. C.  Eres un ogro, me decía a veces Rachel. ¿Un ogro? ¿Quiere esto decir un monstruo fantástico, salido de la noche de los tiempos? Sí; yo creo en mi naturaleza fantástica; quiero decir, en la secreta connivencia que mezcla en profundidad mi aventura personal con el curso de las cosas y le permite inclinarlo en su dirección. Creo, también, que broté de la noche de los tiempos. Siempre me escandalizó la ligereza de los hombres que se inquietan apasionadamente por lo que les espera después de la muerte y les importa un bledo lo que eran antes de nacer, El más acá vale tanto como el más allá, sobre todo porque tiene, probablemente, la clave de este último. Yo estaba ya allí, hace mil años, hace cien mil años... [vid.]
ECKERMANN, J. P. Conversaciones con Goethe. Acantilado, 121 [Rosa Sala Rose (Ed.) / 4.ª ed.] (Col. Estudios literarios. Biografías, memorias y diarios), 2006. 1008 págs. Johann Peter Eckermann (Winsen, 1792-Weimar, 1854) nació en el seno de una familia humilde y desempeñó los oficios más diversos hasta que, en 1823, le mandó a Goethe sus Contribuciones a la poesía. Así fue como surgió una relación de amistad y complicidad intelectual que culminaría años más tarde con la publicación de estas Conversaciones con Goethe (1836-1848), obra cumbre de la literatura universal y sin duda alguna el mejor retrato del gran poeta alemán. Las Conversaciones con Goethe en los últimos años de su vida constituyen un monumento incomparable del saber que llegó a atesorar uno de los mayores genios de la modernidad. Por estas páginas desfilan los personajes más ilustres de la época, pero también aquellos que jugaron un importante papel en la vida íntima y familiar del gran poeta alemán. Napoleón y Schiller, Byron y Voltaire, un amor de juventud o la presencia de la familia en los últimos años de su vida: todo tiene cabida en este maravilloso libro. En palabras del propio Eckermann, «estas conversaciones no sólo contienen más de una inestimable lección y enseñanza para las artes, las ciencias y la vida misma, sino que estos bocetos trazados directamente del natural contribuirán muy especialmente a completar la imagen que ya pudimos formarnos de Goethe a través de sus variadas obras». [Fuente: Acantilado]
NAUBERT, Benedikte. Cuentos populares alemanes (1789-1793) Siruela, Madrid, 2008. (Col. Las Tres Edades) [Trad.: Genoveva Dieterich / Editores literarios: Marianne Henn, Paola Mayer, Anita Runge] 294 págs. A Benedikte Naubert (Leipzig, 1756-1819), prolífica autora de novelas históricas y recopiladora de cuentos, se la puede considerar pionera del gusto romántico por el cuento popular en Alemania. Adelantándose a los hermanos Grimm, y a otros recopiladores de cuentos y de canciones populares como Clemens Brentano, Achim von Arnim o Ludwig Tieck, Benedikte Naubert recogió y reescribió leyendas germánicas como las de Genoveva, los Nibelungos, el rey de los Elfos o el flautista de Hamelin, destinadas a un lector popular. Con un gusto muy de la época, que intenta reproducir el supuesto estilo ingenuo, repetitivo y poco artificioso de la narración popular, los cuentos de Benedikte Naubert poseen cierta aspereza y cierta inmediatez, lo que, sin duda, hizo que gustaran al público de su tiempo. A pesar de su copiosa producción literaria, la autora guardó largo tiempo su anonimato y fue descubierta en 1817 gracias a un artículo publicado en un periódico. En cierto modo, se la puede considerar una precursora de la literatura de mujeres, que floreció durante el siglo XIX.
Otras fuentes utilizadas: El Genio Maligno. Revista de Humanidades y Ciencias Sociales
TOURNIER, Michel. El Rey de los Alisos. Alfaguara, 2006. 448 pp. Es este libro que el lector tiene entre sus manos una gran novela que cubre simultáneamente los acontecimientos internos de una mente y los de un continente.» (The New Yorker) – El Rey de los Alisos, la novela con la que Michel Tournier obtuvo el Premio Goncourt, narra la historia de Abel Tiffauges, un extraño prisionero francés en la Alemania del II Reich, mezcla de ogro depredador y adolescente perverso, que se siente predestinado para llevar a cabo una misión en Prusia, cuna legendaria de la nación alemana. El celebrado autor de Medianoche de amor nos muestra aquí lo más oculto, tierno y enfermizo del ser humano, siempre en busca de significados, ritos y señales que le guíen y rediman de su condición de ser para la muerte. Fantasía insólita sobre los tiempos tenebrosos de la última guerra mundial, este libro constituye un extraordinario viaje hacia la infancia y un inquietante ensayo sobre el amor.